Me acicalo debidamente y elijo peluca. Hoy, una rosa con algunos
cabellos del flequillo en punta, y rematada en una trenza. Me cansa esta vida
frívola y casquivana, pero es la única forma que he encontrado para no pensar,
para no sentir el alma helada, o al menos para pretender que no lo está. La
música no es suficiente. La música inflama mi alma y hace que me duela aún más
este vacío. Ni doncellas, ni vino, ni fiestas, nada me calma ya. Pero ella me
espera, y no faltaré. Será la última muchacha con la que pasaré la noche.
Quién pudiera cerrar los ojos y abrirlos en otro tiempo, en otra
ciudad…
No me gusta. Antes o después
tendré que rebelarme, digo yo, ante esta dictadura infantil. No me gusta. Y
todo lo que supone… que no es sólo llevar a los niños al circo, no qué va. Si
sólo fuera eso, podría sobrellevarlo. No.
Es que es aguantar a los niños
todo el fin de semana histéricos, con su nula percepción temporal, preguntando
cuándo irán al circo, cuánto falta, etc. Porque además las entradas son para el
domingo a última hora de la tarde. Que digo yo que ya podría haberlas sacado
para el viernes, y así nos lo habríamos quitado de encima en un momento.
Y el día “C”, levantar a los
niños pronto, para que jueguen mucho en casa y se cansen, de forma que luego
duerman algo de siesta, porque si no, no aguantarán ir al circo a semejante
hora: las nueve. Poco menos que la madrugada infantil.
Y comprarles chuches porque
claro, es un día especial, y se les puede consentir y fomentar las caries. Y el
camino en el coche, y buscar aparcamiento todo lo cerca posible, pues sé de
sobra que a la vuelta no podrán con sus cuerpecitos y no querrán andar y me
enfadaré y les reñiré y estropearé la estupenda tarde que habrán pasado… ¿Cómo
se encuentra aparcamiento cerca de un circo cuando hemos salido con el tiempo
justo y todos los niños del mundo mundial van a ir al circo el mismo día que
nosotros?
Ay, me falta el aire.
No, no me gusta. Tengo que
plantar cara a esta dictadura, pero ya. Si mi plan para esta tarde era darme un
buen baño de sales, oyendo a Mozart, imaginando que pasaba la noche en sus
aposentos, doncella yo, y retozábamos hasta convertirme en cortesana.
Al circo iba a ir su padre. Su
padre, sí, literalmente su padre. Porque la idea fue suya. Él sabe que no me
van las reuniones sociales en las que la mayoría de los asistentes llevan los
mocos colgando. Ya se podía haber roto la pierna otro día. No, justo el sábado
por la noche, que también es mala pata. Ahora él está tranquilamente en el
hospital, y yo hasta las narices sólo de pensar en la tarde que me espera.
Y Mozart, que lo dejaré plantado…hay
que ver lo que me gusta imaginarme con él. Aquella película, Amadeus, me marcó.
Quién me iba a decir a mí que mi fantasía sexual sería con un compositor del
siglo XVIII.
El aire frío me enrojece las mejillas y humedece mis ojos. Debe ser muy
temprano, pues el cielo está teñido de ese característico color malva, que se
va transformando en rojizo según va subiendo el sol en el horizonte.
No tengo la menor idea de cómo he llegado aquí. Lo último que recuerdo
es la cama en la que yacía con esa doncella, que ya no lo será tanto…Pero este
lugar ¿estaré a las afueras de Viena? No me suenan estos parajes.
¿Qué ruido es ese? ¡Un rugido! ¿Un león? ¿Un tigre? ¿desde cuándo hay
tigres y leones en Viena?
Al final de este camino veo unas coloridas carpas. Deben ser juglares.
Me acercaré a ellos, a ver si pudieran indicarme cómo regresar.
Mi mal humor va in crescendo
cuando llegamos al circo. Un atasco de media hora con el que no contaba me ha
trastocado todos los planes. Pero, al fin, estamos sentados. Sus caritas
ilusionadas me relajan. Intentaré disfrutar con ellos.
La música suena y los niños se
callan y abren mucho los ojos. El jefe de pista nos da la bienvenida y nos
relata con tono burlón que esta noche será especial, porque cuentan con un
invitado de excepción.
Aparece un piano, un piano
bastante extraño, y alguien también extraño se sienta delante para tocarlo.
Ataviado con ropa de época y peluca rosa, mira a su alrededor desconcertado,
triste, apabullado, solo. Y toca.
Al público le gusta lo que oye,
pero creo que soy la única que entiende lo que pasa… Es Él.
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