Daniela se dirige a las salas de
cine del centro comercial cercano a la parada del metro. Había quedado con
Angelo y Mauricio, sus compañeros, estudiantes de intercambio que querían
aprovechar al máximo su estancia en la ciudad.
En las taquillas Daniela mira
impaciente a un lado y al otro pero sus amigos no llegan y la película empezará
en unos minutos. Compra su entrada y se queda
sorprendida al ver a la persona que le entrega su ticket. Tiene cara de bebé, los
ojos de un azul intenso, la cabeza cubierta de rizos rubios y succiona un
chupete estruendosamente. Mira a su alrededor y un hombre uniformado que está
detrás de Daniela habla a través del móvil;
–Tengo a otra sospechosa– y
agarrando a Daniela por el brazo le pregunta dónde estaban los demás.
Daniela confusa y boquiabierta
mira a su alrededor sin saber qué le está
ocurriendo. Se fija en las dependientas y las cajeras del centro comercial;
todas tienen la misma cara, van con el mismo peinado, el mismo maquillaje y por
supuesto el mismo uniforme, actúan de manera automática, con los mismos
movimientos acompasados cogen los productos de la cinta transportadora y los
pasan al otro lado una vez escaneados. Es evidente que son autómatas clonadas.
Daniela ve a Mauricio y
Angelo que llegan apresurados y al verla
agarrada del brazo por aquel guardia de seguridad le preguntan al oído– ¿qué has hecho? ¿es que
eres de la mafia o de alguna mara?– Podías haberlo comentado, nosotros somos de
la mafia calabresa, y estamos buscando a gente que quiera unirse para emprender
una lucha contra la mafia americana por el control del mercado de humanos.–
Cuando Daniela, asombrada intenta
preguntarles de qué están hablando, se les acerca un hombre con pinta
desaliñada, barba canosa y gafas, con un aerógrafo que incorpora una aguja en
la mano diciendo que tiene que tatuarles una estrella en el brazo derecho para
distinguirlos de los autómatas.
Al escuchar esto, el guarda que agarra
el brazo de Daniela sale corriendo arrollando a su paso a toda persona que se
encuentra a su paso. Una mujer que conduce su carro metálico lleno de
productos saca una pistola y le lanza
una carga de pintura amarilla a lo que el sujeto responde lanzando un chorro de
pintura roja.
El altavoz anuncia que las
pinturas son comestibles y están de oferta; cuatro paquetes de distintos colores
y sabores por el precio de tres; pueden encontrarse en el pasillo cuatro.
Muchos de los presentes sacan
también sus pistolas y comienzan a disparar con distintos colores hasta que el centro
parece una paleta cromática y el suelo se convierte en una pista de patinaje
multicolor.
La gente comienza a deslizarse
ente risas y caídas. Daniela, Angelo y Mauricio abandonan la idea del cine y de
las mafias y se lanzan a patinar cubiertos de pintura.
De nuevo el altavoz emite una música
y a continuación anuncia otra novedosa oferta;
–Hombres, mujeres y niños a
precios increíbles. Compren sus humanos ya. Se regala collar y casco antimordeduras.
Pueden encontrarlos de oferta en el pasillo diez –
Daniela mientras patina, observa
como un numeroso grupo de personas se apiñan en la puerta de entrada del
hipermercado, al cabo de unos minutos van saliendo con un carro automático
portando a un ser humano esposado y con una especie de casco formado por
tubos de aluminio que cubre la cabeza
hasta el cuello y un saco donde se lee “pienso para humanos”.
Daniela busca al hombre del
aerógrafo para que le explique lo que está pasando y lo encuentra, junto a una
niña de unos seis años, ambos esposados
y con el casco, en el carro de una mujer que viste con ropa deportiva que se
pone a la cola de las cajas para pagar la compra.
–Por favor, explícame lo del
tatuaje. ¿Por qué tenemos que tatuarnos una estrella? –pregunta Daniela de
forma apresurada al tatuador, en el momento en que la mujer se aleja, en busca
de algún producto olvidado.
–Sin estrella no estás
identificada como libre, te pueden capturar y vender en cualquier cadena de
supermercados. ¡Rápido, coge mi aerógrafo del bolsillo izquierdo, tatúanos y
después lo haces tú!. Así podremos demostrar que somos humanos– le contesta en
un susurro el tatuador.
Daniela rebuscaba en el bolsillo indicado,
cuando siente que la agarran por cada brazo
dos enormes payasos que había visto a la entrada del centro anunciando hamburguesas Mcdowal. Uno de ellos
levanta su manga derecha y le inyecta algún producto que la adormece de forma
inmediata.
Lo siguiente que ve Daniela al
despertar es un camino de baldosas amarillas delante de ella que le recuerda a
su película favorita de cuando era pequeña. Intenta dar un paso para seguirlo pero
sus pies y sus manos están esposados, aterrada mira a su alrededor, su visión
se encuentra dividida por unas cuadrículas formadas por tubos de aluminio.
Intenta gritar pero no tiene voz, algo ha pasado en su garganta, pues solo
emite susurros. Divisa a su derecha un largo pasillo con personas como ella,
inmovilizadas y puestas en fila y del techo cuelgan grandes carteles de colores
fluorescente, anunciado ofertas de “dos por el precio de uno”.
Daniela observa con tristeza e
impotencia las grandes colas formadas en las cajas registradoras donde las mismas chicas
uniformadas y repetidas, pasan a una velocidad de vértigo los
códigos de barra de los productos y los
humanos que compran compulsivamente los clientes. Al otro lado de las cajeras, una multitud, ajena a lo que está
ocurriendo, se divierte patinando sobre pintura y jugando a la guerra.
Araceli Míguez
Abril de 2014
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