Salí
corriendo, estaba a punto de suceder algo importante y no quería perdérmelo,
llegué con el tiempo justo a ese preciso punto de la algaida para contemplar
una tarde más la puesta de sol sobre los olivares.
***
Ella miró el reloj y su imagen en el espejo,
encendió las velas y corrigió la posición de los enseres que esperaban a ser
usados sobre la mesa.
Al rato, ella miró el reloj y su imagen en el
espejo, apagó las velas y corrigió la posición de sus deseos que ya no
esperaban ser satisfechos ni siquiera sobre la mesa.
***
Tropezó con una pequeña piedra que le hizo
caer y se quejó por la existencia de la misma, siguió adelante y mirando a su
alrededor se sintió perdido por no encontrar ninguna piedra que le indicara el
camino.
***
Lo divisé a lo lejos mientras esperaba
sentada en uno de los bancos del aeropuerto leyendo el periódico y la emoción
me apretó la garganta.
Era él, cuanto tiempo imaginando este encuentro y ensayando
las palabras precisas que se quedaron guardadas en algún centímetro de mi boca.
El corazón me latía con fuerza, venía hacia mí mirando ensimismado el móvil que
traía en la mano. Cuando
estuvo a pocos pasos levanté el periódico a la altura de mi cara fingiendo ante
mi misma que había atraído fuertemente mi atención un artículo muy interesante
en la página de deportes.
Otra vez será.
***
Marco paseaba por el
muelle cuando se paró ante un cuadro que pintaba un hombre mirando al mar, dijo
unas palabras a modo de saludo y el artista correspondió con una voz fuerte y
vibrante.
Sintió una especie
de atracción que le impedía dejar de mirar el cuadro. Una ráfaga de luz surgida de
un rincón de su memoria extrajo de su recuerdo una mirada, el timbre de una voz reconocida, un tacto sedoso... pero su desconcierto era tal que no atinaba a encajar el motivo de
la familiaridad con la imagen que tenía ante sus ojos.
Miró el cuadro de nuevo y
reconoció el paisaje marino que reflejaba. Su mirada quedó anclada en las olas;
su movimiento ondulante le recordaba a una antigua nana cantada en tiempos
ancestrales por las pobladoras de la costa, pero para él ejercían la atracción
del canto de las sirenas que embelesaba a los marineros en aquellas épicas
historias.
Era ese el lugar
donde cada noche se encontraba en sus sueños con Yaiza, la sirena de piel
morena y ojos rasgados que en alguna ocasión le dijo:
– Cuando recuerdes
nuestros encuentros desapareceré de tus sueños –.
***
Araceli
Míguez
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Cuenta, cuenta...