Este invierno había sido especialmente
duro para Emma, el trabajo en el banco con todas las denuncias, auditorías,
presentaciones de activos, hipotecas, etc. la habían dejado extenuada.
Casi no había tenido tiempo
para Ernesto, su marido y sus dos hijos, Carmen y Fernando, pues el trabajo le
absorbía la mayor parte del día. Cuando llegaba a casa ya estaban con el pijama
puesto y preparados para irse a la cama. Hacía un esfuerzo por contarles un
cuento para, al menos, compartir unos minutos con ellos. Antes acostarse, comentaba con Ernesto los acontecimientos del
día, las facturas pendientes, los horarios de dentista, médicos, partidos y
actividades varias.
Ernesto y ella más que una
pareja, parecían los gestores que sacaban para adelante un hogar y una familia.
Los fines de semana no
eran más tranquilos. Alternando los
almuerzos entre sus padres y suegros, llevando a los niños a celebraciones de
cumpleaños, partidos de fútbol, al cine, al teatro...
Tenía programada su agenda
para que todo encajara, incluso apuntaba las noches en las que ella y su marido
tendrían sexo.
Instalada en esta rutina,
una mañana Emma comenzó a ver a las puertas de la sucursal a grupos de
personas, sobre todo mujeres y niños, que portaban pancartas caseras, hechas con trozos de papel y telas, pidiendo
que no les echaran de sus casas.
Un día tras otro, para
entrar en su oficina, intentaba sortear
a la muchedumbre congregada, cada vez más numerosa y las miradas de
desesperación de las personas con las que se cruzaba fueron haciendo mella en
su ánimo.
El lunes por la mañana
llovía, la gente seguía allí, con paraguas, impermeables y rodeados de coches
de la policía. Se fijó en una mujer de unos sesenta años, con el pelo oscuro,
rostro aceitunado y ojos negros, unos ojos grandes y tristes que agarrándole la
manga de su gabardina le imploró:
–Niña, por lo que más
quieras, dile a esos señores del banco que no tenemos donde ir. Si yo tuviera
para pagar las letras del piso ¿Tú crees que estaría aquí con mi artrosis y mi
diabetes?
–Señora, usted con esas
enfermedades, tendría que estar en su casa.
Además va a coger un resfriado.
–Tengo que estar aquí, “miarma”,
ya no es por mí. Somos siete los que vivimos en el piso que su banco nos quiere
quitar: mi hija, su marido, mis tres nietos, mi hijo de veinte años y yo.
Ninguno tenemos trabajo, ni sueldo,
malvivimos con lo que vamos sacando de hacer chapuzas.
–¿Y cómo tira para adelante
su familia?
– Pues, yo me las apaño como
puedo, hago croché y coso algún arreglillo para la calle, peros mis vecinos
están igual de tiesos que nosotros y poco encargo hay. Me ocupo de la casa y de los niños. Cocino
para mi casa y para la vecina que está muy malita la mujer y no puede moverse.
No sabes lo que estiro yo un pollo; con unos
garbanzos y unas papas tengo sopa para
tres días, y a veces sin pollo ni ná, más que papas, con un manojo de apio y otro de yerbabuena. Mi hija limpia escaleras por
la mañana y por la tarde cuida a un anciano. Mi hijo y mi yerno están a lo que
sale, pero cuando no hay dinero, la gente no lo puede gastar.
–Señora intentaré ayudar en
lo que pueda. ¿Cómo se llama usted?
La pregunta sale impregnada
de angustia de la boca de Emma.
–Juana Heredia Martín, para
servirle. Mira ahí está mi hija Carmela.
Carmela se acerca preocupada,
mordiéndose en labio inferior, está empapada, Se parece a Juana en los ojos
aunque tiene un rictus serio.
–Hola Carmela, soy Emma,
trabajo en esta sucursal y de verdad que no sé cómo ayudaros. Soy abogada y mi
trabajo consiste en defender al banco de las denuncias ¡Ojalá pudiera hacer algo por vosotros pero
puedo perder mi trabajo!
Cada día antes de entrar en
el banco, Emma habla con Juana, Carmela, Fina, Tere, María, Dolores… las va
conociendo a ellas, las cabecillas, a
sus familias y las historias que cada una tiene sobre su espalda. Después se
enfrasca en papeles, documentos judiciales, requerimientos… pero sigue viendo las
miradas de esas mujeres fuertes y valientes que se turnan para que la protesta
no cese, enfrentándose a la policía, a los vecinos bien vestidos y a los
mojigatos de misa dominguera, que las miran con desprecio.
Esa noche llega a casa y
mientras prepara un tentempié en la cocina, solloza calladamente. Ernesto
desconcertado la abraza y Emma le cuenta todo lo que está pasando y los
sentimientos de culpa e impotencia que le produce.
–Cuenta conmigo.– Le susurra
Ernesto acariciándole el pelo.
Hoy Emma les ha traído un papelón de churros y habla
con María.
–No veo a Juana hoy, ¿Qué le
ha pasado?
–Viene más tarde porque ha tenido que ir al colegio de los nietos a
hablar con el director. ¿Qué habrán hecho ahora los “joíosporculos”
–Señora Emma, que como hoy
es el cumpleaños de mi nieto, que se venga usted esta tarde a tomar un café ¿puede
ser?– la invitación viene de Juana que
se acerca apresurada, mientras María la mira con curiosidad esperando su
respuesta.
–¿Cuántos años tiene su
nieto?
– Mi Manué tiene 8 años.
–¿A qué hora Juana?
–A las seis, apunte las
señas. Barriada Las Margaritas, calle Prado, Bloque 21 A, piso 7 A.
Emma llega a un barrio
desconocido, nunca ha estado allí y el viaje apenas ha durado veinte minutos
desde su casa. Acude la celebración acompañada
de sus hijos, Carmen lleva envuelto en papel de regalo un chándal y Fernando un
balón de futbol para el homenajeado. La reciben con toda cortesía, ella deposita
en la mesa una caja con pastas y toma café con Juana, maría y tres vecinas, mientras que los niños salen y entran en la
pequeña sala jugando con el reluciente balón.
Al despedirse sabe que los
niños se lo han pasado bien pues sus hijos le piden quedarse un ratito más pero
les recuerda que tienen deberes que terminar. Por el camino la acribillan a
preguntas sobre sus nuevos amigos. Emma llega a casa con un sentimiento de
frustración y de rabia. No puede imaginarse qué hará la familia de Juana, y las
otras familias si los desahucian.
Lo comenta con Ernesto y
ambos acuerdan iniciar gestiones con amigos, conocidos y entidades para ayudar
a estas familias.
Habla con Pablo, el director
del banco, intenta persuadirle para que aplace los desahucios y que se busque
una solución para estas familias
–No está de mi mano. Lo
siento. Pero, y si...-
Siente la amargura en la voz
de Pablo y escucha atentamente las palabras que a continuación le susurra. Ambos saben que el banco será implacable y que
los desahucios son inminentes.
Al llegar a casa comenta con
Ernesto su conversación con Pablo y después de acostar a los niños se disponen
a llevar a cabo su plan. Mientras ella repasa con el índice de la A a la Z los
contactos de su móvil, llama a algunos de ellos y envía mensajes, Ernesto
teclea la pantalla de la tableta.
Al día siguiente junto a las
mujeres que protestan, se ve a un nutrido grupo de artistas muy conocidos; actores, toreros, jugadores de futbol, escritores, otras caras conocidas en las
revistas y programas rosas.
También se han congregado
junto a las familias políticos, sindicalistas, estudiantes universitarios,
músicos con sus instrumentos, ancianos…
Se agolpan alrededor de los
famosos una docena de cámaras de distintas televisiones y un colorido grupo de
micrófonos con el logo de cada radio.
Acercan un micrófono a los
personajes de la tele y todos dan igual respuesta; “O se dan soluciones para
estas familias o retiramos nuestros fondos de este banco.”
Los transeúntes que pasan
también se unen y entre todos cortan el tráfico para que no pasen coches, que
hacen sonar sus bocinas. Las sirenas de la policía suenan cada vez más cerca…
La puerta del banco se
abre, Pablo, el director del banco sale al
encuentro de los medios y aclarándose la voz anuncia
–Nuestro banco ha tratado en
distintas reuniones este tema y se ha
llegado con las administraciones públicas a los acuerdos que a continuación
detallo:
Se va a conceder a los
inquilinos dos años de estancia en
régimen especial de alquiler de vivienda social.
Se habilitará un fondo solidario
para becas y ayudas enfocadas a la educación de los menores de 25 años.
Se impartirá formación en
distintas áreas de mantenimiento, jardinería, cocina y otras ocupaciones a los
inquilinos.
Se creará una bolsa de
trabajo rotatoria para realizar trabajos en las sucursales de nuestra entidad,
así como en otros edificios públicos.
Se revisará cada caso y se
negociará con cada familia fórmulas que les permita mantener su vivienda.–
termina Pablo dando media vuelta con
intención de volver a entrar en el banco.
Todas las personas
congregadas se quedan perplejas y después de unos instantes de silencio empiezan
a aplaudir. Juana, María, Fina y todas las demás se abrazan emocionadas y dan
saltos de alegría por la noticia.
Emma toma de la mano a
Ernesto, ambos se miran con complicidad. Una vez que se alejan los micrófonos
en dirección a los vecinos, Emma se acerca al director y pone su mano en el
hombro, rozando con los labios la mejilla.
–Emma, esto supone mi
despedida, ya lo sabes. He dado las instrucciones para que se lleve a cabo todo
lo que he expuesto y también está ya toda la documentación firmada por la
Presidenta de la Comunidad y más de diez directivos de la entidad. Antes de que
te despidan a ti, y seguro que lo harán, les haces llegar las copias a los
inquilinos. Ahora podré dedicarme a pescar y llevar al parque a mis nietos, pero me preocupa vuestro futuro.
–No te preocupes. Tenemos planes
y nos vendrá bien a todos un cambio en nuestras vidas. Ernesto y yo venderemos el piso de la playa y
con lo que nos den, montaremos una plataforma on- line para poner en
marcha iniciativas vanguardistas. Estamos muy
ilusionados con este proyecto. –contesta Emma buscando con su mano la de
Ernesto.
–Gracias Emma, has logrado
que recuerde quien soy.–dice Pablo abrazándola con ternura.
–Tú siempre has mantenido que
no hay nada imposible. Gracias por demostrármelo, papá.
Araceli Míguez
Marzo 2014
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