lunes, 31 de marzo de 2014

Dos habitantes del otoño

Comienza mi estación favorita. Después del muermo veraniego retornan los talleres y encuentros creativos, los conciertos y exposiciones y los pequeños viajes gastronómicos con los amigos sin que el calor abrumador lo entorpezca todo.
El verano agoniza y la suave brisa matutina que se acaba de colar por el balcón me lo acaba de recordar.
Esta pequeña también lo ha advertido, pues busca en mi rostro su cobijo y se me acurruca atraída por el olor y el calor de mi piel, aunque lo cierto es que rechazo categóricamente este encuentro.
Quiero dormir un poco más. Ella insiste en sus caricias y al final me dejo hacer. La experiencia de vida me ha enseñado que no hay nada como dejar de resistirse para que algo que nos está incordiando desaparezca.
Efectivamente, al instante la oigo revolotear por la cocina. Allí seguro que encontrará algo de su interés y yo me entrego de nuevo en brazos de Morfeo.
Sospecho, al abrir de nuevo los ojos, que ha transcurrido muy poco tiempo. Me acaba de despertar y vuelve con energías renovadas y ganas de fiesta. Ahora juega a decirme algo a los oídos. Trato de abarcarla con mis manos, se escapa y vuelve de nuevo susurrante.
Se para. La miro. Nos medimos “¿es que tienes inteligencia en ese cerebrillo? Pareces muy inocente y muy poca cosa ¿lo eres?”
Entonces se me ocurre pensar que somos dos seres semejantes y en el fondo casi de igual tamaño, contemplándonos, indefensos, en medio de esta inmensidad del universo que ambas compartimos y aunque parezca grotesco, por  un instante la siento hermanada junto a mí. Voy por la cámara de fotos y más que seguirme, me acompaña. Ahora me acerco y percibo su oscuro rostro y su enigmática mirada, mientras permanece inquietantemente inmóvil. Entonces, lleva de nuevo su música hacia mi oído izquierdo. Despliega sus alas, me chulea haciendo círculos por la habitación y exultante parte veloz hacia el cielo infinito, dejándome atónica, sonriente y con un sabor en la boca casi amargo, algo que bien podríamos describir como envidia, mientras siento que me dice: ¡Sígueme si puedes!
¡Vaya con la  mosquita muerta!

Y yo, ¡qué ilusa si por un momento me he creído más lista, más divertida o más libre que ella!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Cuenta, cuenta...