- Buenos días.
- Buenas tardes.
- ¿Viene por lo del puesto, no?
- Así es.
- Tengo aquí su curriculum y no se ajusta para nada a lo que pedimos.
- Sí, ya lo sé, pero tengo experiencia en varios campos que podrían, digamos... ser útiles a la empresa...
- Ya, ya...
- ...
- Y bueno, ¿va a hablarme de esos campos?
- Pues verá... He hecho varios cursos de coaching, que está muy de moda, de gestión de equipos, de terapia de parejas y de uso eficaz del tiempo.
- ¿Y cómo es eso? Explique, explique...
- Ya ve, no he perdido el tiempo...
- Pero explique. ¿No se diplomó usted como técnico agrícola? ¿A qué viene después lo otro?
- El coaching, combinado con la gestión de equipos, ...
- No, no, no. Háblame de lo de la terapia de parejas.
- ¿Cómo?
- No me ha entendido. Mire usted, llevo aquí ya cinco horas haciendo entrevistas y no puedo más.
- Ya.
- Además llevo preocupado toda la mañana con una discusión que he tenido con mi mujer al levantarme.
- Ajá.
- No sé cómo seguimos juntos. Cuando no es por una cosa, es por otra. Si no se enfada ella, lo hago yo. Cada uno queremos las cosas a nuestra manera y ninguno cedemos.
- Ya. Si no es mucho preguntar, ¿qué edad tiene usted?
- 42 años.
- ¿Tienen hijos?
- Mire, eso es lo único en lo que creo que hemos estado plenamente de acuerdo en nuestra vida. Ninguno de los dos los queríamos ni los queremos.
- Eso es un punto a favor. Creo que se encuentra usted en una fase típica de la madurez, en un momento vital crítico bastante común.
- ¡No me diga! ¿Y será fácil afrontarla?
- Depende.
- Es bastante explícito, ¿sabe usted?
- Necesitaría saber muchos más detalles. Y conocerla a ella también, por supuesto.
- ¿También a ella? ¿No podríamos hacerlo aquí entre usted y yo?
- Pues no.
- Bueno, mire usted lo que vamos a hacer. Tengo aún doce personas que entrevistar. A mí me importa un carajo esta empresa, me tienen aquí explotado y malpagado. ¿Sabe usted cuanto cobro? Pues 1.100 euros por pasar aquí unos 50 horas a la semana. Y no crea que las horas extras me las pagan doble. Ni doble, ni cuarto y mitad ni nada.
- No me extraña que después esté tan nervioso en casa.
- ¿Verdad que sí? Pues mi mujer no quiere entenderlo. Bueno, a lo que iba. Que como me importa un carajo esta empresa y su rendimiento voy a seleccionarle, a pesar de que sé que no cuadra usted con lo que quieren y que la mayoría de los cursos esos que me ha dicho serán cursos de mala muerte sin valor curricular ni nada. Pero me transmite usted algo y creo que es la persona que ahora mismo necesito.
- Pues muchas gracias. ¿Y cómo haremos para vernos?
- No se preocupe usted por eso. Tengo varias maneras de hacerlo. Usted váyase tranquilo y como en quince días recibirá usted un correo electrónico anunciándole cuándo tiene que incorporarse.
- Muchas, muchas gracias.
- De nada, de nada. La verdad es que estoy loco por que empiece usted y podemos empezar a vernos.
- ¿De veras? Me siento bien siendo útil. Si quiere podríamos vernos antes. Vivo en esta ciudad. Podríamos quedar por el centro.
- ¿Lo haría? Para mí sería un alivio.
- Claro. Mire, voy a dejarle para que reflexione el párrafo final de “Annie Hall”, una película de Woody Allen, no sé si usted la conocerá. Dice así: “Y recordé aquel viejo chiste. Aquel del tipo que va al psiquiatra y le dice: 'Doctor, mi hermano esta loco, cree que es una gallina'. Y el doctor responde: '¿Pues porque no lo mete en un manicomio?'. Y el tipo le dice: 'Lo haría, pero necesito los huevos'. Pues eso es más o menos lo que pienso sobre las relaciones humanas, ¿sabe? Son totalmente irracionales, y locas, y absurdas; pero supongo que continuamos manteniéndolas porque la mayoría necesitamos los huevos”.
- Vaya, a dado usted en el clavo.
- Dele las gracias al Sr. Allen.
- Buenos días.
- Buenas tardes.
- Buenas tardes.
- ¿Viene por lo del puesto, no?
- Así es.
- Tengo aquí su curriculum y no se ajusta para nada a lo que pedimos.
- Sí, ya lo sé, pero tengo experiencia en varios campos que podrían, digamos... ser útiles a la empresa...
- Ya, ya...
- ...
- Y bueno, ¿va a hablarme de esos campos?
- Pues verá... He hecho varios cursos de coaching, que está muy de moda, de gestión de equipos, de terapia de parejas y de uso eficaz del tiempo.
- ¿Y cómo es eso? Explique, explique...
- Ya ve, no he perdido el tiempo...
- Pero explique. ¿No se diplomó usted como técnico agrícola? ¿A qué viene después lo otro?
- El coaching, combinado con la gestión de equipos, ...
- No, no, no. Háblame de lo de la terapia de parejas.
- ¿Cómo?
- No me ha entendido. Mire usted, llevo aquí ya cinco horas haciendo entrevistas y no puedo más.
- Ya.
- Además llevo preocupado toda la mañana con una discusión que he tenido con mi mujer al levantarme.
- Ajá.
- No sé cómo seguimos juntos. Cuando no es por una cosa, es por otra. Si no se enfada ella, lo hago yo. Cada uno queremos las cosas a nuestra manera y ninguno cedemos.
- Ya. Si no es mucho preguntar, ¿qué edad tiene usted?
- 42 años.
- ¿Tienen hijos?
- Mire, eso es lo único en lo que creo que hemos estado plenamente de acuerdo en nuestra vida. Ninguno de los dos los queríamos ni los queremos.
- Eso es un punto a favor. Creo que se encuentra usted en una fase típica de la madurez, en un momento vital crítico bastante común.
- ¡No me diga! ¿Y será fácil afrontarla?
- Depende.
- Es bastante explícito, ¿sabe usted?
- Necesitaría saber muchos más detalles. Y conocerla a ella también, por supuesto.
- ¿También a ella? ¿No podríamos hacerlo aquí entre usted y yo?
- Pues no.
- Bueno, mire usted lo que vamos a hacer. Tengo aún doce personas que entrevistar. A mí me importa un carajo esta empresa, me tienen aquí explotado y malpagado. ¿Sabe usted cuanto cobro? Pues 1.100 euros por pasar aquí unos 50 horas a la semana. Y no crea que las horas extras me las pagan doble. Ni doble, ni cuarto y mitad ni nada.
- No me extraña que después esté tan nervioso en casa.
- ¿Verdad que sí? Pues mi mujer no quiere entenderlo. Bueno, a lo que iba. Que como me importa un carajo esta empresa y su rendimiento voy a seleccionarle, a pesar de que sé que no cuadra usted con lo que quieren y que la mayoría de los cursos esos que me ha dicho serán cursos de mala muerte sin valor curricular ni nada. Pero me transmite usted algo y creo que es la persona que ahora mismo necesito.
- Pues muchas gracias. ¿Y cómo haremos para vernos?
- No se preocupe usted por eso. Tengo varias maneras de hacerlo. Usted váyase tranquilo y como en quince días recibirá usted un correo electrónico anunciándole cuándo tiene que incorporarse.
- Muchas, muchas gracias.
- De nada, de nada. La verdad es que estoy loco por que empiece usted y podemos empezar a vernos.
- ¿De veras? Me siento bien siendo útil. Si quiere podríamos vernos antes. Vivo en esta ciudad. Podríamos quedar por el centro.
- ¿Lo haría? Para mí sería un alivio.
- Claro. Mire, voy a dejarle para que reflexione el párrafo final de “Annie Hall”, una película de Woody Allen, no sé si usted la conocerá. Dice así: “Y recordé aquel viejo chiste. Aquel del tipo que va al psiquiatra y le dice: 'Doctor, mi hermano esta loco, cree que es una gallina'. Y el doctor responde: '¿Pues porque no lo mete en un manicomio?'. Y el tipo le dice: 'Lo haría, pero necesito los huevos'. Pues eso es más o menos lo que pienso sobre las relaciones humanas, ¿sabe? Son totalmente irracionales, y locas, y absurdas; pero supongo que continuamos manteniéndolas porque la mayoría necesitamos los huevos”.
- Vaya, a dado usted en el clavo.
- Dele las gracias al Sr. Allen.
- Buenos días.
- Buenas tardes.
Jesús Gelo Cotán
octubre de 2013
Me encanta...
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