viernes, 25 de abril de 2014

Sálvese quien pueda

— ¿Jura usted decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?
Rosa respiró profundamente y alzó la mano.
— Sí, lo juro.

Jamás pensó que se encontraría en una situación similar. Ella, tan pacífica, con una vida tan cómoda, tan tranquila: su trabajo, su familia, sus aficiones... Sus aficiones, ese era el problema. Su mente y su cuerpo habían descubierto los placeres de la vida bohemia: la escritura, la pintura, los buenos libros, los buenos vinos, algún que otro masaje relajante en unos baños árabes... En fin, que no era barato, y con los recortes que su nómina había sufrido en los últimos años, comenzaba a verse un poco ahogada. Su carácter caprichoso le impedía renunciar a ninguno de esos gozos, por lo que no tuvo más remedio que plantearse una salida. Una salida desesperada.

— Señora Domínguez, ¿se encuentra bien?
— ¿Qué? Sí, sí, dígame.
— Le preguntaba si sabe por qué está aquí.
— Sí, lo sé.
— Señores y señoras del jurado, la señora María Rosa Domínguez Moreno está acusada del asesinato de la difunta María José Morales Mora.
El fiscal pasará a continuación a su interrogatorio, para que el jurado pueda recapacitar después sobre su inocencia o culpabilidad.
— Buenos días señora Domínguez. Dígame, ¿dónde se encontraba la tarde del 23 de abril del presente año a las 18.30 horas?
— Buenos días. Me encontraba en el médico. Tenía cita a las 18.35 horas.
— ¿Está enferma? ¿A qué fue allí?
— A una revisión ginecológica, señor.
— ¿Hacía mucho que había pedido esa cita?
— Yo no la pedí. Me la dio la enfermera del doctor Santos, me tocaba en esa fecha.
— ¿Alguien la vio? ¿Hay testigos de su visita médica?
— El personal de administración de la clínica, los pacientes de la sala de espera (que no eran muchos), etc. Además, tienen ustedes en su poder el justificante de asistencia a consulta que me dieron allí.
— Señora, esos justificantes se expiden como churros sin necesidad siquiera de que la vea ningún doctor. Lo hemos comprobado. ¿Llegó a entrar a su revisión? ¿La vio su médico? Y, por cierto, ¿por qué pidió usted un justificante? ¿Trabaja por las tardes?

Rosa se puso lívida, después roja como un tomate y lívida de nuevo.

— No no trabajo por las tardes. La costumbre de pedirlo, supongo.
— No ha contestado a la primera pregunta ¿la vio su médico?
— Yo...
— ¿Cómo explica entonces que el señor Juan José Alarcón Bocanegra la descubriera en el Ateneo de Valencina de la Concepción, junto al señor Jesús Gelo Cotán en flagrante acto criminal?

La acusada se desmoronó. De sus ojos comenzaron a brotar lágrimas sin consuelo. Cuando logró tranquilizarse — no tardó mucho — su mirada era fría y decidida.

— Sí, estuve en el Ateneo, señor Juez. El señor Gelo, Jesús, me utilizó y después me convirtió en cómplice de esta atrocidad. Unas semanas antes me había contado sus planes de quitar de en medio a nuestra profesora del taller de escritura creativa, como solución a nuestros problemas económicos. ¿Sabe? No dejan de recortarnos el sueldo, y ambos tenemos gastos ineludibles.
Coordinar este taller y dividirnos los beneficios, ese era el plan. Yo, para alimentar a mi familia. Él, no sé, para financiar sus largos viajes, supongo.
Yo sólo tenía que mover los hilos para cambiar la sesión de día sin que se enterase nadie más que María, y después abrir el Ateneo, pues yo tengo una copia de la llave, y desaparecer de allí. Jesús se ocuparía de lo demás. Con lo demás, pensaba yo que Jesús se refería a convencerla de alguna forma para que nos cediese este taller — coordinaba varios, ¿sabe usted? — Jesús es bastante persuasivo, y como me pidió que les dejase solos, pensé que su plan era camelarla de otra forma. El novio de María vive en Madrid. Estaba muy sola aquí, ya me entiende. Nunca imaginé que llegaría a hacer algo así.
Pero una vez en el Ateneo no me dejó irme, y casi sin cerrar la puerta comenzó a golpear violentamente a María.
Yo no hice nada... Yo no fui, se lo juro.
— Señora Domínguez, le recuerdo que está usted bajo juramento. No diga nada de lo que después pueda arrepentirse. Si usted no fue ¿cómo es que el monopatín del hijo de la señora Teresa Rodríguez contiene tanto sus huellas dactilares como las de sus zapatos?
— Un par de semanas antes habíamos tenido nuestra reunión semanal en casa de Teresa. Su hijo nos mostró su monopatín y estuvimos haciendo un poco el tonto encima del juguete.
— Es bastante casualidad que la última vez que vieron a la fallecida fuese, precisamente, en la casa del dueño del arma homicida.
— Bueno, tampoco es tanta casualidad. No es raro trasladar el taller a la casa de alguno de nosotros de vez en cuando.
— Si nadie sabía de sus planes de cambio de día del taller ¿por qué apareció por allí el señor Alarcón?
— Le avisó Araceli.
— ¿Se refiere usted a Araceli  Míguez Salas?
— Sí.
— ¿Con qué propósito avisaría la Señora Míguez al señor Alarcón?
— Pretendía que nos descubriese.
— ¿Que les descubriese? Usted afirma ser víctima de las argucias del señor Gelo, no su cómplice ¿No le parece una contradicción ese .que nos descubriese.?
— Es una forma de hablar.
— Comprendo. ¿Cómo pudo poner sobre aviso la Señora Míguez al señor Alarcón si nadie estaba al corriente de sus planes?
— Araceli había leído los correos antes de que yo pudiera borrarlos.
— ¿Por qué tenía usted acceso a los correos de sus compañeros?
— Porque administro el blog del grupo. Ellos mismos me cedieron sus contraseñas al comienzo del taller para que colgase sus escritos. Los muy ilusos nunca cambiaron sus claves.
— Señora Domínguez, cuéntenos cómo consiguieron el monopatín.
— Jesús estaba haciendo un curso en Sevilla por aquella fecha. El hijo de Teresa patina por allí cerca. No fue difícil.
— Antes dijo no conocer las verdaderas intenciones del señor Gelo... Muy curioso que supiera ese detalle...
— ¡Está bien! ¡Lo confieso! Lo planeamos juntos. ¿Usted cree que es fácil mantener este nivel de vida con un simple sueldo de maestra? Yo necesito liquidez para ir a conciertos, comprar libros, vinos con D.O.... Sí, lo hicimos. La matamos. Pero la culpa no es mía, ni de Jesús. No, señor juez, la culpa la tienen los recortes de nuestros gobiernos. ¡Ellos son los culpables!

Y dicho esto, se desmayó sobre su silla.
El jurado, tras mucho deliberar, la encontró inocente, pues claramente era una víctima de este sistema.

El taller de escritura se disolvió. Sus miembros nunca volvieron a verse, a excepción de Jesús y Rosa que, con la cuantiosa indemnización que el Estado tuvo que pagarles por haberlos llevado hasta esa desesperada situación, fundaron una escuela de escritores de gran prestigio: Libros con vino.

3 comentarios:

  1. Increíble. No solo me matáis sino que además, lo publicáis con todo lujo de detalles. Cría cuervos...y tendrás muchos.
    Besos desde el más allá, pandilla literaria de delincuentes.
    :-)

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  2. ¿Es lo mismo pandilla literaria de delincuentes que pandilla de delincuentes literaria? A mi chica no se la carga nadie, ¡eh!... mucho ojito, que estoy vigilando (desde el más allá, o sea, desde Madrid)
    César

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    Respuestas
    1. jajajaja.
      Pues nos la hemos cargado entre dos, pero el otro no da la cara...
      Eso sí, con mucho cariño.

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