viernes, 24 de enero de 2014

La Taberna de Rob Roy

Como cada miércoles, Lorna, esta tarde ataviada con un vestido de lana marrón que resalta su tez blanca y su mirada perdida, entra en la Taberna de Rob Roy portando bajo su brazo una gran carpeta negra.

Se sienta al fondo, en el último rincón, donde hay una mesa pequeña de madera que tiene grabados miles de trazos que indican nombres, fechas y frases de los que pasaron por allí con la intención de dejar su huella.

Lorna abre su carpeta, organiza su pequeño set de pintura y con un gesto pide una pinta a Albert, el camarero y dueño del local.

Hace casi tres años que Lorna frecuenta ese lugar, el olor a madera antigua y a cerveza la envuelve en una especie de tiempo antiguo y los parroquianos ejercen sobre ella una fascinación especial desde el primer día que crujió la madera del suelo bajo sus pies.

Recuerda que la primera vez que entró allí fue con un joven actor de la academia de arte dramático situada en Grassmarket. Fue a ver la obra, se sentó en primera fila y con sus lápices sobre su cuaderno fue trazando líneas y curvas que se convirtieron en cuerpos en movimiento, en luces y sombras acompañadas de palabras y frases que decían los personajes.

Jack, el actor principal una vez echado el telón salió al patio de butacas y le dijo pillándola por sorpresa –Espérame cinco minutos que me cambio enseguida. Quiero ver lo que has dibujado.
Lorna como estudiante de Fine Arts, se sintió halagada por el interés suscitado y Jack le propuso tomar una cerveza para ver su cuaderno y conocer su opinión sobre la interpretación del rey Enrique VIII. Se sentaron en esa misma mesa y mientras Jack soltaba frases amables y de admiración al trabajo de Lorna, le contaba que provenía de uno de los pueblos blancos y negros de Herefordshire donde las ovejas pastan a sus anchas y las casas blancas están cruzadas por traviesas de madera oscura.

También le habló de su deseo de salir del ámbito rural y alejarse de esquilar y ordeñar ovejas. Con tristeza relató su etapa de camarero en Cardiff, donde se había enamorado perdidamente de Alison, una mujer diez años mayor que él, casada y con hijos que desayunaba cada mañana en el bar donde trabajaba.

Una mañana ella llamó al bar preguntado si se había dejado un maletín olvidado y Jack aprovechó para apuntar su número de teléfono;  La llamó en varias ocasiones colgando cuando ella contestaba hasta que un día se decidió  a enviarle un mensaje.
Alison nunca contestó ni al mensaje ni a sus llamadas, y se vio tan frustrado que intentó suicidarse ingiriendo tranquilizantes, pero por suerte no fue una dosis mortal. Al poco tiempo huyó de Cardiff y arribó  en Londres, donde empezó a formarse en academias de arte dramático por las mañanas mientras trabajaba en distintos pub por las tardes.

En su soledad se dedicaba a meterse en distintos chats para contactar con gente relacionada con el teatro, sobre todo féminas, y decidió venir a Edimburgo atraído por una chica con la que chateaba en un foro de Amigos del Festival Internacional de Edimburgo. Ella  le hablaba de la ciudad como un bello escenario, de la leyenda de Bobby, de los cementerios, de los tiestos con flores colgantes a lo largo de sus calles y plazas  y del amor al teatro que profesaba esta ciudad.
También le habló de la Taberna Rob Roy como un sitio mágico para refugiarse los abundantes días de lluvia donde las musas visitaban a los artistas inspirándoles bellas creaciones.
Después de un año chateando,  un día de agosto quedaron en esa taberna para conocerse y disfrutar del famoso Festival, pero ella no se presentó, no contestó a sus llamadas ni a sus mensajes.
–Es mi sino, concluyó Jack con una sonrisa triste.

Jack hablaba de sí mismo mientras Lorna dibujaba una boca con una media sonrisa, una mano agarrando la jarra de cerveza, unos ojos claros soñadores…

Como despedida de la velada Lorna regaló a Jack los dibujos que había hecho en el teatro, vestido de rey gordo y presumido  y después de intercambiar sus teléfonos quedaron en verse de nuevo.
A la salida Jack se despidió de Albert de forma coloquial, al parecer frecuentaba desde hacía tiempo la taberna  y de Ingrid,  una chica rubia y ojerosa que tenía una jarra de cerveza en la barra, mientras tecleaba vivamente en su móvil.

Albert coloca las jarras mientras habla con Ingrid, comentando algo sobre el tiempo y sobre el último partido del Celtic, mientras ella más pendiente de su teléfono que de la conversación se muerde el labio con gesto infantil mientras no deja de escribir mensajes.
Ingrid había aparecido por el pub como ave solitaria, vestida al estilo punk, con mechones azules, ojos y labios pintados de morado y vestimenta negra. Llegaba sobre las seis de la tarde, se sentaba en la barra y mientras se tomaba una o dos pintas se ensimismaba con su móvil entre sus piernas agotando la tarde de esa guisa. Solía llevar un cuaderno  donde de vez en cuando garabateaba algo y sus maneras eran algo bruscas.

Albert sabía algo de ella por haber leído su cuaderno que una tarde quedó sobre la barra olvidado y que compilaba frases, pensamientos, sensaciones, canciones, algunas fotografías, comentarios y poemas. Supo que añoraba a su madre “Te echo de menos mamá, podrías dejarme algún mensaje que me indique que estás bien”, que se sentía sola “A veces me miro al espejo para ahuyentar la soledad, así veo que hay alguien en mi habitación”, que le gustaba el cine “Este puede ser el comienzo de una gran amistad. Casablanca”,   “Ya lo pensaré mañana. Lo que el viento se llevó” “Las cicatrices nos enseñan que el pasado fue real. Dragón Rojo”…

También supo que asistía a conciertos por las entradas pegadas a las páginas con el nombre de los grupos debajo y en la solapa interior encontró un carnet de Amigos del Festival de Teatro de Edimburgo junto a varios flyers de las últimas obras de teatro representadas y una fecha en rojo (3 de Agosto) que se repite en varias páginas del cuaderno con frases: Mamá ¿porqué te has ido?
Albert llevaba unos años en detrás de esa barra ornamentada con tiradores de cerámica y cajitas con posavasos. Sentía como si hubiera estado allí siempre. 

A menudo le asaltaba la imagen de sus hijos a los que veía en contadas ocasiones; en verano, navidad y alguna otra semana del año. Su trabajo no le permitía viajar a verlos tanto como él quisiera, aunque hable con ellos todos los sábados por las mañanas los echa de menos y cada vez que marca el número de su antiguo hogar una punzada se aloja en su pecho. Aún le duele la ruptura con su mujer y con sus hijos pero se convenció de que después de aquel golpe tenía que salir de Cardiff a toda costa.

Su móvil se había quedado sin batería y cogió el de su mujer de la encimera de la cocina para hacer una llamada, en ese momento vio la llegada un mensaje: Estoy enamorado de ti, dispuesto a todo lo que me pidas. 

Dejó su trabajo en el City Stadium y después de unas breves palabras por parte de él y la negación más absoluta por parte de ella decidió marcharse con ayuda de su hermano Patrick que le prestó el dinero para poder pagar el traspaso de la taberna. Después de tanto tiempo aún se pregunta por qué su mujer nunca admitió que tenía un amante, ¿y si fuera verdad lo que le repetía Alison hasta la desesperación? –Albert, te juro que no sé quién me ha enviado ese mensaje.
Lorna ha frecuentado muchas tardes esa Taberna y ha escuchado retazos las historias a retazos de Albert , de Ingrid y de Jack.

Sabe que los tres están vinculados por hechos del pasado, el dolor, la pérdida y la casuística;  se sienta en su mesa del rincón,  a veces con Jack, otras sola,  escucha mientras dibuja y su silencio los salva de enfrentarse a sus insistentes fantasmas.

Araceli Míguez

Enero 2014

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