lunes, 25 de noviembre de 2013

Taller de teatro



Era finales de mayo cuando Ana, mi vecina, me propuso matricularnos juntas en aquella escuela de teatro para adultos que tenía un gran prestigio en la ciudad; se hablaba muy bien de las obras que se mostraban durante el curso y la profesionalidad del equipo de actores que impartían las clases.

Dos tardes a la semana durante dos horas soñaba con ser actriz y disfrutaba de la actividad mientras mi marido se quedaba con los niños y olvidaba durante ese tiempo mi condición de ama de casa.

Uno de los ejercicios que nos pusieron ese día en clase era tocar y dejarse tocar por el grupo para conocer y acostumbrarnos a manejar las técnicas del tacto en escena como un recurso expresivo. Cada miembro del grupo iba a experimentar tanto el tocar como el ser tocado, así que nos dispusimos a emprender el ejercicio, no sin antes haber usado técnicas de respiración y relajación para concentrarnos mejor.

Yo había sido muy prudente tocando a mis compañeros en la mejilla, muslo, nuca o espalda y ahora yo en el centro del círculo debía estar dispuesta a ser el elemento pasivo y dejar que las manos de mis compañeros se pasearan por mi cuerpo.

Adriana me acarició muy lentamente la espalda, recorriendo con sus dedos mi columna desde la nuca hasta más abajo de mi espalda y volviendo a subir de nuevo hasta el punto de partida. Sentí su caricia a través del fino tejido y cerré los ojos para evitar que los demás notaran el pequeño y agradable  estremecimiento que estaba sintiendo.

Jose empezó a soplarme suavemente debajo de las orejas y girando
alrededor siguió haciendo lo mismo por todo mi cuello a pocos milímetros de mi piel, mientras que Ana se plantó delante y con sus manos rodeó mi cintura hasta completar un círculo.

Sara me pellizcó los labios pasando sus dedos de un lado hacia el otro y terminó abriendo mi boca apretando mis mandíbulas entre su pulgar y corazón, y aunque no me hizo daño sentí cierta turbación.

Por último le tocó el turno a Antonio que me pidió que cerrara los ojos,  levantara los brazos a la altura de mis hombros y me quedara inmóvil y acercando su boca casi rozando mi piel inició un lento recorrido desde los dedos de mi mano derecha hasta los de mi mano izquierda pasando por mis muñecas, la parte interna de mis brazos y a milímetros de mi pecho que intentaba con dificultad  mantener una respiración pausada. Sentía su aliento en mis poros, mis vellos se iban levantando sin poderlos controlar y mi libido empezó a jugar abriendo  paso al deseo.

Cuando abrí de nuevo los ojos encontré los suyos con una mirada satisfecha y una sonrisa cómplice.

Cada persona me había provocado distintas sensaciones, todas distintas y reveladoras y me preguntaba si ellos estarían tan excitados como yo después de la experiencia. Pensaba en esto mientras me dirigía a los vestuarios notando la humedad de mi cuerpo, las mejillas ardiendo y un urgente deseo de masturbarme no se apartaba de mi mente.

Al abrir la puerta encontré a Sara duchándose, – una ducha fría, buena idea para calmarme – pensé entrando en la ducha contigua.

Sara me preguntó por lo que había sentido y si me había gustado que me pellizcara los labios.

– Sí, me ha sorprendido mucho la turbación que he sentido – le contesté, y con mirada lasciva y juguetona me dijo –Sé hacerlo mucho mejor en otros labios–  y acercándose a mí comenzó a besarme el cuello mientras sus manos pellizcaban suavemente mis pezones y recorrían mi cuerpo en busca de mi sexo.

Debajo del agua tibia se confundían nuestros cuerpos en un abrazo desenfrenado, sus dedos eran expertos en sacar los jugos de su escondrijo y entre suaves  y frenéticas caricias arrancó de mi cuerpo un intenso orgasmo al mismo tiempo que un gemido.

Tan absortas estábamos que no nos percatamos de la presencia de Antonio que después de las muestras de deseo que había dado mi cuerpo ante la proximidad de sus labios había decidido ir en mi busca. El ver que no salía del vestuario se decidió a entrar encontrando nuestra lésbica escena que le había excitado hasta el último milímetro de su cuerpo.
–¿Me invitáis?– preguntó quitándose la camiseta y los vaqueros evidenciando su abultada excitación.
–¿Vas a poder con las dos?– preguntó Sara con algo de ironía en la voz.
–Lo intentaré­ – dijo él, risueño.
Antonio, Sara y yo no dejamos de jugar a tocarnos, explorando todas las parte imaginables de nuestros cuerpos tanto de forma activa como pasiva, hasta que los tres estuvimos satisfechos y exhaustos sabiendo que tendríamos una nota muy alta en ese ejercicio de clase.

Esa noche también hice participe de lo que había aprendido con aquel ejercicio a mi marido que ya se ha ofrecido muy amablemente a quedarse con los niños para el próximo taller.


Mayo 2013.

Araceli Míguez.

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