lunes, 31 de marzo de 2014

Las pulguitas

Como cada año la primavera llegó deslumbrante a la Costa del Sol y en Málaga Antonio exhibía orgulloso su condición de hijo predilecto de la ciudad asomando su sonrisa pastelera al rutinario balcón, mientras el paso de Jesús de la Pasión cimbraba su talle al compás de una música conmovedora.
Los flashes de los periodistas, afincados en otro balcón cercano, no dejaban de centellear sobre sus sonrientes rostros, que asentían y consentían con un ligero ademán de sus cabezas.
Este año estaba especialmente contento porque en la primavera de hacía 50 años, justamente hoy, había llegado al mundo en una calle adyacente y se sentía lleno de vida y de proyectos a pesar de sus años y con tanta ilusión como cuando era un jovencito ignorado por la prensa del corazón. En el fondo no le importaba que éstos se interesaran tanto por las idas y venidas de él y su esposa y casi siempre les atendía amablemente. Sabía que “todo lo que das vuelve a ti multiplicado”. Seguramente por esta frase, que tenía muy por cierta —pensó— le habían ido tan bien las cosas en la vida.
Inesperadamente la tarde se oscureció, la temperatura ambiente bajó y comenzó a llover. Eso solía pasar en esta época del año en Andalucía. Sin embargo él y su excelsa familia permanecíó al abrigo de las inclemencias del tiempo en el interior de la habitación, calentada por una potente estufa de gas que, además de calor, daba a aquel salón un brillo amarillento, una luz especial, en contraste con la oscuridad reinante en el exterior. Todo parecía perfecto.
De pronto, el joven turco Fathi Naguis cruzó, desde la calle, el pequeño cordón de seguridad que protegía al actor y se plantó frente a su persona gritando enloquecido: “¡Una oportunidad, quiero una oportunidad!”
— ¿De qué me hablas? — dijo un Antonio Candelas sorprendido y asustado, sin dejar de mirar de reojo a su familia (que permanecía inmóvil y aterrada todo el rato, en un ángulo del salón).
— Una oportunidad. Quiero una oportunidad para mi circo de animales.
— ¿Cómo?
— Mi circo de pulgas.
— ¿Qué?
— Sí, mi circo de pulgas. Necesito un entrenador. Mejor dicho, un domador de pulgas, porque se han rebelado y ya no obedecen mis reglas. Los honorarios de ese domador son muy considerables y me es imposible asumirlos, por ello le pido ayuda a usted, que sé que tiene dinero para pagarlo.
“Sin duda se trata de un loco —pensó Antonio— y es conveniente actuar con sigilo mientras llega la policía.” Decidió seguirle la corriente…
— ¿Ah sí? ¿Y dónde está ese circo?
— Aquí mismo, en mi mochila.
—…a ver…
Antonio acercó confiado la nariz a la mochila, que colgaba indolente del hombro derecho de Fathi y no debió hacerlo, pues de inmediato un reguero de animalitos negros se le engancharon en la susodicha y treparon por los mechones de su morena frente hasta ir deslizándosele desde la nuca hasta el cuello, como si de un tobogán se tratara, para ir diseminándose progresivamente por todo el cuerpo, mientras Candelas, agobiado y con los ojos abiertos como platos, no atinaba a saber si era cierto lo que le estaba pasando.
Eran cientos de pulgas, inofensivas y juguetonas, que sólo querían picar y chupar un poquito de sangre, como es natural en una pulga.
La boca de Antonio se disponía a gritar ¡Socorro!, cuando su inteligencia, que volaba más veloz que el viento, le susurró “Ni lo intentes, nada de abrir la boca. Permanece quieto y a la espera.”
Y así lo hizo, afortunadamente.
De pronto, un aluvión de periodistas, alertados de que algo extraño pasaba tras el famoso balcón, ascendió, herramientas fotográficas en mano, por la angosta escalera hasta alcanzar el piso superior, para toparse con toda la familia adormecida por el CO2 de la estufa y a un Antonio Candelas dormido que se pellizcaba el cuerpo desesperadamente, como un poseso.
Por una vez los paparazzi habían asaltado a la famosa familia en el momento más adecuado, salvándolos sin duda de una muerte cierta.

Para terminar, decir que no es preciso explicar lo agradecidos que estuvieron Antonio y Malena a la prensa a partir de esos momentos. Pues, moralismos aparte, es cierto que “todo lo que das vuelve a ti multiplicado”.

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