Comienza mi estación favorita. Después del muermo
veraniego retornan los talleres y encuentros creativos, los conciertos y
exposiciones y los pequeños viajes gastronómicos con los amigos sin que el
calor abrumador lo entorpezca todo.
El verano agoniza y la suave brisa matutina que se
acaba de colar por el balcón me lo acaba de recordar.
Esta pequeña también lo ha advertido, pues busca en
mi rostro su cobijo y se me acurruca atraída por el olor y el calor de mi piel,
aunque lo cierto es que rechazo categóricamente este encuentro.
Quiero dormir un poco más. Ella insiste en sus
caricias y al final me dejo hacer. La experiencia de vida me ha enseñado que no
hay nada como dejar de resistirse para que algo que nos está incordiando
desaparezca.
Efectivamente, al instante la oigo revolotear por la
cocina. Allí seguro que encontrará algo de su interés y yo me entrego de nuevo
en brazos de Morfeo.
Sospecho, al abrir de nuevo los ojos, que ha transcurrido muy poco tiempo. Me acaba de despertar y
vuelve con energías renovadas y ganas de fiesta. Ahora juega a decirme algo a
los oídos. Trato de abarcarla con mis manos, se escapa y vuelve de nuevo
susurrante.
Se para. La miro. Nos medimos “¿es que tienes
inteligencia en ese cerebrillo? Pareces muy inocente y muy poca cosa ¿lo eres?”
Entonces se me ocurre pensar que somos dos seres
semejantes y en el fondo casi de igual tamaño, contemplándonos, indefensos, en
medio de esta inmensidad del universo que ambas compartimos y aunque parezca
grotesco, por un instante la siento hermanada
junto a mí. Voy por la cámara de fotos y más que seguirme, me acompaña. Ahora
me acerco y percibo su oscuro rostro y su enigmática mirada, mientras permanece
inquietantemente inmóvil. Entonces, lleva de nuevo su música hacia mi oído
izquierdo. Despliega sus alas, me chulea haciendo círculos por la habitación y
exultante parte veloz hacia el cielo infinito, dejándome atónica, sonriente y
con un sabor en la boca casi amargo, algo que bien podríamos describir como envidia,
mientras siento que me dice: ¡Sígueme si puedes!
¡Vaya con la
mosquita muerta!
Y yo, ¡qué ilusa si por un momento me he creído más
lista, más divertida o más libre que ella!
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