Raro despertar
Suena el despertador como cada
mañana y salgo de la cama somnolienta y dando tumbos, me dirijo al baño y
mientras me dispongo a despójame del
pijama de franela me miro en el espejo y lanzo un angustioso grito.
Estoy confusa, mi aspecto me
recuerda a alguien que conozco pero no atino a saber quién. Me exploro y veo mi
cabeza rizada y canosa, las arrugas surcan mi cara y al mirarme el cuerpo
descubro muchas cicatrices y una piel marchita por los años.
¿Qué me pasa?- me pregunto- voy al salón y encuentro libros apilados,
periódicos en varios idiomas y un sinfín de cosas extrañas que no sé para qué
sirven. No reconozco ni el salón ni las demás estancias de la casa. Abro la
puerta y salgo a un gran porche con butacas de madera y delante un pequeño
jardín. Estoy perdida y desorientada, queriendo despertar de una pesadilla que
me vuelva a una realidad conocida.
Vuelvo dentro y encuentro la
cocina – me haré un té, a ver si me despejo- me digo y en ese momento descubro
un ordenador sobre la encimera y no dudo en lanzarme sobre él como si la
máquina tuviera todas las respuestas que busco.
Tecleo un buscador e introduzco
las seis letras de un periódico que recordaba haber leído durante mucho tiempo,
aparece de la pantalla una fecha increíble 12 de mayo de 2063 y en ese momento
salen de la pantalla proyectados un conjunto de círculos que me rodean y me
dejan dentro de una gran esfera desde la que, sólo dirigiendo mi retina hacia
una imagen salen de un pequeño cubo, se expanden y me rodean, dejándome como un
extra en la escena de una película, sólo que son noticias reproducidas
virtualmente.
Después de asimilar varias
noticias contemplando las escenas desde dentro, dirijo la vista hacia un cubo
virtual que llama mi atención donde se ve en miniatura lo que parece ser una
explosión y en ese momento la escena cobra vida y me veo entre un gran número de personas apabulladas que ven
pequeñas explosiones sobre sus cabezas.
Me acerco a un chico que habla
solo, después descubro que está grabando con una pequeña cámara que lleva prendida en el
hombro a modo de pin; deduzco que es un reportero o un periodista que está
comentando el suceso.
Atiendo a lo que dice y quedo
estupefacta; la NASA y las industrias armamentísticas junto a laboratorios de
genética estaban trabajando en un experimento parecido a “Un mundo feliz”,
basado en buscar un comportamiento humano sumiso y dirigido mediante el engaño
del cerebro, que vería sólo aquello que los que habían pagado el experimento
quisieran que viera y aceptara con agrado todo cuanto le fuera impuesto.
Miembros en la clandestinidad de
un movimiento de resistencia habían entrado en los laboratorios saboteando el
experimento poniendo una bomba en los depósitos de algo que me recordaba al
“soma”. La explosión fue liberando otros gases y sustancias destinadas a otros
fines, entre ellas las destinadas a clonar, alterar los átomos e intercambiar
la electricidad cerebral entre cuerpos humanos.
Cerré el ordenador y volví a
dirigirme al baño para contemplarme nuevamente en el espejo, ahora sabía de
quien era mi aspecto, no sabía si reír o llorar pues habían pasado 50 años
desde la última fecha que recordaba y ahora no tenía la menor idea de por dónde
debía comenzar a tirar del hilo para reconstruir ese periodo no vivido o no
recordado.
Después de llorar, patear y
maldecir pensé que no todo estaba perdido y que mi nuevo aspecto podría ayudarme a buscar información sobre lo
sucedido y encontrar a mi familia aunque dudaba de si los reconocería dada la
catástrofe ocurrida, todos estaríamos irreconocibles.
Lo intentaría aunque no sabía la
reacción de los míos cuando me presentara ante ellos metida en el cuerpo de Nelson Mandela.
Araceli Míguez
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