Esta historia que voy a contar, sucedió
en uno de los pueblecitos que fui de veraneo cuando era jovencita, no se la
fecha, pero ocurrió mucho tiempo antes de enterarme de los hechos que me
contaron, ahora al cabo de los años, comprendo que no era extraordinario, sino
que era lo corriente que acontecía por aquellos
años, lo que sí fue raro es como terminó y como afectó a cada uno de los
personajes.
El pueblo
constaba de una casona, la Iglesia, el Ayuntamiento y el Colegio, todo
típico de los tiempos. La casona dominaba todo el pueblo porque estaba en lo
alto de un monte, allí vivían los dueños cuando iban y siempre estaba preparada por si se les
ocurría aparecer.
Una de las guardesas que atendía la casa,
era una viuda joven, que tenía dos hijos mellizos de 17 años, el muchacho
llamado Ricardo, se ocupaba de ir con el ganado al campo y de una pequeña
huerta que había hecho a su madre para la comida de la casa. La muchacha
llamada María, ayudaba a su madre en la limpieza y cuidado de la casona.
En el pueblo había un Colegio y un único
maestro, que daba clase a todos los
niños, tuvieran la edad que tuviesen, era un gran maestro, vocacional y siempre
pendiente de sus alumnos. En aquella época los niños dejaban de ir a la escuela
a los 12 años, para poder ayudar a sus padres trabajando en lo que podían. Esto
ocurrió con María y Ricardo que dejaron de ir a la escuela, en contra del
criterio del maestro que adujo una inteligencia fuera de lo normal, pidió al padre
cuando vivía y a la madre cuando este murió, que siguieran dando clases y
mandarles a la capital cuando fueran más mayores, pero la madre se negó, no
tenía dinero suficiente y así siguieron sus vidas, el uno con el ganado y la
otra con las tareas de la casa.
Un verano, no sé la fecha, llegaron cuatro
coches cargados de maletas, con todos los criados de la Capital, venían a
instalarse en la casa, nadie sabía
los motivos, ya que ellos sí iban, era para pasar solo unos días; alguna
vez un mes con los niños, pero poco más, el señor venía a cazar con sus amigos
en la época de caza. La señora venia solo en Noviembre por Todos los Santos, ya
que tenía enterrados en la Iglesia de la casa a sus padres.
El Administrador llamó a Adela la guardesa a la casa grande, para
comunicarla que su hija María tenía que encargarse de los dos niños pequeños
que tenían los señores, eran unos diablillos de 5 y 6 años, se llamaban Pedro y
Pablo, no paraban quietos ni un minuto. A María le hizo mucha ilusión salir de
la monotonía de estar siempre con su madre en su casa. Además de estos pequeños
había dos hijos más, una niña de 15 años llamada Carolina, la pobrecita estaba
impedida, había sufrido de pequeña poliomielitis, estaba siempre en silla de ruedas,
era guapísima, buena, cariñosa y muy dulce y un varón de 20 años llamado Alejandro, siempre estaba entre
libros, le gustaba la música, tocaba el piano
maravillosamente y pintaba unos cuadros preciosos, era un artista en toda la
expresión de la palabra, lo opuesto a su
padre que le gustaba el aire libre, los caballos y la caza, estudiaba
arquitectura en la Universidad, muy
inteligente y físicamente tampoco estaba mal, tenía un buen tipo y de cara con ojos y pelo negro y sobre todo la bondad
se reflejaba en su rostro.
La señora de la casa era muy guapa, un
poco estirada, enseguida que llegó fue a verla el médico, estaba enferma, tenía
tuberculosis y la pobre, se encontraba
aislada en la parte de la casa más sana, donde daba el sol de mañana; solo
podía dar pequeños paseos por el jardín, enseguida se cansaba, tenía que comer
poquito y a menudo y reposar mucho. En aquella época no existía la penicilina y
era una enfermedad casi siempre mortal. A los niños los veía de lejos y estaba
muy triste.
La vida en la casa era bastante
agitada, entre los niños, el padre con sus amigos y la madre enferma; para
María la monotonía de su vida anterior la parecía un recuerdo a veces
agradable, por las mañanas llevaba a los
niños al Colegio, la madre no consintió traer un preceptor, decía que los niños
deben de estar con niños, no criarse aislados del resto del mundo, a ellos no les gustaba ir al colegio y no paraban de refunfuñar.
-
María no quiero ir al Colegio.- decía Pedro.
-
María no he hecho los deberes y el maestro me va
a regañar.- decía Pablo.
María con toda la paciencia del mundo les
decía:
-
Ojala yo fuera al colegio.
Los niños no
entendían porque María no había ido al colegio a estudiar.
Un día los pequeños se lo
comentaron a Carolina y Alejandro a la hora de la merienda, estos preguntaron a
María el porqué de no haber asistido a la escuela y ella les dijo los motivos y
lo que había dicho el maestro con respecto a que siguieran estudiando.
Alejandro se lo comentó a su madre y
esta le dijo que en el campo se obraba así, ir a la escuela hasta los 12 años,
luego se tenían que poner a trabajar, este no dudo un momento: Madre me parece una injusticia, no
podríamos nosotros hacer algo por ellos, deberías hablar con padre y éste con el maestro a ver qué
opina él y que sí hubiera alguna solución.
Veré que puedo hacer, pero tu padre no es amigo de cambios, las
cosas están cono están y punto.
Pasó el tiempo y todo siguió como siempre,
pero la semilla estaba sembrada y en buena tierra. Alejandro se fue a la
Capital a estudiar, en aquella época los estudiantes adinerados, debían tener
un criado, este hizo todo lo posible para que el padre dejara ir con él a
Ricardo, con la única condición de que
no fuera a dar clases, pero la tozudez del padre, también la tenía el hijo y
fue él el que le dio clases, aprendió rápidamente, parecía una esponja, todo lo
absorbía.
Al ver el resultado de sus enseñanzas
escribió una carta al maestro para pedirle consejo y este fue a la Capital, habló
con sus profesores que tenían un Colegio religioso, le concedieron una beca.
Ricardo se hizo maestro.
El fin de este personaje de mi relato, fue
fruto de la bondad de un lado y de la tenacidad de otro.
Volviendo a la historia originaria y
siguiendo con los mellizos, María seguía cuidándolos, estos creciendo y ella
llevándolos a la escuela, el maestro iba a la Casona a dar clases a Carolina, María aprendía todo lo
que la enseñaba, pero Carolina, que era una niña enfermiza se agravo, el médico
del pueblo no sabía lo que le pasaba, tenían
miedo de que fuera tuberculosis, decidieron llevarla a la Capital a ver
a un especialista y que la acompañara
Adela y su hija María. Se fueron a vivir las tres a la casa que los
señores tenían en la Ciudad, fueron al médico y efectivamente la niña había
contraído la enfermedad de la madre, pero lo que llamaban tuberculosis
galopante, muy agresiva y como estaba muy débil tuvieron que ingresarla en un
Hospital, centros que había para enfermedades infecciosas, se encontraban en
lugares secos y fríos normalmente en la sierra.
La madre estaba desesperada, por la
lejanía de su hija, por su enfermedad y sabiendo, porque se lo había dicho el
médico que no tenía cura. Se ingresó en
el mismo Hospital para estar el lado de su hija, aunque empeorara ella, ya que
estaba bastante mejor, pero no podía estar lejos de su hija, tomó una decisión
que le costó la vida.
Fue tristísimo, fallecieron las dos en
un tiempo récor, la Casona se inundó de pena y tristeza, el señor, no era el
mismo, no volvió a la Capital, no cazaba, no venían amigos, no salía a montar a
caballo, nada, era como si fuera un fantasma de sí mismo.
Adela la guardesa llevaba la casa y María
cuidaba de los Mellizos, los pobrecitos ya no jugaban como antes, ni eran tan
traviesos, el Maestro se preocupó
muchísimo y habló con el padre, debían de sacarlos de allí, cambiar de aires,
ya que podían ponerse malos de melancolía, sería bueno que se fueran a la
Capital, a un Colegio con muchos niños, para que jugasen con ellos y olvidaran
un poco tanta pena que tenían en sus corazones.
Salieron de la Casona camino de la
Capital con Adela y María para cuidarles y el maestro habló con sus antiguos
profesores para que los niños entraran en el Colegio donde él había estudiado.
Alejandro iba todas la tardes a ver a sus hermanos y Ricardo a su madre y
hermana, merendaban y a veces se quedaban a cenar, otros días salían a pasear,
hasta que el amor entró en sus corazones, ese amor juvenil, maravilloso, que no
atiende a razones, ni en la sociedad en la que vives, solamente quieres estar
juntos, besarse, amarse, la maravilla de entregarse al ser amado. Adela habló
con Ricardo, para que a su vez hablara con María e intentara hacerla comprender
que no era posible su amor con Alejandro, este no aceptó la forma de ver la
situación de su madre, dijo que eran libres, jóvenes y se querían y eso era
suficiente.
Un día desaparecieron, sin dejar rastro,
nadie sabía donde se encontraban, Adela
estaba enloquecida, el señor que ya estaba depresivo y melancólico, no lo
aguantó y un día apareció colgado en el dormitorio de la casa. Fue una noticia
difícil de asimilar en la época que ocurrió.
En la capital se instalaron Adela y su
hijo Ricardo, el dando clases y ella cuidándole, no supieron en mucho tiempo
nada de María y Alejandro. Un día llego una carta de Argentina, el matasellos
era de Buenos Aires, había tardado en llegar un mes y medio, en aquellos
tiempos, solo se hacían los viajes en barco y les anunciaban que pensaban
volver a verlos, ellos y sus hijos, que estaban bien y felices, que Alejandro era un arquitecto de renombre
y que no habían escrito antes por qué no
sabían la dirección en donde vivían, la
habían encontrado a través de unos abogados, ya que la Casona estaba
prácticamente en ruinas, que los querían mucho y que los verían por Navidad.
La sorpresa que recibieron, era
inenarrable, no podían creerlo, después de tantos años sin saber nada y de
pronto, la carta y todas las noticias que incluía en ella, era maravilloso,
fueron felicísimos, máxime con la llegada en Navidad de todos, por fin se iban
a reunir, aunque no estuvieran al completo.
Esta historia fue real, el pueblecito
existe, ahora es irreconocible, lo único que no ha variado son las ruinas de la
Casona, no la quisieron reconstruir, dijeron que había habido mucha tristeza en
ella y que era mejor dejarla como estaba, lo único que está cuidado es el
mausoleo en el que están los restos de todos los fallecidos de la familia.
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