Como cada miércoles, Lorna, esta
tarde ataviada con un vestido de lana marrón que resalta su tez blanca y su
mirada perdida, entra en la Taberna de Rob Roy portando bajo su brazo una gran
carpeta negra.
Se sienta al fondo, en el último
rincón, donde hay una mesa pequeña de madera que tiene grabados miles de trazos
que indican nombres, fechas y frases de los que pasaron por allí con la
intención de dejar su huella.
Lorna abre su carpeta, organiza su
pequeño set de pintura y con un gesto pide una pinta a Albert, el camarero y
dueño del local.
Hace casi tres años que Lorna
frecuenta ese lugar, el olor a madera antigua y a cerveza la envuelve en una
especie de tiempo antiguo y los parroquianos ejercen sobre ella una fascinación
especial desde el primer día que crujió la madera del suelo bajo sus pies.
Recuerda que la primera vez que
entró allí fue con un joven actor de la academia de arte dramático situada en Grassmarket.
Fue a ver la obra, se sentó en primera fila y con sus lápices sobre su cuaderno
fue trazando líneas y curvas que se convirtieron en cuerpos en movimiento, en luces
y sombras acompañadas de palabras y frases que decían los personajes.
Jack, el actor principal una vez
echado el telón salió al patio de butacas y le dijo pillándola por sorpresa –Espérame
cinco minutos que me cambio enseguida. Quiero ver lo que has dibujado.
Lorna como estudiante de Fine
Arts, se sintió halagada por el interés suscitado y Jack le propuso tomar una
cerveza para ver su cuaderno y conocer su opinión sobre la interpretación del rey
Enrique VIII. Se sentaron en esa misma mesa y mientras Jack soltaba frases
amables y de admiración al trabajo de Lorna, le contaba que provenía de uno de
los pueblos blancos y negros de Herefordshire donde las ovejas pastan a sus
anchas y las casas blancas están cruzadas por traviesas de madera oscura.
También le habló de su deseo de salir del ámbito rural y alejarse de esquilar y
ordeñar ovejas. Con tristeza relató su etapa de camarero en Cardiff, donde se
había enamorado perdidamente de Alison, una mujer diez años mayor que él,
casada y con hijos que desayunaba cada mañana en el bar donde trabajaba.
Una mañana ella llamó al bar preguntado
si se había dejado un maletín olvidado y Jack aprovechó para apuntar su número de
teléfono; La llamó en varias ocasiones
colgando cuando ella contestaba hasta que un día se decidió a enviarle un mensaje.
Alison nunca contestó ni al
mensaje ni a sus llamadas, y se vio tan frustrado que intentó suicidarse
ingiriendo tranquilizantes, pero por suerte no fue una dosis mortal. Al poco
tiempo huyó de Cardiff y arribó en
Londres, donde empezó a formarse en academias de arte dramático por las mañanas
mientras trabajaba en distintos pub por las tardes.
En su soledad se dedicaba a
meterse en distintos chats para contactar con gente relacionada con el teatro,
sobre todo féminas, y decidió venir a Edimburgo atraído por una chica con la
que chateaba en un foro de Amigos del Festival Internacional de Edimburgo. Ella
le hablaba de la ciudad como un bello
escenario, de la leyenda de Bobby, de los cementerios, de los tiestos con
flores colgantes a lo largo de sus calles y plazas y del amor al teatro que profesaba esta
ciudad.
También le habló de la Taberna Rob
Roy como un sitio mágico para refugiarse los abundantes días de lluvia donde las
musas visitaban a los artistas inspirándoles bellas creaciones.
Después de un año chateando, un día de agosto quedaron en esa taberna para conocerse
y disfrutar del famoso Festival, pero ella no se presentó, no contestó a sus
llamadas ni a sus mensajes.
–Es mi sino, concluyó Jack con
una sonrisa triste.
Jack hablaba de sí mismo mientras
Lorna dibujaba una boca con una media sonrisa, una mano agarrando la jarra de
cerveza, unos ojos claros soñadores…
Como despedida de la velada Lorna
regaló a Jack los dibujos que había hecho en el teatro, vestido de rey gordo y
presumido y después de intercambiar sus
teléfonos quedaron en verse de nuevo.
A la salida Jack se despidió de
Albert de forma coloquial, al parecer frecuentaba desde hacía tiempo la taberna
y de Ingrid, una chica rubia y ojerosa que tenía una jarra
de cerveza en la barra, mientras tecleaba vivamente en su móvil.
Albert coloca las jarras mientras
habla con Ingrid, comentando algo sobre el tiempo y sobre el último partido del
Celtic, mientras ella más pendiente de su teléfono que de la conversación se muerde
el labio con gesto infantil mientras no deja de escribir mensajes.
Ingrid había aparecido por el pub
como ave solitaria, vestida al estilo punk, con mechones azules, ojos y labios
pintados de morado y vestimenta negra. Llegaba sobre las seis de la tarde, se
sentaba en la barra y mientras se tomaba una o dos pintas se ensimismaba con su
móvil entre sus piernas agotando la tarde de esa guisa. Solía llevar un
cuaderno donde de vez en cuando
garabateaba algo y sus maneras eran algo bruscas.
Albert sabía algo de ella por
haber leído su cuaderno que una tarde quedó sobre la barra olvidado y que
compilaba frases, pensamientos, sensaciones, canciones, algunas fotografías, comentarios
y poemas. Supo que añoraba a su madre “Te echo de menos mamá, podrías dejarme
algún mensaje que me indique que estás bien”, que se sentía sola “A veces me
miro al espejo para ahuyentar la soledad, así veo que hay alguien en mi
habitación”, que le gustaba el cine “Este puede ser el comienzo de una gran
amistad. Casablanca”, “Ya lo pensaré mañana. Lo que el viento se llevó” “Las cicatrices nos enseñan que el
pasado fue real. Dragón Rojo”…
También supo que asistía a conciertos
por las entradas pegadas a las páginas con el nombre de los grupos debajo y en
la solapa interior encontró un carnet de Amigos del Festival de Teatro de
Edimburgo junto a varios flyers de las últimas obras de teatro representadas y una
fecha en rojo (3 de Agosto) que se repite en varias páginas del cuaderno con frases:
Mamá ¿porqué te has ido?
Albert llevaba unos años en
detrás de esa barra ornamentada con tiradores de cerámica y cajitas con
posavasos. Sentía como si hubiera estado allí siempre.
A menudo le asaltaba la
imagen de sus hijos a los que veía en contadas ocasiones; en verano, navidad y
alguna otra semana del año. Su trabajo no le permitía viajar
a verlos tanto como él quisiera, aunque hable con ellos todos los sábados por
las mañanas los echa de menos y cada vez que marca el número de su antiguo hogar
una punzada se aloja en su pecho. Aún le duele la ruptura con su mujer y con
sus hijos pero se convenció de que después de aquel golpe tenía que salir de
Cardiff a toda costa.
Su móvil se había quedado sin
batería y cogió el de su mujer de la encimera de la cocina para hacer una
llamada, en ese momento vio la llegada un mensaje: Estoy enamorado de ti, dispuesto a todo lo que me pidas.
Dejó su trabajo en el City
Stadium y después de unas breves palabras por parte de él y la negación más
absoluta por parte de ella decidió marcharse con ayuda de su hermano Patrick
que le prestó el dinero para poder pagar el traspaso de la taberna. Después de
tanto tiempo aún se pregunta por qué su mujer nunca admitió que tenía un
amante, ¿y si fuera verdad lo que le repetía Alison hasta la desesperación? –Albert,
te juro que no sé quién me ha enviado ese mensaje.
Lorna ha frecuentado muchas
tardes esa Taberna y ha escuchado retazos las historias a retazos de Albert ,
de Ingrid y de Jack.
Sabe que los tres están
vinculados por hechos del pasado, el dolor, la pérdida y la casuística; se sienta en su mesa del rincón, a veces con Jack, otras sola, escucha mientras dibuja y su silencio los
salva de enfrentarse a sus insistentes fantasmas.
Araceli Míguez
Enero 2014
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