Había una vez un soldadito de
plomo que le faltaba una pierna, nadie lo quería comprar por ser cojo. En la
tienda de juguetes tan solo tenía una amiga, era una bailarina preciosa, pero
también había perdido una pierna, eran amigos y estaban unidos por la misma
desgracia.
Veían como entraban juguetes
nuevos y rápidamente los compraban, entre estos existía mucha crueldad. Se
reían de ellos.
Un día entró en la tienda un
padre con su hijo, queriendo comprar algún juguete por su santo. El niño era
ciego y el padre no tenía mucho dinero.
El dueño de la tienda vio la oportunidad de vender al soldadito y a la
bailarina. Al oír la explicación del dueño de la tienda de porque se los dejaba
tan barato, fue el niño quién respondió:
A mí me da igual, soy ciego y lo importante
para mi es tener unos juguetes con los que jugar.
La moraleja de este cuento es que
a todo el mundo no les parece igual lo hermoso y perfecto, sino que es a uno
mismo a quién nos debe de parecer bonito y deseable.
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