Adela
busca el cuaderno divertida sabiendo que aparecerá justo cuando desista de su
búsqueda. Ya refresca, así que decide coger algo de abrigo. Y allí, justo
debajo de la rebeca morada, está. Lo guarda en su bolso, sonriente, y sale de
casa. Le gusta sentir el aire fresco en la cara, así que decide dar un paseo,
pero rapidillo, que ya va tarde.
Carmen S. enciende un cigarro nada más cerrar la puerta. Pinki la ha seguido hasta el
jardín. Hace frío, no puede dejarla fuera. Vuelve a abrir la puerta, la mete en
casa, y cierra. Echando un vistazo rápido al patio, decide que ya va siendo hora de llamar al jardi. Ahora sí, todo en orden. De todas formas, es temprano, llegará
bien de tiempo.
Araceli
se mete en el coche ante la mirada reprobatoria de una vecina, la de siempre,
por haberlo dejado aparcado en la esquina de la calle. El tiempo de buscar
aparcamiento es el que necesita para recoger a Marina tras flamenco para
llevarla al polideportivo y volver al Ateneo, así que no se molesta en aparcar
en otro sitio. Sale apresurada, otra vez son y media, ya estarán allí. No pasa
nada, Juan Carlos tiene llave.
Juan
Carlos está inspirado en su taller. Las formas fluyen, confluyen y llenan el
papel en el que dibuja. Clara, que le hace de chófer temporal, le mete prisa.
Hace cinco minutos que deberían haber salido para el Ateneo. “No paassa nada, mujer,
tú tranquila, que vamos bien.” Y cojeando levemente se mete en el coche.
María
no sabe dónde ha puesto las llaves del coche, y aún tiene que llevar a Julia a
casa de su amiga, y dejar a Felipe con la vecina, hasta que vuelva por la
noche. Felipe se queja de que ya es mayor y puede quedarse sólo en casa, pero no
sirve de nada. “¿Y la carpeta? Sin la carpeta no puedo hacer las fotocopias.
Ay, madre mía, que no llego.”
Jesús
pregunta la hora a Rosa. Sabe que se pone nerviosa si llega tarde, así que apura
su Earl grey y se levanta para pagar las consumiciones. Hoy irán en el coche de
Rosa. A él le gusta dejarse llevar, y a ella le gusta conducir, así que no hay
problema. Ponen música, y se encaminan hacia el Ateneo.
Mari
Carmen se despide alegremente de Paco. Estos ratitos en compañía le agradan, la
hacen feliz. Mari Carmen no sabe estar quieta. Todos los días una actividad que
la enriquezca. Hay que seguir creciendo. Y Paco, por su lado, disfruta de la
soledad encontrada. Arranca y se marcha de La Gloria.
Teresa
mira la hora. Tiene que irse ya, pero también tiene que terminar de enseñar a
su hijo a hacer los macarrones. Ya tiene edad de aprender a valerse por sí
mismo, no se vaya a creer que su madre va a estar toda la vida haciéndoselo
todo. Se cuelga el bolso con cuidado — la contractura la trae por la calle de
la amargura—, abre el coche y sale de casa.
Ángela
se mira al espejo, se retoca el brillo de labios, se coloca el abrigo y sigue a
su marido hasta el coche. Él la lleva con gusto al Taller. No es fácil dar con
un grupo de escritores de calidad, y parece que su mujer lo ha encontrado.
Manel
cierra el maletín, y sale puntual. Los horarios están para cumplirlos, por lo
que no se retrasa ni un minuto. Llega el primero. Son y media y allí no hay nadie.
“Vaya panda de impresentables.”
Tras
él llega Carmen Soria, encendiendo otro cigarro. Y aparca Rosa, que trae a
Jesús con ella. Un poco más atrás, Teresa y Mari Carmen, a la vez. Por la
esquina aparece la sonrisa de Adela.
Clara
para su coche en medio de la calle para que Juan Carlos baje y nos abra la
puerta. María se apresura a la papelería a fotocopiar la ficha semanal.
Araceli, con cara cansada, baja del coche, y transmuta el cansancio en besos y
abrazos. Ángela se despide cariñosa de su marido.
Conversaciones
simultáneas, risas, sillas y mesas colocadas, cada uno sentado en su lugar de
siempre, mosto, frutos secos, chucherías, papeles, libros… y la pregunta que
abre la tarde:
¿Habéis escrito?
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