Me gusta recordar mis comienzos al sumergirme en el líquido rojo y aspirar su olor dulzón y férrico.
Cuando ocurrió, yo apenas contaba con siete años. Nadie supo nunca lo que vi. Nadie relacionó nunca mi súbita mudez con aquel acontecimiento, y mucho menos con los que sucederían a partir de entonces...
Pensaban que era muy pequeña para presenciar aquello, por lo que cada año, el día de los difuntos, fecha en que se celebraba la matanza, me enviaban al bosque a buscar setas con mis primas mayores.
Aquella fría mañana ellas tenían planes más románticos, así que yo me escabullí sin dificultad hasta la linde de la granja, y detrás de unos árboles pude verlo todo.
Los hombres sacaron al cerdo de la porquera, y sujetándolo con fuerza lo colocaron en una mesa que se me antojaba altar de sacrificios. Uno de ellos hundió un cuchillo en su cuello, desangrándolo. El líquido caía a borbotones en un cubo que sujetaba mi abuela, y en el que a ratos introducía su mano para mover la sangre derramada y evitar así que cuajara por el frío.
Yo miraba, entre fascinada y asqueada, las caras encarnadas y sonrientes de mis familiares mientras aquel animal chillaba y chillaba en su agonía. Su alarido se volvió mío, y perdí la voz.
Durante un tiempo indeterminado mis sueños se tiñeron del rojo de la mano de mi abuela, y se llenaron de gritos animales. Me despertaba sobrecogida y perlada de un sudor helado en la noche e intentaba llamar a mi madre, pero de mi garganta no salía ningún sonido.
En lo más profundo de mi ser sabía qué tenía que hacer para encontrar la paz y dejar de oír a las bestias gritando.
Con la desaparición del periquito de mi tía y de la cobaya de mi vecina Marieta,
apareció mi voz. Gracias al gato del quiosquero y el perro de mi mejor amigo, Luís, conseguí descansar algunas noches.
Con el paso de los años mi técnica y fuerzas se perfeccionaron y crecieron, por lo que pude hacerme cargo de animales más grandes. Aunque pronto tuve que dejar de trabajar en el hipódromo al intensificarse la investigación sobre la desaparición de caballos.
Dulces recuerdos los de aquellos tiempos.
Ahora, cada noviembre, en el Día de los difuntos, me permito este baño —ya que nunca volví a la matanza del pueblo—, como ofrenda. Trabajar como voluntaria en ese barrio marginal me lo facilita...
...A pesar de ello, mis noches continúan llenas de gritos.
jueves, 6 de noviembre de 2014
miércoles, 5 de noviembre de 2014
Estado gaseoso
Estado gaseoso
Aquí me veo flotando por los
aires sin despeinarme, sin sentir frío ni calor, ni pena ni alegría. Me
encuentro en un estado gaseoso formado por millones de partículas compuestas de ilusiones,
ansias frustradas, sueños perdidos, ambiciones guardadas en cajones olvidados,
rabia contenida, momentos felices, abrazos, besos, placeres, risas, logros, ternura, complicidades y mucho
amor.
Las partículas que me forman en
estos momentos, raramente han convivido de forma tan pacífica en mi estado
anterior. Recuerdo lo mal que se llevaban, peleándose y discutiendo
a todas horas, compitiendo entre ellas a ver quien destacaba más, si las que se
decían en el espejo –Nena, tú vales mucho- o las que se castigaban en las
noches oscuras y lacrimógenas clamando -¿Qué he hecho yo para merecer esto?-
Miro desde esta cómoda altura y
compruebo que mis huellas han quedado marcadas en el camino recorrido, algunas
sobre polvo de oro, otras sobre el fango pero todas han sido fruto de mis pies,
de mis actos; las reconozco todas.
Veo los momentos vividos como si
llevara unas gafas tridimensionales y puedo elegir dónde mirar y detenerme y me
ha llamado la atención que en casi todas las escenas estoy en un apresurado
movimiento, siempre ocupada, cargada o con algo entre las manos, libros,
bolsos, ordenador, telas, bolsas de compra, cajas de mudanza, bombonas, muebles, más cajas..
Pero… ¿Dónde voy siempre corriendo y siempre
cargada? ¿Por qué esa falta de
tranquilidad y de sosiego? Viéndome así comprendo los continuos dolores de espalda,
las contracturas, el lumbago y todos los demás padecimientos.
Ahora que no me duele nada, lanzo
a correr por los barrancos llenos de jaramagos y amapolas sintiendo el vértigo
de la bajada en mi estómago y el olor de la lluvia de verano impregnando el
aire hasta aterrizar en… ¡Pero eso que veo abajo no es yerba, ni tierra mojada…Parece
un cuerpo dormido sobre unas sábanas blancas!
- ¿De quién es ese cuerpo? ¡Menos mal que no es el mío! ¡No puede ser mi cuerpo, para nada se parece le
parece!
Yo soy joven, guapa, con una piel
morena y estirada, unos labios gruesos y unos muslos de mulata. Y esa piel que
veo es verdosa, arrugada y mate. Esos labios son pequeños y arrugados y ese
cuerpo carece de curvas. Definitivamente no es el mío.
¿Qué estoy viendo? Reconozco ese
pie que sale fuera de la sábana, ¡Vaya si lo reconozco, ese dedo torcido es mío!
Me ha costado reconocerme, pero
ese cuerpo que veo es el envoltorio de mis millones de partículas desparramadas,
libres y contentas, que ahora a ver cómo
las convenzo yo para que se compriman de nuevo en ese saco de huesos donde el
conflicto entre ellas está asegurado.
Quizás ha sido esa la causa del
incesante movimiento que he contemplado en las escenas tridimensionales, que no
tenían el espacio suficiente para ser ellas mismas y tenían prisa por disfrutar
tranquilamente de sus momentos más preciosos mientras las otras empujaban
porque querían disfrutar de los suyos.
¿Qué hago? ¿Vuelvo a meterme en ese
pellejo que no reconozco o me quedo en este estado gaseoso donde mis partículas
conviven en armonía?
Me quedaré un rato más en este
desconocido estado y reviviré los momentos más felices y los más amargos,
entonces decidiré si me comprimo o me quedo expandida.
Araceli Míguez
Raro despertar
Raro despertar
Suena el despertador como cada
mañana y salgo de la cama somnolienta y dando tumbos, me dirijo al baño y
mientras me dispongo a despójame del
pijama de franela me miro en el espejo y lanzo un angustioso grito.
Estoy confusa, mi aspecto me
recuerda a alguien que conozco pero no atino a saber quién. Me exploro y veo mi
cabeza rizada y canosa, las arrugas surcan mi cara y al mirarme el cuerpo
descubro muchas cicatrices y una piel marchita por los años.
¿Qué me pasa?- me pregunto- voy al salón y encuentro libros apilados,
periódicos en varios idiomas y un sinfín de cosas extrañas que no sé para qué
sirven. No reconozco ni el salón ni las demás estancias de la casa. Abro la
puerta y salgo a un gran porche con butacas de madera y delante un pequeño
jardín. Estoy perdida y desorientada, queriendo despertar de una pesadilla que
me vuelva a una realidad conocida.
Vuelvo dentro y encuentro la
cocina – me haré un té, a ver si me despejo- me digo y en ese momento descubro
un ordenador sobre la encimera y no dudo en lanzarme sobre él como si la
máquina tuviera todas las respuestas que busco.
Tecleo un buscador e introduzco
las seis letras de un periódico que recordaba haber leído durante mucho tiempo,
aparece de la pantalla una fecha increíble 12 de mayo de 2063 y en ese momento
salen de la pantalla proyectados un conjunto de círculos que me rodean y me
dejan dentro de una gran esfera desde la que, sólo dirigiendo mi retina hacia
una imagen salen de un pequeño cubo, se expanden y me rodean, dejándome como un
extra en la escena de una película, sólo que son noticias reproducidas
virtualmente.
Después de asimilar varias
noticias contemplando las escenas desde dentro, dirijo la vista hacia un cubo
virtual que llama mi atención donde se ve en miniatura lo que parece ser una
explosión y en ese momento la escena cobra vida y me veo entre un gran número de personas apabulladas que ven
pequeñas explosiones sobre sus cabezas.
Me acerco a un chico que habla
solo, después descubro que está grabando con una pequeña cámara que lleva prendida en el
hombro a modo de pin; deduzco que es un reportero o un periodista que está
comentando el suceso.
Atiendo a lo que dice y quedo
estupefacta; la NASA y las industrias armamentísticas junto a laboratorios de
genética estaban trabajando en un experimento parecido a “Un mundo feliz”,
basado en buscar un comportamiento humano sumiso y dirigido mediante el engaño
del cerebro, que vería sólo aquello que los que habían pagado el experimento
quisieran que viera y aceptara con agrado todo cuanto le fuera impuesto.
Miembros en la clandestinidad de
un movimiento de resistencia habían entrado en los laboratorios saboteando el
experimento poniendo una bomba en los depósitos de algo que me recordaba al
“soma”. La explosión fue liberando otros gases y sustancias destinadas a otros
fines, entre ellas las destinadas a clonar, alterar los átomos e intercambiar
la electricidad cerebral entre cuerpos humanos.
Cerré el ordenador y volví a
dirigirme al baño para contemplarme nuevamente en el espejo, ahora sabía de
quien era mi aspecto, no sabía si reír o llorar pues habían pasado 50 años
desde la última fecha que recordaba y ahora no tenía la menor idea de por dónde
debía comenzar a tirar del hilo para reconstruir ese periodo no vivido o no
recordado.
Después de llorar, patear y
maldecir pensé que no todo estaba perdido y que mi nuevo aspecto podría ayudarme a buscar información sobre lo
sucedido y encontrar a mi familia aunque dudaba de si los reconocería dada la
catástrofe ocurrida, todos estaríamos irreconocibles.
Lo intentaría aunque no sabía la
reacción de los míos cuando me presentara ante ellos metida en el cuerpo de Nelson Mandela.
Araceli Míguez
En la sala de espera
En la sala de espera
Son las 14 horas y 28 minutos;
Me encuentro en la sala de
espera de Dermatología del hospital Virgen
Macarena, escuchando por el altavoz un sinfín de nombres de pacientes que son
llamados a las distintas consultas.
En los bancos corridos metálicos con asientos de madera, me fijo en las personas que están en la misma
estancia.
A mi lado una señora de unos sesenta y tantos años acompañada por un hombre también esperan. La oigo comentar algo de
una operación de cadera de la que aún no se ha recuperado y de los achaques que
la tienen fastidiada. El hombre, calvo y obeso, de unos 50 años le responde que también su
rodilla está fastidiada y casi no puede andar.
Yo espero mirando mi móvil cada
vez que suena un nuevo mensaje mientras mi hermana, que me acompaña, mira por
la ventana.
Suena el teléfono y el hombre obeso lo mira y contesta de mala gana.
–Dime
()
– Pero si yo te dije que este fin
de semana me iba de viaje. ¿Cómo voy a recoger a los niños?
()
– Que no te has enterado, que te
cambié el del 3 por el del 24, ¿no te acuerdas?
()
– Imposible, hoy no puedo
quedarme con los niños, avíatelas como puedas porque te lo dije hace tiempo y
ya tengo mis planes hechos.
()
– No empecemos, que ya nos
conocemos. Que es que no y punto. – Y diciendo esto suelta el teléfono en el
banco, con evidente enojo.
–Voy al baño– dice con brusquedad, levantándose para entrar en la puerta cercana donde se lee la palabra Aseos
A los cinco minutos regresa.
– Era Herminia ¿verdad? Pregunta la
señora mayor con voz triste, devolviéndole el teléfono que él había dejado en
el banco.
–¿Quién va a ser si no? Siempre
lo mismo. Me quiere endosar a los niños en los puentes y cuando a ella le
conviene para irse con el gilipollas ese en plan tortolitos. No le da vergüenza
con la edad que tiene ir de la manita, como una adolescente. Pues la lleva clara conmigo.
– Si tú te quieres irte a
cualquier sitio, los niños se pueden quedar conmigo, que ya son mayores y no me dan trabajo, pero no me habías dicho nada
de irte este puente.
–No me voy a ningún sitio, mamá.
¿A dónde voy a ir sin un duro? Pero no
me da la gana que ella disponga de mí como si yo no tuviera otra cosa que hacer
que estar cuando a ella se le antoje.
–Llámala y dile que los niños se
quedan en casa conmigo y no la fastidies más. Se está ocupando de tus hijos
todo el tiempo y no te puedes quejar de cómo los lleva, además es aún joven y tiene derecho a divertirse y a enamorarse.
–Sí, eso. Que se divierta con la
pensión de los niños que yo le paso todos los meses.
–Pero si los niños entre comida,
colegio, ropa, zapatos, móvil, actividades
y no sé que más, gastan más de lo que tú les pasas, ¿o crees que con los 400 € se puede criar a dos adolescentes?
–Será poco, pero yo tengo que
vivir contigo porque no puedo pagarme un alquiler con lo que me queda, y ella
viviendo como una reina, la muy..
Al otro lado del banco, dos señoras mayores
sentadas junto a una joven con un apósito en la parte derecha de la cara, que han oído la conversación lo miran con pena y asienten con la cabeza,
dándole la razón.
En ese momento oigo mi nombre por
el altavoz y me dirijo a la consulta nº 6 junto a mi hermana para que la
dermatóloga colegiada nº 3451 me mire unas rojeces en la piel muy extrañas que me producen picor.
En ese momento veo aproximarse a
un chico de unos doce años y una chica de unos catorce.
–Hola papá, hola abuela. Los saludan
con besos en las mejillas.
–Pero…¿Qué hacéis aquí?– pregunta confuso el hombre calvo.
–Hemos recibido tu wappsap para
que viniéramos aquí después de las clases para pasar el puente contigo.
–¿Cómo? Pregunta abrumado el sujeto, buscando el móvil en sus bolsillos.
En ese momento, la mujer mayor se levanta y abrazando a los
jóvenes les dice con una sonrisa
–Ya veis, vuestro padre está deseando
de pasar con vosotros este puente y os va a llevar esta noche a cenar a la
pizzería que tanto os gusta. ¡Qué suerte
tenéis!
– Ante la cara de sorpresa del
padre, los dos adolescentes abrazan a la
mujer, le hacen un guiño y un gesto con
la mano derecha cerrada y el pulgar
hacia arriba.
–¡Mola, abu!
Miro el rejoj, son las 14 horas y 53 minutos.
–Buenas tardes, soy la doctora Ana Jaén, siéntense por
favor. Vamos a ver esas rojeces que comenta el informe de
su médico de cabecera…
Araceli Míguez
25 minutos
lunes, 20 de octubre de 2014
II Certamen de relatos cortos "Día de los difuntos" Ateneo de Valencina
Ya está aquí el segundo certamen de relatos cortos sobre la festividad del día de los difuntos.
El concurso se regirá por las siguientes bases:
1. El certamen tendrá dos categorías:
Categoría Juvenil: participantes de 14 a 17 años.
Categoría Adultos: participantes mayores de 18 años.
2. Cada participante podrá presentar una sola obra a concurso que no haya sido
premiada en otro certamen.
3. El tema para este certamen es: “El día de los difuntos”. Las obras serán en español y la extensión máxima no superará las 500 palabras.
4. Las obras participantes se enviarán, exclusivamente vía E-mail, a la dirección de correo electrónico: certamenateneo@gmail.com .Cada participante remitirá dos ficheros pdf a la dirección facilitada. Uno de los documentos llevará por nombre la categoría en la que se participa y el título del relato presentado a concurso (éste deberá ser anónimo o ir firmado bajo seudónimo) y un segundo documento será la plica, en la que se hará constar el título de la obra, el seudónimo utilizado, nombre y apellidos del autor o autora, número de teléfono y dirección de E-mail para contacto.
5. No se mantendrá ningún tipo de comunicación entre el jurado y los/las participantes en relación a sus obras.
6. El plazo de presentación comenzará a las 0:00 horas del 15 de octubre de 2014 y finalizará a las 24:00 horas del día 27 de octubre de 2014.
7. El fallo lo emitirá un jurado formado por tres componentes pertenecientes a
diversas áreas profesionales, dentro y fuera de la localidad. El fallo será inapelable y no podrá ser declarado desierto.
8. Habrá, para cada categoría, un relato ganador y dos finalistas.
9. El primer premio en ambas categorías consistirá en una placa de cerámica artesanal y un lote de libros. Para los/las finalistas habrá diploma. Además, los seis trabajos seleccionados, serán leídos durante el acto de entrega de premios.
10. los ganadores o ganadoras podrán formar parte del jurado para ediciones
posteriores, no pudiendo presentarse a concurso nuevamente. No así, los finalistas.
11. Las obras presentadas, ganadoras o no, podrán ser empleadas en el transcurso de un año por el Ateneo de Valencina con compromiso de identificar en todo momento su autoría para la promoción de alguna actividad literaria o de animación a la lectura dentro de sus proyectos.
12. La entrega de premios tendrá lugar el jueves, 6 de noviembre de 2014, en la
Biblioteca Municipal “Alfonso Grosso” de Valencina de la Concepción (Sevilla) en el horario que para ello se determine y del que serán informados con antelación todas y todos los participantes del certamen.
Para más información: ateneodevalencina@gmail.com // certamenateneo@gmail.com
El concurso se regirá por las siguientes bases:
1. El certamen tendrá dos categorías:
Categoría Juvenil: participantes de 14 a 17 años.
Categoría Adultos: participantes mayores de 18 años.
2. Cada participante podrá presentar una sola obra a concurso que no haya sido
premiada en otro certamen.
3. El tema para este certamen es: “El día de los difuntos”. Las obras serán en español y la extensión máxima no superará las 500 palabras.
4. Las obras participantes se enviarán, exclusivamente vía E-mail, a la dirección de correo electrónico: certamenateneo@gmail.com .Cada participante remitirá dos ficheros pdf a la dirección facilitada. Uno de los documentos llevará por nombre la categoría en la que se participa y el título del relato presentado a concurso (éste deberá ser anónimo o ir firmado bajo seudónimo) y un segundo documento será la plica, en la que se hará constar el título de la obra, el seudónimo utilizado, nombre y apellidos del autor o autora, número de teléfono y dirección de E-mail para contacto.
5. No se mantendrá ningún tipo de comunicación entre el jurado y los/las participantes en relación a sus obras.
6. El plazo de presentación comenzará a las 0:00 horas del 15 de octubre de 2014 y finalizará a las 24:00 horas del día 27 de octubre de 2014.
7. El fallo lo emitirá un jurado formado por tres componentes pertenecientes a
diversas áreas profesionales, dentro y fuera de la localidad. El fallo será inapelable y no podrá ser declarado desierto.
8. Habrá, para cada categoría, un relato ganador y dos finalistas.
9. El primer premio en ambas categorías consistirá en una placa de cerámica artesanal y un lote de libros. Para los/las finalistas habrá diploma. Además, los seis trabajos seleccionados, serán leídos durante el acto de entrega de premios.
10. los ganadores o ganadoras podrán formar parte del jurado para ediciones
posteriores, no pudiendo presentarse a concurso nuevamente. No así, los finalistas.
11. Las obras presentadas, ganadoras o no, podrán ser empleadas en el transcurso de un año por el Ateneo de Valencina con compromiso de identificar en todo momento su autoría para la promoción de alguna actividad literaria o de animación a la lectura dentro de sus proyectos.
12. La entrega de premios tendrá lugar el jueves, 6 de noviembre de 2014, en la
Biblioteca Municipal “Alfonso Grosso” de Valencina de la Concepción (Sevilla) en el horario que para ello se determine y del que serán informados con antelación todas y todos los participantes del certamen.
Para más información: ateneodevalencina@gmail.com // certamenateneo@gmail.com
viernes, 17 de octubre de 2014
Arte en el cuerpo
La artista japonesa Chooo San es conocida por sus obras de "body art" realista.
Hoy os dejamos aquí una imagen de una de sus obras, como fuente de inspiración para alguna historia.
Podéis dejar vuestros relatos en los comentarios.
Hoy os dejamos aquí una imagen de una de sus obras, como fuente de inspiración para alguna historia.
Podéis dejar vuestros relatos en los comentarios.
lunes, 28 de julio de 2014
Lápiz y papel, mercromina para las heridas
Coger
lápiz y papel, o un teclado, y convertir los sentimientos en palabras
es para muchos un alivio emocional. Sin embargo, la escritura va más
allá de lo puramente emocional. Un reciente estudio de la Universidad de
Auckland (Nueva Zelanda) ha comprobado que escribir ayuda también a la
cicatrización de las heridas físicas.
Elizabeth
Broadbent, psicóloga del departamento de medicina que ha dirigido el
estudio ‘Escritura expresiva y curación de heridas en personas mayores’,
publicado en el número de julio de Psychosomatic Medicine, asegura que
escribir sobre cosas tristes o sentimientos profundos de uno mismo ayuda
a acelerar la cicatrización las heridas.
Como recoge este artículo publicado en http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/07/31/actualidad/1375306460_460795.html,
en
esta investigación han participado adultos de 64 a 97 años. A los 49
participantes se les hizo una biopsia que dejó una herida en sus brazos,
se les pidió que escribieran durante 20 minutos al día y cada cuatro o
cinco días, los investigadores fotografiaron sus lesiones hasta que
curaron. Una mitad relataba en un papel sus pensamientos, experiencias
traumáticas y emociones, y la otra escribía sobre sus planes del día
evitando mencionar aspectos sentimentales. A los once días, un 76,2% de
integrantes del primer grupo ya había curado la herida, frente al 42,1%
del segundo. La explicación a este fenómeno es que “el estrés y la
depresión están relacionados con una curación de las heridas más lenta”,
dice el informe.
El artículo de elpais.com recoge
el resultado de otras investigaciones que relacionan directamente la
escritura con las emociones, así como algunos consejos para la escritura
terapéutica del profesor James W. Pennebaker, experto en la escritura
expresiva.
http://www.launiversidademocional.com/public/la_verdad/la_verdad.php?id=4
http://www.launiversidademocional.com/public/la_verdad/la_verdad.php?id=4
viernes, 13 de junio de 2014
Cuerpos
El sol entra por la ventana y cae
justamente en mis ojos, que se contraen con fuerza, hasta casi convertir los
dos párpados en uno solo. Pero no funciona, así que me doy la vuelta en la
cama.
Nada. Sigue habiendo mucha luz en
el dormitorio. Creo que se me acabó el sueño por hoy. Menudo dolor de cabeza.
No vuelvo a fumar. ¿Cómo se me ocurriría, con la de años que hacía que no
probaba un cigarro? Me pudo el nerviosismo, y ese olor que desprende el
Chesterfield, que me subyuga, uf. En cualquier caso este dolor de cabeza es
desproporcionado.
Mejor será que me dé una ducha, a
ver si me despejo un poco. Y luego, café. Café en vena. ¿Café en vena? ¿Ein?
¿Desde cuándo he necesitado yo café para despabilarme? En fin. A la ducha.
Qué dormidísimo está Víctor. Qué
envidia me da esa forma de dormir. No se entera de nada. ¿Y los niños? Esos sí
que duermen como quieren. De cualquier postura, profundamente, sin nada que les
nuble el pensamiento ni les dé dolor de cabeza tan temprano. Mis niños. Ay.
No lo digo más. ¡¡A la ducha ya!!
Hay que ver lo estrecho que se me
ha quedado el pijama. Jolines. No me había dado cuenta de lo incómoda que estoy
con él. Y con lo que me gusta dormir sin ropa, ni sé por qué me lo puse anoche.
Pis. ¿Por qué llevo una
tobillera? Es bonita. ¿¿Por qué llevo una tobillera??
La ducha no ha terminado de
quitarme el embotamiento que arrastro esta mañana. Probaré con el café. Vayamos
por orden, primero peinarme, que como se me enrede el pelo después no hay quien
lo ponga en su sitio, con lo rebelde que es.
El espejo se ha empañado con el
vapor de agua. Vaya. Haré un redondelillo para verme la car… ¡Ay, madre! ¿Quién
es esa? ¿Es Araceli? ¡Es Araceli! ¡Soy Araceli!
¿Seguro que lo que fumé anoche
fue Chester? ¡A ver si me dieron otra cosa y estoy alucinando!
Me vestiré lo más pronto posible
e intentaré salir sin que me vea Víctor. Aquí pasa algo raro y no sé cómo
respondería a las preguntas que podría hacerme si me viera.
Me tomaré el café por ahí.
Necesito pensar con calma.
Soy Araceli. Bien. Supongo que ella
será yo. La llamaré, a ver si sabe algo de todo esto.
—
Hola Araceli, buenos días… Una pregunta ¿Cómo estás?
¿te has levantado bien?
—
Hola. ¿Yo? Estooo, sí. Me he levantado perfectamente.
Mira, tengo a Teresa por el teléfono fijo esperando, te llamo en otro momento.
—
Noo, espera un segundo, no cuelgues. Ha pasado algo…
—
Rosa, de verdad, estoy en medio de un lío mu gordo, ya
hablamos.
—
¡Araceli! Que soy tú. Vamos, que me he despertado con
tu cuerpo como pijama.
—
¡Ay! ¿Tú lo tienes? Menos mal. Pensaba que lo tenía
Teresa y ella no sabe nada.
—
¿Teresa? ¿Por qué?
—
Porque yo me he levantado siendo ella.
—
Ooooh. ¿Entonces tú no eres yo? Ayy ¿Quién tendrá mi
cuerpo? No lo tendrá ella por casualidad, ¿no?
—
¡Qué va! Ella tiene el de Ángela.
—
¡¿Pero qué es todo esto?! Araceli, no vuelvo a ir
contigo a ninguna fiesta étnica de esas, paso. Ahora voy para tu casa.
—
Nooo. A mi casa no. Quedamos en el bar del Hotel Vereda
Real.
—
Vale.
Uuuuf. Esto es muuuuy raro.
Rarísimo.
Jesús me llama. A ver qué quiere.
—
Hola Jesús.
—
Hola Rosa, tengo que contart…
—
¡Ay! ¡Esa es mi voz! ¿Lo tienes tú? ¿Eres yo?
—
Síí ¿qué ha pasado? Tú no tienes voz de hombre. ¿Quién
tendrá mi cuerpo?
—
No, yo soy Araceli. Hemos quedado luego en el Vereda
Real. Ella es Teresa.
—
Joder. Ya te dije yo que esa fiesta era un poco rara.
—
Ya, ya. No vuelvo a hacerle caso. Ni recaudar dinero
para el Ateneo ni porras. Luego nos vemos. Un beso.
—
Jajaja. Te estás mandando un beso a ti misma.
—
¿Ni en esta situación puedes dejar de picarme? ¡Qué
hombre!
—
Vale, vale. Un poco de humor…Un beso.
Mmmm. Qué rico está este café.
Pero con un cigarrito estaría más bueno.
—
¿Perdone? ¿Me daría un cigarrillo y fuego? ¡Gracias!
Un cigarro. Vas a fumarte un
cigarro, Rosita. OTRO cigarro.
Ya. ¿Qué más da? Creo que hoy me
lo puedo permitir, joder. Tengo un problemilla más serio que un posible
enganche con el tabaco.
Pues sí que es mona la tobillera.
Voy a acercarme a la tienda de
abalorios que abrió hace poco en Triana. Tengo ganas de hacerme un colgante y
unos pendientes a juego con ella.
miércoles, 28 de mayo de 2014
Agua
¿Qué me ha despertado? El frío, sin duda.
Tanteo en la oscuridad buscando la manta que siempre tenemos
sobre el sofá, para taparme. La localizo, la estiro y la echo sobre mi cuerpo
helado. Si lo hago con los ojos cerrados no me despertaré del todo; con bastante
probabilidad mi mente se alejará apenas un par de pasos del mundo de los sueños
y podrá regresar a él sin problemas.
Me arrebujo bajo la manta y aprieto con fuerza los párpados.
Ya no puedo subir a mi dormitorio, me desvelaría sin remedio.
Doy otra vuelta en estrecho sofá. El martilleante sonido del
agua sobre el tejadillo me está angustiando, igual que el incesante viento.
Me siento un poco mareada, parece como si la habitación se
moviese…No, no es un mareo, ¡la habitación se mueve! Debo estar soñando. Sí,
eso debe ser: un sueño.
El viento aúlla a la lluvia. Uf. Será mejor que encienda la
luz y me tranquilice un poco.
Un escalofrío paralizante recorre a Marisa al incorporarse:
el agua ha entrado en casa. Sus pies se han sumergido en ella al levantarse del
flotante sofá.
Lágrimas corren por sus mejillas hasta caer a ese lago
casero y confundirse con él.
La luz no funciona. La oscuridad es densa. A tientas,
chocándose con los muebles que navegan sin rumbo por el salón, busca la
ventana. Sube la persiana y, cuando sus ojos se acostumbran al negro, observa
los coches calle abajo, en rápida huída sin dueño. Hay caos en la calle. Ahora,
totalmente despierta ya, es consciente de la situación.
El agua está trepando por sus piernas. Ya la nota en los
muslos. Subir, esa es la única alternativa. Corre escaleras arriba, abre un
armario y se cambia la ropa mojada por una seca. Busca prendas cálidas, y
recordando súbitamente el paradero de los chubasqueros que llevaba meses sin
encontrar, va a por ellos y se los pone también.
No sabe cuánto tiempo ha debido pasar desde que se despertó,
cree que no ha pasado tanto como para volver a sentir el agua en sus pies.
¿Quince minutos? ¿Veinte? Calza unas botas de montaña impermeables sobre varios
pares de calcetines y sube a la buhardilla, intentando dominar el miedo, el
pánico que desde pequeña le impidió disfrutar en playas y piscinas.
Desde la buhardilla podrá salir a la azotea y subirse al
tejado si fuera preciso, como tantas veces ha visto en las noticias acerca de
catástrofes naturales.
Se sienta en un sofá y vuelve a notar la humedad. Se dirige
hacia la puerta de la azotea, corriendo. Está cerrada con llave. Debió olvidar
abrirla a la vuelta de su último viaje.
Se sube al escritorio, que ya empieza a navegar, y espera.
Jamás pensó morir así.
Imagina las dos plantas de su casa flotando, vencidas,
sumergidas, ahogadas, y llora. El agua helada sube y sube por su cuerpo, hasta
que sus lágrimas ya no tienen que resbalar para confundirse con ella…
lunes, 19 de mayo de 2014
viernes, 16 de mayo de 2014
El fin. El principio
Cuando una una sale con un uno,
llega un momento en el que, de repente, sin venir a qué, empieza a caérsele la
baba al ver a hombres paseando bebés en sus carritos, hombres con bebés en
brazos, hombres columpiando a niños en el parque. A partir de ese instante, la
una comienza a ver al uno como el protagonista de esas estampas, y se
enternece. Todo le parece idílico: un padre con un hijo, el de ella, el de la
una, en feliz armonía y sintonía familiar. En esa idea ideal, el embarazo aparece
como un estado de gracia, en el que la una flota, es feliz, come por dos,
engorda pero está guapa, y se le permite y excusa todo porque, al fin y al
cabo, son las hormonas las que hablan y actúan por la una. No es ella misma. No
es la una, es la otra.
Y toman la decisión. Y el
predictor se torna doblemente rosa mucho antes de lo previsto. Qué eficacia,
qué rapidez. Pues nada, en marcha. Los unos van a ser papás si todo sale bien.
Uf. Qué sueño. La una se duerme
por todas partes. Le falta resuello al subir tres escalones, y se hace pipí
cada dos horas aproximadamente, las mismas que aguanta sin comer, y piensa: “Si
ya estoy así y ni siquiera tengo barriga, ¿cómo estaré cuando pasen unos
meses?” Y no la dejan coger peso porque está embarazada, ni que retire los
platos porque está embarazada, ni enterarse de malas noticias porque está
embarazada, ni respirar, porque está embarazada. Y no puede comer jamón porque
está embarazada, y debe lavar bien la lechuga, y no tocar a los gatos, ni la
tierra, y no comer quesos blancos, que son los que le gustan…porque está
embarazada. Y no tomar café, ni té ni cocacola… Y lo de comer por dos… ¿quién
ha dicho eso? Dieta equilibrada. Comer lo mismo pero cada menos tiempo. Y
encima diabetes. Así que a todo lo anterior añade los dulces, o mejor dicho,
quítale los dulces y añade leche destanada y natillas de chocolate sin azúcar.
Ay. Qué hambre pasa la una. Y la líbido, por los suelos. Ay. Qué hambre pasa el
uno.
La una, que no es muy amiga de ir
a revisiones médicas, tiene una cada quince días. Y, al menos, ve cómo en su
interior crece algo. Algo en blanco y negro, cabezón, con las extremidades
preocupantemente cortas, y con un corazón que late unas tres veces más rápido
que el de la una. Y la una se emociona cuando ve esa especie de radiografía, y
también se asusta, porque el niño parece excesivamente cabezón y taquicárdico,
pero no se atreve a expresar sus miedos porque, según el ginecólogo, todo va estupendamente.
Y se marcha a casa obsesionada con lo que ha visto, y busca en Internet las
malas noticias que el ginecólogo, a todas luces un completo inepto, no ha
querido comunicarle. Y no halla nada raro en Internet, y se preocupa aún más.
Y así va pasando el tiempo, entre
preocupaciones, análisis de sangre y orina un mes sí y otro también, pesando la
comida antes de ingerirla, comiendo donuts a escondidas, sintiendo ardores y
culpabilidad, chocándose con las columnas en los aparcamientos porque su
concepción del espacio ha mutado, y haciendo cada vez más pis, que eso no debe ser
ni sano ni nada. Hasta que un día, de repente, siente un burbujeo totalmente
nuevo en su vientre. “¿Gases? Sí, deben ser gases.”, se dice a sí misma para no
hacerse ilusiones. Pero lo vuelve a sentir, sobre todo cuando está tranquila y
relajada. Y una vez, y otra más. El uno le pone la mano en la barriga cada vez
que la una dice sentir algo, pero él no nota nada. Es un juego entre su
interior y ella. Y ella comienza a llevar mejor la dieta, y las revisiones
quincenales, y el pis, y el cansancio. Y se lleva la mano al vientre, y le
habla casi sin darse cuenta. En voz bajita, para que sólo su interior la oiga.
Y el burbujeo crece y se vuelve patadas. Y el juego ya es buscado entre los
dos. Y el uno ya lo puede notar a veces. Pataditas, caricias desde dentro con
sus pequeños pies y manos, que parece que ya van tomando una longitud más
normalizada. Menos mal.
El interior crece y el exterior
también, la tripa ya es considerable. Aparecen los dolores de espalda y los
andares de pato. Oficialmente, está embarazada. Ya le ceden el sitio en el
autobús y en el metro. Ya le tocan la barriga desconocidas en la cola del
súper. Y la una se pavonea y se cree la única embarazada en el mundo. Única y
especial. El centro de atención. Pero no lo es y se fastidia un poco, le molesta
y se entristece y llora porque nadie la entiende. Ay, las hormonas.
Y sigue pasando el tiempo. Se
acerca el momento y llega la obsesión por la casa limpia y el orden, y se
enfada porque nuevamente, nadie parece entenderla. Y limpia armarios subida a escaleras
aún a sabiendas de que no debería hacerlo. Pero la obsesión enfermiza por la
limpieza y el orden puede con la una.
Y se acuesta cansada, exhausta,
incomprendida, triste, pero con la casa limpia.
Y de madrugada hace uno de sus
numerosos pises y nota algo. Ya está. Ya viene. Y la maleta sin hacer. Se
acuesta. Hay tiempo. No quiere despertar al uno aún. Que descanse un poco más.
La barriga le duele y se pone dura dura. Ya está aquí. “Uno, despierta, ya
viene”. Y corren, vuelan hacia el hospital. La una se retuerce de dolor al
llegar. Ya no puede más. Inspira, espira, inspira, espira. Duele. El médico no
llega y la una quiere acabar. Su interior lucha por salir. La una se rinde.
Duele. Sal, sal ya. Quiere acabar. Quiere verlo.
Un llanto anuncia el fin. El
principio. Y a esas nuevas lágrimas se unen las del uno y la una. Felices.
viernes, 25 de abril de 2014
Sálvese quien pueda
— ¿Jura usted decir la verdad, toda la verdad y nada más
que la verdad?
Rosa respiró profundamente y alzó la mano.
— Sí, lo juro.
Jamás pensó que se encontraría en una situación similar. Ella,
tan pacífica, con una vida tan cómoda, tan tranquila: su trabajo, su familia,
sus aficiones... Sus aficiones, ese era el problema. Su mente y su cuerpo
habían descubierto los placeres de la vida bohemia: la escritura, la pintura,
los buenos libros, los buenos vinos, algún que otro masaje relajante en unos
baños árabes... En fin, que no era barato, y con los recortes que su nómina
había sufrido en los últimos años, comenzaba a verse un poco ahogada. Su
carácter caprichoso le impedía renunciar a ninguno de esos gozos, por lo que no
tuvo más remedio que plantearse una salida. Una salida desesperada.
— Señora Domínguez, ¿se encuentra bien?
— ¿Qué? Sí, sí, dígame.
— Le preguntaba si sabe por qué está aquí.
— Sí, lo sé.
— Señores y señoras del jurado, la señora María Rosa
Domínguez Moreno está acusada del asesinato de la difunta María José Morales
Mora.
El fiscal pasará a continuación a su interrogatorio, para
que el jurado pueda recapacitar después sobre su inocencia o culpabilidad.
— Buenos días señora Domínguez. Dígame, ¿dónde se
encontraba la tarde del 23 de abril del presente año a las 18.30 horas?
— Buenos días. Me encontraba en el médico. Tenía cita a
las 18.35 horas.
— ¿Está enferma? ¿A qué fue allí?
— A una revisión ginecológica, señor.
— ¿Hacía mucho que había pedido esa cita?
— Yo no la pedí. Me la dio la enfermera del doctor Santos,
me tocaba en esa fecha.
— ¿Alguien la vio? ¿Hay testigos de su visita médica?
— El personal de administración de la clínica, los
pacientes de la sala de espera (que no eran muchos), etc. Además, tienen
ustedes en su poder el justificante de asistencia a consulta que me dieron
allí.
— Señora, esos justificantes se expiden como churros sin
necesidad siquiera de que la vea ningún doctor. Lo hemos comprobado. ¿Llegó a
entrar a su revisión? ¿La vio su médico? Y, por cierto, ¿por qué pidió usted un
justificante? ¿Trabaja por las tardes?
Rosa se puso lívida, después roja como un tomate y lívida
de nuevo.
— No no trabajo por las tardes. La costumbre de pedirlo,
supongo.
— No ha contestado a la primera pregunta ¿la vio su
médico?
— Yo...
— ¿Cómo explica entonces que el señor Juan José Alarcón
Bocanegra la descubriera en el Ateneo de Valencina de la Concepción, junto al
señor Jesús Gelo Cotán en flagrante acto criminal?
La acusada se desmoronó. De sus ojos comenzaron a brotar
lágrimas sin consuelo. Cuando logró tranquilizarse — no tardó mucho — su mirada
era fría y decidida.
— Sí, estuve en el Ateneo, señor Juez. El señor Gelo,
Jesús, me utilizó y después me convirtió en cómplice de esta atrocidad. Unas
semanas antes me había contado sus planes de quitar de en medio a nuestra
profesora del taller de escritura creativa, como solución a nuestros problemas
económicos. ¿Sabe? No dejan de recortarnos el sueldo, y ambos tenemos gastos
ineludibles.
Coordinar este taller y dividirnos los beneficios, ese era
el plan. Yo, para alimentar a mi familia. Él, no sé, para financiar sus largos
viajes, supongo.
Yo sólo tenía que mover los hilos para cambiar la sesión
de día sin que se enterase nadie más que María, y después abrir el Ateneo, pues
yo tengo una copia de la llave, y desaparecer de allí. Jesús se ocuparía de lo
demás. Con lo demás, pensaba yo que Jesús se refería a convencerla de alguna
forma para que nos cediese este taller — coordinaba varios, ¿sabe usted? —
Jesús es bastante persuasivo, y como me pidió que les dejase solos, pensé que su
plan era camelarla de otra forma. El novio de María vive en Madrid. Estaba muy
sola aquí, ya me entiende. Nunca imaginé que llegaría a hacer algo así.
Pero una vez en el Ateneo no me dejó irme, y casi sin
cerrar la puerta comenzó a golpear violentamente a María.
Yo no hice nada... Yo no fui, se lo juro.
— Señora Domínguez, le recuerdo que está usted bajo
juramento. No diga nada de lo que después pueda arrepentirse. Si usted no fue
¿cómo es que el monopatín del hijo de la señora Teresa Rodríguez contiene tanto
sus huellas dactilares como las de sus zapatos?
— Un par de semanas antes habíamos tenido nuestra reunión
semanal en casa de Teresa. Su hijo nos mostró su monopatín y estuvimos haciendo
un poco el tonto encima del juguete.
— Es bastante casualidad que la última vez que vieron a la
fallecida fuese, precisamente, en la casa del dueño del arma homicida.
— Bueno, tampoco es tanta casualidad. No es raro trasladar
el taller a la casa de alguno de nosotros de vez en cuando.
— Si nadie sabía de sus planes de cambio de día del taller
¿por qué apareció por allí el señor Alarcón?
— Le avisó Araceli.
— ¿Se refiere usted a Araceli Míguez Salas?
— Sí.
— ¿Con qué propósito avisaría la Señora Míguez al señor
Alarcón?
— Pretendía que nos descubriese.
— ¿Que les descubriese? Usted afirma ser víctima de las
argucias del señor Gelo, no su cómplice ¿No le parece una contradicción ese
.que nos descubriese.?
— Es una forma de hablar.
— Comprendo. ¿Cómo pudo poner sobre aviso la Señora Míguez
al señor Alarcón si nadie estaba al corriente de sus planes?
— Araceli había leído los correos antes de que yo pudiera
borrarlos.
— ¿Por qué tenía usted acceso a los correos de sus
compañeros?
— Porque administro el blog del grupo. Ellos mismos me
cedieron sus contraseñas al comienzo del taller para que colgase sus escritos.
Los muy ilusos nunca cambiaron sus claves.
— Señora Domínguez, cuéntenos cómo consiguieron el
monopatín.
— Jesús estaba haciendo un curso en Sevilla por aquella
fecha. El hijo de Teresa patina por allí cerca. No fue difícil.
— Antes dijo no conocer las verdaderas intenciones del
señor Gelo... Muy curioso que supiera ese detalle...
— ¡Está bien! ¡Lo confieso! Lo planeamos juntos. ¿Usted
cree que es fácil mantener este nivel de vida con un simple sueldo de maestra?
Yo necesito liquidez para ir a conciertos, comprar libros, vinos con D.O....
Sí, lo hicimos. La matamos. Pero la culpa no es mía, ni de Jesús. No, señor
juez, la culpa la tienen los recortes de nuestros gobiernos. ¡Ellos son los culpables!
Y dicho esto, se desmayó sobre su silla.
El jurado, tras mucho deliberar, la encontró inocente,
pues claramente era una víctima de este sistema.
El taller de escritura se disolvió. Sus miembros nunca
volvieron a verse, a excepción de Jesús y Rosa que, con la cuantiosa
indemnización que el Estado tuvo que pagarles por haberlos llevado hasta esa
desesperada situación, fundaron una escuela de escritores de gran prestigio: Libros
con vino.
jueves, 24 de abril de 2014
Cómo se escriben las fechas en textos
Os transcribo aquí un pequeño texto con aclaraciones sobre cómo escribir correctamente fechas en textos.
Podéis consultar más información aquí.
Podéis consultar más información aquí.
He visto en muchos sitios
usar incorrectamente el punto para separar los «miles» al escribir el año, algo
que es incorrecto. Buscando una referencia sobre esto encontré una página donde
se explica muchas cosas más sobre cómo escribir correctamente las fechas:
Rayas,
signos y otros palitos – El orden normal en nuestro
idioma es día + mes + año, tanto si se escribe todo con letras como si
se combina números y letras, o sólo números. En países donde coexistan varios
formatos de hora o donde la influencia de otro idioma sea grande, puede ser
recomendable escribir los meses en números romanos.
Tanto en las fechas como
en cualquier otro contexto numérico, es incorrecto añadir un cero
delante de los números de una sola cifra (no en vano tenemos la
expresión Vales menos que un cero a la izquierda).
Los nombres de los
meses —igual que los de las estaciones y los días de la semana— se escriben en
minúsculas
Los números de cuatro
cifras no deben llevar separador de miles pues no hay duda sobre su lectura en
ningún caso (nací en 1954; me dio
1245 dólares para el viaje). Por uniformidad y alineación con otros números,
puede ser conveniente usar el separador de millares en columnas numéricas,
cuentas, listas de precios, contabilidad, etc.
Hubo hace tiempo un intento de
normalizar el formato de fecha para fuera año + mes + día pero no parece que
fuera muy popular, porque seguimos como siempre.
Actualización: Razorbuzz nos recuerda también otro error
típico «cuando comienzas una carta, por ejemplo, has de colocar un «de» delante
del año, no un «del» como se hace en muchísimmas ocasiones. Es decir, lo
correcto es «14 de enero de 2006» y no «14 de enero del
2006»
viernes, 11 de abril de 2014
Aventura en la Gruta de Naga
Bestiario
La tribu de los Frinkos vive en unas grandes y escondidas cuevas de una profundidad tal que tienen su propio sistema solar: una minúscula constelación formada por un sol al que llaman Naga, dos planetas, Cado e Hiro y dos lunas, Jise y Nila. Se desplaza por la oquedad muy lentamente de norte a sur.
La tribu de los Frinkos vive en unas grandes y escondidas cuevas de una profundidad tal que tienen su propio sistema solar: una minúscula constelación formada por un sol al que llaman Naga, dos planetas, Cado e Hiro y dos lunas, Jise y Nila. Se desplaza por la oquedad muy lentamente de norte a sur.
Los Frinkos se comunican en un
lenguaje donde las consonantes labiales, en distintos tonos e intensidad constituyen la mayor parte de
sus sonidos, y a través de su mirada que cambia de color según el estado
anímico.
Existen cuatro sexos en la tribu
y la reproducción entre ellos puede
darse según el sexo y las características de los distintos grupos étnicos que
la constituyen.
Los Draws son los más altos, tienen unos cuerpos azulados, esbeltos
y elegantes, el cuello extensible unos 30 centímetros más o menos. Van vestidos
con túnicas de tejidos claros y sedosos.
Una larga cabellera les cubre la cabeza y la
espalda. La llevan recogida de diversas formas y estilos, algunos con cuerdas
de colores, otros con telas o con el propio pelo. Las hembras tienen el pelo en
tonos rojizos, los másculas en tonos
grisáceos y los vomas tirando a verde. Se desplazan grácilmente, como si
danzaran. Unas orejas puntiagudas y
diminutas asoman entre sus largas cabelleras. Los dos ojos ocupan casi la mitad
de su rostro, tienen una nariz parecida a la de un felino y una diminuta boca.
Para reproducirse, la hembra saca
de su cuerpo un huevo y cuando cree que hay otro draw de cualquiera de los tres
sexos, que puede aportar una buena cualidad a su vástago, lo invita para acariciarlo y arrullarlo juntos durante tres
noches. El huevo de color azul turquesa, es así fecundado y la hembra lo guarda
en una bolsa, al estilo de los marsupiales que lleva en su espalda durante tres
meses. El pequeño draw nace en la bolsa, abrigado por la cabellera de su madre
que también le sirve de alimento.
Los Lumas son más bajos, de color anaranjado, tienen un ojo delante
y otro detrás en una cabeza alargada, cubierta de pelo corto y rizado. Tienen
siete dedos en la mano derecha y tres en la izquierda, se mueven de forma
rápida y vigorosa, son muy juguetones y traviesos y relucen en la oscuridad. Se
reproducen por clonación.
Los Colfus son seres mágicos, tienen el cuerpo de cintura para
abajo de guepardo, las extremidades superiores humanas y unas alas vigorosas. Su
cabeza coronada por un pelaje felino y
ojos azules grandes e intensos.
Todos estos grupos étnicos viven
en estas inexploradas cuevas con una fauna diversa: lagarmariposa, pezperro, gallicomadreja, vacavestruz, ratagato, y los susús, unos seres voladores
pequeños de formas estrelladas o esféricas de pelo muy suave, que se posan en los hombros y en los lomos de
los demás seres y tienen poder relajante,
causan buen humor con su roce, por lo
que están muy solicitados y son
bienvenidos en cualquier lugar.
Cuento
Marta y Alex habían llegado desde
lejos a realizar una excavación arqueológica por la zona y cuando empezaron a
cavar en el terreno señalado, se sintieron embriagados por unos aromas que
emanaban de la tierra. Siguieron excavando hasta descubrir un hueco del que
salía una potente luz y sin dudarlo se deslizaron a través de una cuerda.
No podían creer lo que aparecía
ante sus ojos y se miraron boquiabiertos mientras descendían a la orilla de un
precioso estanque rodeado árboles y de seres
nunca vistos.
Empezaba la época de la
floración y la gruta llena de
lagos, flores y prados se tornaba en un bello y perfumado paisaje incitando a
todos los habitantes a entrar en un estado de apasionamiento por todo cuanto
hacían: cocinar exquisitos manjares para compartir en las distintas
celebraciones, fabricar elegantes vestimentas y ornamentar las estancias con
piedras y cristales.
Los draws se acercaron a ellos y
los rodearon, miraban atentamente sus ojos y emitían suaves sonidos. Mey, la
más sabia de su etnia, tomó su blanca
cabellera y la acercó hacia los recién llegados, que desconcertados no sabían
qué hacer. Marta se quitó el pañuelo que llevaba al cuello y con mucha suavidad
lo anudó al cabello que Mey le ofrecía haciendo un lazo para rematar el adorno.
Alex cogió su móvil, eligió una
música alegre y festiva, lo colocó en el
suelo y comenzó a balancearse de un lado a otro de la mano de Marta y dieron
unas vueltas al son de la música. Los demás intentaron imitar los movimientos
aunque eran mucho más ágiles y al elevarse del suelo su movilidad era mucho
mayor. Mey tomando de la mano a Marta le ofreció unos cuencos con lo que
parecían hojas y flores y tomando una flor la metió en su boca invitando a los
humanos a hacer lo mismo.
Un luma también se acercó a ellos
poniendo flores en sus hombros y saltando de un lado a otro con su
característica elasticidad.
Alex cogió una flor azul y al
comerla sintió en su boca un sabor que le recordaba al de las nueces con miel y exclamó ¡Que rico!
Los demás inmediatamente dijeron
lo mismo, en el mismo tono sonriendo al imitar la voz y los gestos de Alex.
Los colfus también estaban muy
activos; volaban con sus brillantes alas
portando cestas y vasijas de un lado hacia otro.
Mey escrutó los ojos de Alex y
enseguida supo cómo comunicarse con él, hizo unos sonidos y para asombro de
Marta, supo lo que estaba diciendo aunque los sonidos eran del todo extraños
para ella. “Seguidme, vamos a ver al resto de mi familia”.
Los llevaron por un sendero hasta
llegar a una explanada donde los demás habitantes de las diferentes etnias
elaboraban unos coloristas platos con flores y hojas, adornaban las mesas de
piedra con trozos de cristales de colores y después del momento de sorpresa por
los humanos, todos se sentaron y se comunicaban entre ellos, mientras los susus
se posaban en los hombros de los congregados.
Mey mostró mucha curiosidad por
el mundo de donde provenía la pareja y parecía que todo lo que contaban ya lo
sabía, pues no mostraba sorpresa alguna. Toyu, de la etnia Luma se mostraba
temeroso y comentó que si los extranjeros se quedaban podrían contaminar la gruta
y causar grietas y fisuras que podrían dejarla al descubierto. Decía que se los
descubrían otros seres podrían llegar allí con intenciones invasoras, como ya
había pasado en la gruta anterior de la que habían huido y que al ser
descubierta la invadieron con focos, turistas y artefactos extraños, acabando
con sus habitantes. La habían abandonado
porque ya no podían vivir tranquilos siempre escondiéndose del tropel de
humanos husmeando su gruta.
Alex y Marta habían pensado lo
mismo; ese sitio tan maravilloso de criaturas tan extrañas tendría que
mostrarse al mundo y ellos serían famosos,
se les recordaría por ese
maravilloso espacio que había estado oculto durante milenios. Ya veían sus
nombres en las revistas del momento y sus caras en todas las noticias del
mundo.
Alex piensa en las expediciones
de científicos que vendrán a investigar a estos seres y la fuente de riqueza
que supondrá organizar estos viajes, escribir artículos, conceder entrevistas…
Todo acceso a la gruta pasará por sus manos…
Durante varios días Alex y Marta recorrieron
la gruta disfrutando de su flora y su fauna, se comunicaban sin problemas con
todas las etnias, asistieron al nacimiento de algunos bebés, jugaron, comieron
y bebieron y empezaron a pensar que tendrían que regresar pues sus familias y
amigos estarían preocupados por ellos.
Llegó el día de la despedida; los draws pasaron sus largas cabelleras por las
manos de la pareja, los lumas los rozaron en la barbilla, iluminándolos de azul
y los colfus batieron sus alas y ofrecieron un flor a cada uno. El ambiente era
relajado y alegre y la euforia por el descubrimiento de aquel lugar embargaba a
Alex y hacía soñar a Marta con la fama. Cuando empezaron a trepar los susus los
acompañaron sobre sus hombros durante el recorrido vertical.
Trepando por la cuerda miraron
hacia arriba, no se veía ningún hueco hasta que unas largamariposas cavaron en
el techo y apareció una pequeña abertura por la que salieron de nuevo al
terreno acotado donde se disponían a excavar.
Una vez fuera, Alex pregunta
–¿He dormido mucho tiempo? ¡Me siento genial!
–Creo que si no me despiertas aún
seguiría durmiendo– contesta Marta y mirando su reloj –Media hora más o menos, creo que
veníamos muy cansados del viaje.
–Pues parece que he dormido tres
días. Por cierto aquí no ha habido suerte, mira todos los hoyos que hemos hecho
y no hemos encontrado nada de lo que venimos a buscar. Recogemos y bajamos unos
cincuenta kilómetros al sur, por los apuntes que he recogido, creo que allí descubriremos
algo grande.
Siglos atrás los seres de la
gruta habían realizado un hechizo por el
que los que llegaban hasta allí, una vez que hubieran sido bien acogidos en la
Gruta de Naga, si albergaban deseos de enriquecimiento y avaricia, nunca podrían revelar el secreto porque al salir a la
superficie, se borraría ese recuerdo de
su cerebro.
Alex y Marta suben al potente
todoterreno y emprenden el camino hacia otro lugar, soñando en realizar un gran
descubrimiento que los encumbre, dejando
tras de sí una gran polvareda.
Araceli Míguez
Marzo 2014
Tarde de ocio
Daniela se dirige a las salas de
cine del centro comercial cercano a la parada del metro. Había quedado con
Angelo y Mauricio, sus compañeros, estudiantes de intercambio que querían
aprovechar al máximo su estancia en la ciudad.
En las taquillas Daniela mira
impaciente a un lado y al otro pero sus amigos no llegan y la película empezará
en unos minutos. Compra su entrada y se queda
sorprendida al ver a la persona que le entrega su ticket. Tiene cara de bebé, los
ojos de un azul intenso, la cabeza cubierta de rizos rubios y succiona un
chupete estruendosamente. Mira a su alrededor y un hombre uniformado que está
detrás de Daniela habla a través del móvil;
–Tengo a otra sospechosa– y
agarrando a Daniela por el brazo le pregunta dónde estaban los demás.
Daniela confusa y boquiabierta
mira a su alrededor sin saber qué le está
ocurriendo. Se fija en las dependientas y las cajeras del centro comercial;
todas tienen la misma cara, van con el mismo peinado, el mismo maquillaje y por
supuesto el mismo uniforme, actúan de manera automática, con los mismos
movimientos acompasados cogen los productos de la cinta transportadora y los
pasan al otro lado una vez escaneados. Es evidente que son autómatas clonadas.
Daniela ve a Mauricio y
Angelo que llegan apresurados y al verla
agarrada del brazo por aquel guardia de seguridad le preguntan al oído– ¿qué has hecho? ¿es que
eres de la mafia o de alguna mara?– Podías haberlo comentado, nosotros somos de
la mafia calabresa, y estamos buscando a gente que quiera unirse para emprender
una lucha contra la mafia americana por el control del mercado de humanos.–
Cuando Daniela, asombrada intenta
preguntarles de qué están hablando, se les acerca un hombre con pinta
desaliñada, barba canosa y gafas, con un aerógrafo que incorpora una aguja en
la mano diciendo que tiene que tatuarles una estrella en el brazo derecho para
distinguirlos de los autómatas.
Al escuchar esto, el guarda que agarra
el brazo de Daniela sale corriendo arrollando a su paso a toda persona que se
encuentra a su paso. Una mujer que conduce su carro metálico lleno de
productos saca una pistola y le lanza
una carga de pintura amarilla a lo que el sujeto responde lanzando un chorro de
pintura roja.
El altavoz anuncia que las
pinturas son comestibles y están de oferta; cuatro paquetes de distintos colores
y sabores por el precio de tres; pueden encontrarse en el pasillo cuatro.
Muchos de los presentes sacan
también sus pistolas y comienzan a disparar con distintos colores hasta que el centro
parece una paleta cromática y el suelo se convierte en una pista de patinaje
multicolor.
La gente comienza a deslizarse
ente risas y caídas. Daniela, Angelo y Mauricio abandonan la idea del cine y de
las mafias y se lanzan a patinar cubiertos de pintura.
De nuevo el altavoz emite una música
y a continuación anuncia otra novedosa oferta;
–Hombres, mujeres y niños a
precios increíbles. Compren sus humanos ya. Se regala collar y casco antimordeduras.
Pueden encontrarlos de oferta en el pasillo diez –
Daniela mientras patina, observa
como un numeroso grupo de personas se apiñan en la puerta de entrada del
hipermercado, al cabo de unos minutos van saliendo con un carro automático
portando a un ser humano esposado y con una especie de casco formado por
tubos de aluminio que cubre la cabeza
hasta el cuello y un saco donde se lee “pienso para humanos”.
Daniela busca al hombre del
aerógrafo para que le explique lo que está pasando y lo encuentra, junto a una
niña de unos seis años, ambos esposados
y con el casco, en el carro de una mujer que viste con ropa deportiva que se
pone a la cola de las cajas para pagar la compra.
–Por favor, explícame lo del
tatuaje. ¿Por qué tenemos que tatuarnos una estrella? –pregunta Daniela de
forma apresurada al tatuador, en el momento en que la mujer se aleja, en busca
de algún producto olvidado.
–Sin estrella no estás
identificada como libre, te pueden capturar y vender en cualquier cadena de
supermercados. ¡Rápido, coge mi aerógrafo del bolsillo izquierdo, tatúanos y
después lo haces tú!. Así podremos demostrar que somos humanos– le contesta en
un susurro el tatuador.
Daniela rebuscaba en el bolsillo indicado,
cuando siente que la agarran por cada brazo
dos enormes payasos que había visto a la entrada del centro anunciando hamburguesas Mcdowal. Uno de ellos
levanta su manga derecha y le inyecta algún producto que la adormece de forma
inmediata.
Lo siguiente que ve Daniela al
despertar es un camino de baldosas amarillas delante de ella que le recuerda a
su película favorita de cuando era pequeña. Intenta dar un paso para seguirlo pero
sus pies y sus manos están esposados, aterrada mira a su alrededor, su visión
se encuentra dividida por unas cuadrículas formadas por tubos de aluminio.
Intenta gritar pero no tiene voz, algo ha pasado en su garganta, pues solo
emite susurros. Divisa a su derecha un largo pasillo con personas como ella,
inmovilizadas y puestas en fila y del techo cuelgan grandes carteles de colores
fluorescente, anunciado ofertas de “dos por el precio de uno”.
Daniela observa con tristeza e
impotencia las grandes colas formadas en las cajas registradoras donde las mismas chicas
uniformadas y repetidas, pasan a una velocidad de vértigo los
códigos de barra de los productos y los
humanos que compran compulsivamente los clientes. Al otro lado de las cajeras, una multitud, ajena a lo que está
ocurriendo, se divierte patinando sobre pintura y jugando a la guerra.
Araceli Míguez
Abril de 2014
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