Tengo la piel de gallina. Me ha
despertado el temblor de mi cuerpo. Qué frío hace. Ellos están en mangas cortas
y no parecen incómodos. Será que el frío está dentro de mí.
No me miran. Hablan fuerte, como
si yo no estuviera. No me miran y yo no puedo moverme de esta cama ni hablarles
porque el castañeteo de mis dientes me impide articular palabra. Tengo frío.
Quiero una manta. Quiero una manta. Miradme, por favor. Estoy aquí. ¿Cuánto
tiempo llevo durmiendo? ¿Cuánto hace que se lo llevaron de mi lado? ¿Y Víctor,
estará bien? ¿Habrá podido descansar un poco? ¿Lo habrá visto? ¿Cómo estará
Sofía?
Me miran. ¿Y mi hijo? ¿Está bien?
¿Sabéis si está bien? ¿Cuánto tiempo más tengo que estar aquí? Regresan a su
insulsa conversación y me hacen desaparecer. He olvidado pedirles la manta.
El temblor de mi cuerpo me agota.
Me duermo. Me duermo. Tengo frío.
Me despierto de nuevo. Mi cerebro
aún no puede mover mis piernas. Las toco. Las pellizco. No. No siento nada.
Sólo existo de caderas para arriba. Las extensiones que salen de debajo de
ellas no me pertenecen.
Me quiero ir ya. Quiero saber.
Quiero ver a Víctor y a mi bebé. Lo primero que haré cuando suba será coger mi
teléfono. Hoy es el cumpleaños de Esther. No puedo olvidar felicitarla. Le
mandaré la foto que Víctor nos ha hecho en el paritorio. ¿Qué hora será?
Tengo la boca seca. Agua. ¿Por
qué no me miran? Agua. Agua y una manta. Por favor, por favor. Cuánto frío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Cuenta, cuenta...