En la sala de espera
Son las 14 horas y 28 minutos;
Me encuentro en la sala de
espera de Dermatología del hospital Virgen
Macarena, escuchando por el altavoz un sinfín de nombres de pacientes que son
llamados a las distintas consultas.
En los bancos corridos metálicos con asientos de madera, me fijo en las personas que están en la misma
estancia.
A mi lado una señora de unos sesenta y tantos años acompañada por un hombre también esperan. La oigo comentar algo de
una operación de cadera de la que aún no se ha recuperado y de los achaques que
la tienen fastidiada. El hombre, calvo y obeso, de unos 50 años le responde que también su
rodilla está fastidiada y casi no puede andar.
Yo espero mirando mi móvil cada
vez que suena un nuevo mensaje mientras mi hermana, que me acompaña, mira por
la ventana.
Suena el teléfono y el hombre obeso lo mira y contesta de mala gana.
–Dime
()
– Pero si yo te dije que este fin
de semana me iba de viaje. ¿Cómo voy a recoger a los niños?
()
– Que no te has enterado, que te
cambié el del 3 por el del 24, ¿no te acuerdas?
()
– Imposible, hoy no puedo
quedarme con los niños, avíatelas como puedas porque te lo dije hace tiempo y
ya tengo mis planes hechos.
()
– No empecemos, que ya nos
conocemos. Que es que no y punto. – Y diciendo esto suelta el teléfono en el
banco, con evidente enojo.
–Voy al baño– dice con brusquedad, levantándose para entrar en la puerta cercana donde se lee la palabra Aseos
A los cinco minutos regresa.
– Era Herminia ¿verdad? Pregunta la
señora mayor con voz triste, devolviéndole el teléfono que él había dejado en
el banco.
–¿Quién va a ser si no? Siempre
lo mismo. Me quiere endosar a los niños en los puentes y cuando a ella le
conviene para irse con el gilipollas ese en plan tortolitos. No le da vergüenza
con la edad que tiene ir de la manita, como una adolescente. Pues la lleva clara conmigo.
– Si tú te quieres irte a
cualquier sitio, los niños se pueden quedar conmigo, que ya son mayores y no me dan trabajo, pero no me habías dicho nada
de irte este puente.
–No me voy a ningún sitio, mamá.
¿A dónde voy a ir sin un duro? Pero no
me da la gana que ella disponga de mí como si yo no tuviera otra cosa que hacer
que estar cuando a ella se le antoje.
–Llámala y dile que los niños se
quedan en casa conmigo y no la fastidies más. Se está ocupando de tus hijos
todo el tiempo y no te puedes quejar de cómo los lleva, además es aún joven y tiene derecho a divertirse y a enamorarse.
–Sí, eso. Que se divierta con la
pensión de los niños que yo le paso todos los meses.
–Pero si los niños entre comida,
colegio, ropa, zapatos, móvil, actividades
y no sé que más, gastan más de lo que tú les pasas, ¿o crees que con los 400 € se puede criar a dos adolescentes?
–Será poco, pero yo tengo que
vivir contigo porque no puedo pagarme un alquiler con lo que me queda, y ella
viviendo como una reina, la muy..
Al otro lado del banco, dos señoras mayores
sentadas junto a una joven con un apósito en la parte derecha de la cara, que han oído la conversación lo miran con pena y asienten con la cabeza,
dándole la razón.
En ese momento oigo mi nombre por
el altavoz y me dirijo a la consulta nº 6 junto a mi hermana para que la
dermatóloga colegiada nº 3451 me mire unas rojeces en la piel muy extrañas que me producen picor.
En ese momento veo aproximarse a
un chico de unos doce años y una chica de unos catorce.
–Hola papá, hola abuela. Los saludan
con besos en las mejillas.
–Pero…¿Qué hacéis aquí?– pregunta confuso el hombre calvo.
–Hemos recibido tu wappsap para
que viniéramos aquí después de las clases para pasar el puente contigo.
–¿Cómo? Pregunta abrumado el sujeto, buscando el móvil en sus bolsillos.
En ese momento, la mujer mayor se levanta y abrazando a los
jóvenes les dice con una sonrisa
–Ya veis, vuestro padre está deseando
de pasar con vosotros este puente y os va a llevar esta noche a cenar a la
pizzería que tanto os gusta. ¡Qué suerte
tenéis!
– Ante la cara de sorpresa del
padre, los dos adolescentes abrazan a la
mujer, le hacen un guiño y un gesto con
la mano derecha cerrada y el pulgar
hacia arriba.
–¡Mola, abu!
Miro el rejoj, son las 14 horas y 53 minutos.
–Buenas tardes, soy la doctora Ana Jaén, siéntense por
favor. Vamos a ver esas rojeces que comenta el informe de
su médico de cabecera…
Araceli Míguez
25 minutos
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