Carmen camina a paso ligero, le ha llevado aparcar más de media hora y ahora
taconea por el adoquinado del pueblo
vestida con una ajustadísima falda que marca sus celulíticas caderas,
las perlitas de sudor se
agolpan en su frente mientras mira
su reloj resoplando. –¡Que no llego ¡– se dice apretando el paso.
Se lleva un disgusto cuando llega al salón de belleza y comprueba que la chica de la depilación se ha marchado.
A Carmen le encanta enfundarse en brillante licra, leggins y tacones y aunque ya pasa de los cuarenta se maquilla y se tiñe de
rubia platino igual que cuando tenía
dieciséis. Tiene su tiempo ocupado entre su trabajo de cajera en
el supermercado y la docena de actividades lúdicas y culturales a las que está
suscrita: clases de manejo de la espada samurái, de danza senegalesa, de interpretación
de las constelaciones, de mandalas tibetanos, etc.
Había calculado el tiempo al segundo y después de la depilación tenía
previsto asistir al encuentro que celebraba su club Amigos de la Lujuria, donde
siempre había sorpresa asegurada pero sus expectativas se oscurecían
pensando en su tupida pelambrera.
De camino al club pasa a ver a Hao Li, su maestro samurái y le pide que la
ayude usando su afilada espada para
depilarla, porque no tiene tiempo de nada, cosa que espanta al asiático y
declina la propuesta con mucha elegancia, pero le dice se pasará por el club.
Del salón de su maestro elige un sombrero negro de seda del que sale un
leve encaje rojo que deja caer sobre sus ojos pues la entrada al club requiere
un toque de excentricismo y se dispone a pasar una tarde amena y didáctica
aunque desecha la idea de pasar una noche de sexo y posterior madrugada de
helado de chocolate, como es habitual después de esas sesiones.
- Tengo las piernas melenudas, puedo hacerme trenzas o rastas.
Así cómo voy a pensar en que me salga un plan.
Cuando llega al local encuentra a todos los asistentes acomodándose en el
frondoso jardín, allí se encuentra con
los más variopintos personajes; una chica se pasea con unos tacones altísimos
llevando un señor con el pelo blanco y lunares negros al estilo dálmata, atado a una correa que a modo de collar lleva
en el cuello. Dos chicas van vestidas como las muñecas de moda, las
Monster high, Superman, aunque con
algunos kilos de más, también está sentado junto a una menuda Cat woman, y
Betty Boop con minifalda, cofia y medias de mallas se pasea bandeja en mano
moviendo su cintura y guiñando un ojo a toda persona a la que le ofrece un
refigerio.
La maestra de ceremonias que va ataviada con una capa negra y roja y un
sombrero de bruja, anuncia que va a empezar la tertulia; esa tarde
dedicada conocer la vida y obra de Patricia Higsmith, prolífica y caótica
autora americana.
Se comienza por comentar que una serie de sus obras está dedicada a Mr.
Ripley y que trata de un asesino con síndrome de Asperger al que la autora
describe con simpatía. Después se hace un recorrido por otros títulos de su
bibliografía y cada asistente expone su opinión sobre los libros leídos.
Cuando se pasa a comentar su biografía se enumeran sus apasionadas
relaciones lésbicas y quienes fueron sus amantes, que aunque la mayoría fueron
mujeres hubo un poco de todo en ese espíritu libre y atormentado.
Mientras tiene lugar la tertulia se proyectan sobre una pared blanca fotos
de la escritora de las que destacaba con mucha fuerza una que le hizo su amante
lesbiano Rolf Tietgens, en la que aparece desnuda de cintura para arriba con
un aspecto de mujer salvaje.
La directora de la tertulia propone que cada asistente intente asumir
mentalmente el rol de de los personajes de los que se va hablando tanto
de la vida de la escritora como sus personajes literarios.
Poco a poco las personas allí presentes van transformándose en esos
personajes y aparece el seductor Tom Ripley en el cuerpo de Supermán, Carol en
el de Cat Woman, y las chicas monster se
convierten en Bruno Anthony y Guy Haines, los dos protagonistas
de Extraños en un tren.
Carmen sentada en uno de los sillones está maravillada con la escritora y
comienza a sentir que se transforma en ella, ahora se ve igual a la mujer de las
fotografías que ha visualizado.
Al cabo de un rato ve entrar a su maestro acompañado de una mujer casi salvaje, salida de
la prehistoria, cubierta por una piel de leopardo, el pelo en greñas y descalza;
Carmen-Patricia la mira con deseo, le
apetece estar en compañía de esa fémina.
– No está mal, se dice lanzándole una mirada lasciva, – y seguro que tampoco
se ha depilado.
Lo ha decidido; Esta noche cambiará el rumbo de su vida; le atraen las mujeres, se siente plenamente lesbiana.
Y acercándose a la mujer de las cavernas va pensando que no tendrá que depilarse
más.
Por lo menos mientras se sienta Patricia o no le den una nueva cita en el
salón de belleza.
Araceli Míguez
enero de 2014
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