miércoles, 5 de noviembre de 2014

En la sala de espera

En la sala de espera

Son las 14 horas y 28 minutos;

Me encuentro en la sala de espera de Dermatología del hospital Virgen Macarena, escuchando por el altavoz un sinfín de nombres de pacientes que son llamados a las distintas consultas.

En los bancos corridos  metálicos con asientos de madera,  me fijo en las personas que están en la misma estancia.

A mi lado una señora de unos  sesenta y tantos años acompañada por un hombre también esperan. La oigo comentar algo de una operación de cadera de la que aún no se ha recuperado y  de los achaques que la tienen  fastidiada. El hombre,  calvo y obeso,  de unos 50 años le responde que también su rodilla está fastidiada y casi no puede andar.

Yo espero mirando mi móvil cada vez que suena un nuevo mensaje mientras mi hermana, que me acompaña, mira por la ventana.

Suena el teléfono y el hombre obeso lo mira y contesta de mala gana.

–Dime
()
– Pero si yo te dije que este fin de semana me iba de viaje. ¿Cómo voy a recoger a los niños?
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– Que no te has enterado, que te cambié el del 3 por el del 24, ¿no te acuerdas?
()
– Imposible, hoy no puedo quedarme con los niños, avíatelas como puedas porque te lo dije hace tiempo y ya tengo mis planes hechos.
()
– No empecemos, que ya nos conocemos. Que es que no y punto. – Y diciendo esto suelta el teléfono en el banco, con evidente enojo.

–Voy al baño– dice con brusquedad, levantándose para entrar en la puerta cercana  donde se lee la palabra Aseos

A los cinco minutos regresa.

– Era Herminia ¿verdad? Pregunta la señora mayor con voz triste, devolviéndole el teléfono que él había dejado en el banco.

–¿Quién va a ser si no? Siempre lo mismo. Me quiere endosar a los niños en los puentes y cuando a ella le conviene para irse con el gilipollas ese en plan tortolitos. No le da vergüenza con la edad que tiene ir de la manita, como una adolescente. Pues  la lleva clara conmigo.

– Si tú te quieres irte a cualquier sitio, los niños se pueden quedar conmigo, que ya son mayores y no  me dan trabajo, pero no me habías dicho nada de irte este puente.

–No me voy a ningún sitio, mamá. ¿A dónde voy a ir sin un duro?  Pero no me da la gana que ella disponga de mí como si yo no tuviera otra cosa que hacer que estar cuando a ella se le antoje.

–Llámala y dile que los niños se quedan en casa conmigo y no la fastidies más. Se está ocupando de tus hijos todo el tiempo y no te puedes quejar de cómo los lleva, además es  aún joven y tiene derecho a divertirse y a enamorarse.

–Sí, eso. Que se divierta con la pensión de los niños que yo le paso todos los meses.

–Pero si los niños entre comida, colegio, ropa, zapatos, móvil, actividades y no sé que más, gastan más de lo que tú les pasas, ¿o crees que con los 400 € se puede criar a dos adolescentes?

–Será poco, pero yo tengo que vivir contigo porque no puedo pagarme un alquiler con lo que me queda, y ella viviendo como una reina, la muy..

Al otro lado del banco, dos señoras mayores sentadas junto a una joven con un apósito en la parte derecha de la cara, que  han oído la conversación lo miran con pena y asienten con la cabeza, dándole la razón.

En ese momento oigo mi nombre por el altavoz y me dirijo a la consulta nº 6 junto a mi hermana para que la dermatóloga colegiada nº 3451 me mire unas rojeces en la piel muy extrañas que me producen picor.

En ese momento veo aproximarse a un chico de unos doce años y una chica de unos catorce.

–Hola papá, hola abuela. Los saludan con besos en las mejillas.

–Pero…¿Qué hacéis aquí?– pregunta confuso el hombre calvo.

–Hemos recibido tu wappsap para que viniéramos aquí después de las clases para pasar el puente contigo. 

–¿Cómo? Pregunta abrumado el sujeto, buscando el móvil en sus bolsillos.

En ese momento, la mujer mayor se levanta y abrazando a los jóvenes les dice con una sonrisa
–Ya veis, vuestro padre está deseando de pasar con vosotros este puente y os va a llevar esta noche a cenar a la pizzería que tanto os gusta. ¡Qué suerte tenéis!

– Ante la cara de sorpresa del padre, los dos adolescentes abrazan a la mujer, le hacen un guiño y un gesto con la mano derecha cerrada y el pulgar  hacia arriba.

–¡Mola, abu!

Miro el rejoj, son las 14 horas y 53 minutos.


–Buenas tardes, soy la doctora Ana Jaén, siéntense por favor. Vamos  a ver esas rojeces que comenta el informe de su médico de cabecera…

Araceli Míguez  
25 minutos

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