viernes, 11 de abril de 2014

Tarde de ocio

Daniela se dirige a las salas de cine del centro comercial cercano a la parada del metro. Había quedado con Angelo y Mauricio, sus compañeros,  estudiantes de intercambio que querían aprovechar al máximo su estancia en la ciudad.
En las taquillas Daniela mira impaciente a un lado y al otro pero sus amigos no llegan y la película empezará en unos minutos.  Compra su entrada y se queda sorprendida al ver a la persona que le entrega su ticket. Tiene cara de bebé, los ojos de un azul intenso, la cabeza cubierta de rizos rubios y succiona un chupete estruendosamente. Mira a su alrededor y un hombre uniformado que está detrás de Daniela habla a través del móvil; 

–Tengo a otra sospechosa– y agarrando a Daniela por el brazo le pregunta dónde estaban los demás.

Daniela confusa y boquiabierta mira  a su alrededor sin saber qué le está ocurriendo. Se fija en las dependientas y las cajeras del centro comercial; todas tienen la misma cara, van con el mismo peinado, el mismo maquillaje y por supuesto el mismo uniforme, actúan de manera automática, con los mismos movimientos acompasados cogen los productos de la cinta transportadora y los pasan al otro lado una vez escaneados. Es evidente que son autómatas clonadas.

Daniela ve a Mauricio y Angelo  que llegan apresurados y al verla agarrada del brazo por aquel guardia de seguridad  le preguntan al oído– ¿qué has hecho? ¿es que eres de la mafia o de alguna mara?– Podías haberlo comentado, nosotros somos de la mafia calabresa, y estamos buscando a gente que quiera unirse para emprender una lucha contra la mafia americana por el control del mercado de humanos.–

Cuando Daniela, asombrada intenta preguntarles de qué están hablando, se les acerca un hombre con pinta desaliñada, barba canosa y gafas, con un aerógrafo que incorpora una aguja en la mano diciendo que tiene que tatuarles una estrella en el brazo derecho para distinguirlos de los autómatas.

Al escuchar esto, el guarda que agarra el brazo de Daniela sale corriendo arrollando a su paso a toda persona que se encuentra a su paso.  Una  mujer que conduce su carro metálico lleno de productos  saca una pistola y le lanza una carga de pintura amarilla a lo que el sujeto responde lanzando un chorro de pintura roja.

El altavoz anuncia que las pinturas son comestibles y están de oferta; cuatro paquetes de distintos colores y sabores por el precio de tres; pueden encontrarse en el pasillo cuatro.
Muchos de los presentes sacan también sus pistolas y comienzan a disparar con distintos colores hasta que el centro parece una paleta cromática y el suelo se convierte en una pista de patinaje multicolor.

La gente comienza a deslizarse ente risas y caídas. Daniela, Angelo y Mauricio abandonan la idea del cine y de las mafias y se lanzan a patinar cubiertos de pintura.

De nuevo el altavoz emite una música y a continuación anuncia otra novedosa oferta; 

–Hombres, mujeres y niños a precios increíbles. Compren sus humanos  ya. Se regala collar y casco antimordeduras. Pueden encontrarlos de oferta en el pasillo diez –

Daniela mientras patina, observa como un numeroso grupo de personas se apiñan en la puerta de entrada del hipermercado, al cabo de unos minutos van saliendo con un carro automático portando a un ser humano esposado y con una especie de casco formado por tubos  de aluminio que cubre la cabeza hasta el cuello y un saco donde se lee “pienso para humanos”.

Daniela busca al hombre del aerógrafo para que le explique lo que está pasando y lo encuentra, junto a una niña de unos seis años, ambos  esposados y con el casco, en el carro de una mujer que viste con ropa deportiva que se pone a la cola de las cajas para pagar la compra.

–Por favor, explícame lo del tatuaje. ¿Por qué tenemos que tatuarnos una estrella? –pregunta Daniela de forma apresurada al tatuador, en el momento en que la mujer se aleja, en busca de algún producto olvidado.

–Sin estrella no estás identificada como libre, te pueden capturar y vender en cualquier cadena de supermercados. ¡Rápido, coge mi aerógrafo del bolsillo izquierdo, tatúanos y después lo haces tú!. Así podremos demostrar que somos humanos– le contesta en un susurro el tatuador.

Daniela rebuscaba en el bolsillo indicado, cuando siente que la agarran por cada brazo  dos enormes payasos que había visto a la entrada del centro  anunciando hamburguesas Mcdowal. Uno de ellos levanta su manga derecha y le inyecta algún producto que la adormece de forma inmediata.

Lo siguiente que ve Daniela al despertar es un camino de baldosas amarillas delante de ella que le recuerda a su película favorita de cuando era pequeña. Intenta dar un paso para seguirlo pero sus pies y sus manos están esposados, aterrada mira a su alrededor, su visión se encuentra dividida por unas cuadrículas formadas por tubos de aluminio.

Intenta gritar pero no tiene voz, algo ha pasado en su garganta, pues solo emite susurros. Divisa a su derecha un largo pasillo con personas como ella, inmovilizadas y puestas en fila y del techo cuelgan grandes carteles de colores fluorescente,  anunciado ofertas  de “dos por el precio de uno”.

Daniela observa con tristeza e impotencia las grandes colas formadas en las cajas registradoras donde las mismas chicas uniformadas y repetidas, pasan a una velocidad de vértigo los códigos de barra de los productos y los humanos que compran compulsivamente los clientes. Al otro lado de  las cajeras, una multitud, ajena a lo que está ocurriendo, se divierte patinando sobre pintura y jugando a la guerra.
Araceli Míguez

Abril de 2014

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