viernes, 21 de marzo de 2014

Niebla

  Solitario hasta lo huraño y escasamente sociable, tras la muerte de su esposa,
meses atrás, solo deseaba estar a solas con su profundo dolor y sus recuerdos, por lo que había decidido trasladarse a ese pequeño pueblo donde nadie le conocía y que le libraba de la fingida pena de vecinos y conocidos. 
  Había alquilado una casucha de piedra en las afueras que le facilitaba la soledad ansiada, y ya se había instalado en ella.
  El tremendo vacío que le producía la ausencia de su mujer después de toda una
vida juntos, le tenía sumido en una náusea permanente. Llevaba semanas inmerso en un estado de abotargamiento y sopor. Semanas sentado en su vieja butaca de la que apenas se levantaba, alimentando su depresión con evocaciones permanentes de su vida compartida. 
  Sustentado precariamente con apenas un poco de leche y unas galletas, compradas al vendedor ambulante que cada quince días solía llamar a su puerta y, quizás, la única persona con la que había cruzado unas contadas e inevitables palabras desde que ocupó la casa.
  Desde hacía unos días, tenía una extraña sensación. Se sentía raro. Una sensación de enorme relajamiento. Percibía los sonidos a su alrededor de forma amortiguada, aterciopelada, como lejanos susurros...el viento, los pájaros, no le llegaban con nitidez. Era como si estuviera en el interior de una burbuja que le aislaba. También esa niebla, ondulante, gris, viscosa y persistente, que desdibujaba todo, el campo que le rodeaba, el distante caserío. Incluso, el interior de la casa estaba impregnado de esa atmósfera difusa e irreal...
  Notó también que sus propios movimientos se producían como en aquellas imágenes de cine a cámara lenta, ralentizados. No había espejos en la casa pero, al pasar ante una ventana, se vio reflejado y se sorprendió de que también sus rasgos se mostraban como diluidos, borrosos, turbios...
  Con esta sensación en aumento y, sin saber cómo, se vio fuera de la casa caminando en medio de esa nebulosa opaca que acentuaba su soledad tremenda.
  Caminaba de forma lenta e insegura, casi arrastrando los pies, sin rumbo, sin apenas
percibir las formas del camino. Todo se mostraba húmedo y frío, silencioso y hueco...
  Una cancela herrumbrosa le cerró el paso. Ya sin apenas fuerzas, empujó y
lentamente los hierros cedieron, dándole acceso a un espacio con oscuras manchas que sospechaba árboles y donde se adivinaban algunos bultos geométricos. Había entrado en el pequeño cementerio del pueblo.
  Un distante, casi inaudible rumor, le llegaba desde una intuida pared cercana hacia
la que se encaminó. Dos sepultureros se marchaban tras un enterramiento, comentando que se trataba del extraño forastero que, hacía un par de meses, había alquilado la casa de piedra cercana al cementerio y, que al parecer llevaba muerto varios días hasta que el vendedor ambulante se extrañó del fuerte mal olor que salía de la silenciosa casa.
  Cuando finalmente, cada vez mas paralizado llegó renqueante a la sepultura,
apenas tubo tiempo de leer su propio nombre en la lápida antes de que todo se le

oscureciera...


Juan Carlos        2014

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Cuenta, cuenta...