Habían transcurrido ya dos horas desde que terminó la operación. Luisa se hallaba en la sala de recuperación del moderno hospital Central. El posoperatorio transcurría con normalidad. Sus constantes eran normales: pulso, respiración, presiones... La acción de los anestésicos desaparecían lentamente. Ligeros movimientos evidenciaban su lento despertar.
Ligeros gemidos escapan de su boca reseca y su cara se contrae con gestos de molestias. Parpadeando, balbucea palabras inconexas, aturdidas, que le van devolviendo a la realidad: Había sido sometida a la extracción de uno de sus riñones.
Todo empezó aquel día en que su hermana Patricia, sorprendentemente tranquila y controlada, le puso al corriente: tras numerosas pruebas, exámenes, exploraciones y análisis a las que le habían sometido en Nefrología, el terrible diagnóstico fue: Insuficiencia renal terminal.
Su hermana se moría. Su hermana melliza, su amiga, compañera de toda la vida, tenía sus días contados. Su única posibilidad era encontrar un donante en un tiempo extraordinariamente breve.
Ya en casa, Luisa comentaba con su marido las posibles soluciones que los médicos le sugerían a su hermana: una donación en vivo, es decir, buscar de inmediato un donante vivo que le cediera uno de sus riñones. Luisa no lo dudaba, se lo daría ella.
-- Pero, tienes que pensarlo bien, eso te dejaría en una situación muy precaria. Tienes
que pensar en ti, en tus hijos... en mi.
-- Es mi hermana, es muy joven para morir y también tiene sus hijos.
-- Pero, ¿Y si tu también enfermaras algún día? Con un solo riñón lo tendrías muy difícil.
-- Estoy sana ¿Que me podría pasar con unos cuidados mínimos?
-- No se, creo que pones tu salud en riesgo.
-- Una donación así, la ven los médicos como una posibilidad, no como un riesgo para el
donante. ¿No harías tu eso mismo por mi? ¿ Crees que puedo dejar morir a mi hermana
por un hipotético riesgo?
-- Sí, te entiendo, creo que tienes razón pero me da miedo.
En el hospital concluyeron después de un sin fin de análisis que los órganos de Luisa no eran compatibles con los de su hermana. Recibió la noticia como un mazazo era una insufrible frustración ¿No podía hacer nada por salvar la vida de su hermana?
La respuesta le llegó del propio hospital: El proyecto de donaciones “cruzadas”. Si había compatibilidad ella podía ser donante para otra persona receptora que, a su vez tuviera un familiar donante para su hermana Patricia. Un día después, el banco de datos del hospital tenía listo el grupo de donantes y receptores que salvarían dos vidas, gracias a la generosidad de otras dos.
Los efectos narcóticos de la anestesia casi habían desaparecido y Luisa iba recuperando la conciencia por momentos. Abrió los ojos, se vio rodeada de cables, tubos, aparatos que bipeaban... movió la cabeza a un lado y, en la cama contigua vio a su hermana dormida plácidamente y, al igual que ella, conectada a una selva de cables, tubos y aparatos que bipeaban...
Dos días después, recuperada totalmente, recibió el alta de los médicos. Con dolores aún como consecuencia de la operación pero, alegres y euforicos por la vuelta a casa, salían del hospital en el coche que conducía su marido. Este no advirtió el enorme camión descontrolado y sin frenos que como un enorme muro se les echaba encima...
La cercanía del hospital permitió la recuperación para trasplantes de prácticamente todos sus órganos.
Juan Carlos Noviembre 2013
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