viernes, 17 de enero de 2014

En otro tiempo y en otra ciudad

Me acicalo debidamente y elijo peluca. Hoy, una rosa con algunos cabellos del flequillo en punta, y rematada en una trenza. Me cansa esta vida frívola y casquivana, pero es la única forma que he encontrado para no pensar, para no sentir el alma helada, o al menos para pretender que no lo está. La música no es suficiente. La música inflama mi alma y hace que me duela aún más este vacío. Ni doncellas, ni vino, ni fiestas, nada me calma ya. Pero ella me espera, y no faltaré. Será la última muchacha con la que pasaré la noche.
Quién pudiera cerrar los ojos y abrirlos en otro tiempo, en otra ciudad…



No me gusta. Antes o después tendré que rebelarme, digo yo, ante esta dictadura infantil. No me gusta. Y todo lo que supone… que no es sólo llevar a los niños al circo, no qué va. Si sólo fuera eso, podría sobrellevarlo. No.
Es que es aguantar a los niños todo el fin de semana histéricos, con su nula percepción temporal, preguntando cuándo irán al circo, cuánto falta, etc. Porque además las entradas son para el domingo a última hora de la tarde. Que digo yo que ya podría haberlas sacado para el viernes, y así nos lo habríamos quitado de encima en un momento.
Y el día “C”, levantar a los niños pronto, para que jueguen mucho en casa y se cansen, de forma que luego duerman algo de siesta, porque si no, no aguantarán ir al circo a semejante hora: las nueve. Poco menos que la madrugada infantil.
Y comprarles chuches porque claro, es un día especial, y se les puede consentir y fomentar las caries. Y el camino en el coche, y buscar aparcamiento todo lo cerca posible, pues sé de sobra que a la vuelta no podrán con sus cuerpecitos y no querrán andar y me enfadaré y les reñiré y estropearé la estupenda tarde que habrán pasado… ¿Cómo se encuentra aparcamiento cerca de un circo cuando hemos salido con el tiempo justo y todos los niños del mundo mundial van a ir al circo el mismo día que nosotros?
Ay, me falta el aire.
No, no me gusta. Tengo que plantar cara a esta dictadura, pero ya. Si mi plan para esta tarde era darme un buen baño de sales, oyendo a Mozart, imaginando que pasaba la noche en sus aposentos, doncella yo, y retozábamos hasta convertirme en cortesana.
Al circo iba a ir su padre. Su padre, sí, literalmente su padre. Porque la idea fue suya. Él sabe que no me van las reuniones sociales en las que la mayoría de los asistentes llevan los mocos colgando. Ya se podía haber roto la pierna otro día. No, justo el sábado por la noche, que también es mala pata. Ahora él está tranquilamente en el hospital, y yo hasta las narices sólo de pensar en la tarde que me espera.
Y Mozart, que lo dejaré plantado…hay que ver lo que me gusta imaginarme con él. Aquella película, Amadeus, me marcó. Quién me iba a decir a mí que mi fantasía sexual sería con un compositor del siglo XVIII.



El aire frío me enrojece las mejillas y humedece mis ojos. Debe ser muy temprano, pues el cielo está teñido de ese característico color malva, que se va transformando en rojizo según va subiendo el sol en el horizonte.
No tengo la menor idea de cómo he llegado aquí. Lo último que recuerdo es la cama en la que yacía con esa doncella, que ya no lo será tanto…Pero este lugar ¿estaré a las afueras de Viena? No me suenan estos parajes.
¿Qué ruido es ese? ¡Un rugido! ¿Un león? ¿Un tigre? ¿desde cuándo hay tigres y leones en Viena?
Al final de este camino veo unas coloridas carpas. Deben ser juglares. Me acercaré a ellos, a ver si pudieran indicarme cómo regresar.



Mi mal humor va in crescendo cuando llegamos al circo. Un atasco de media hora con el que no contaba me ha trastocado todos los planes. Pero, al fin, estamos sentados. Sus caritas ilusionadas me relajan. Intentaré disfrutar con ellos.
La música suena y los niños se callan y abren mucho los ojos. El jefe de pista nos da la bienvenida y nos relata con tono burlón que esta noche será especial, porque cuentan con un invitado de excepción.
Aparece un piano, un piano bastante extraño, y alguien también extraño se sienta delante para tocarlo. Ataviado con ropa de época y peluca rosa, mira a su alrededor desconcertado, triste, apabullado, solo. Y toca.

Al público le gusta lo que oye, pero creo que soy la única que entiende lo que pasa… Es Él. 

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