viernes, 6 de marzo de 2015

Estrecheces


Tras cinco años de carrera, dos másters y un doctorado Cum laude, en Arquitectura, creo poder afirmar con total seguridad que sé interpretar un plano, un render o un dibujo infantil sobre un piso.
Por fin el destino me brindaba la oportunidad de volver a mi pais. Mi empresa abría sucursal en Oporto, y me nombraban Jefa de Nuevas Construcciones Turísticas en el área luso-española. Así que decidí invertir todo el dinero ahorrado estos años como arquitecta de los hoteles Golden Dubai, en un piso en mi amada ciudad porteña.
Comprar sobre plano no me suponía ningún problema dada mi formación, aparte de que no me quedaba otra, si no quería perder el apartamento al que había echado el ojo en mi última visita familiar.
Caro, sí, pero me lo podía permitir. Pequeño, sí, apenas 65 metros cuadrados según plano, pero en plena Rúa das Flores, a mano de todo. Cerca de la Ribeira, de la Estación de San Bemto, de Aliados y de Clérigos... Y en una calle peatonal llena de vida.
Muy pequeño en comparación con mi loft de 237 metros cuadrados, sí, pero me acostumbraría.
Era el piso perfecto.
Juro por Dios que en el plano aparecían tres habitaciones: salón con cocina americana, dormitorio y baño, además de un minúsculo balcón.
Eso compré, por eso pagué y eso me encontré cuando me mudé allí hace un mes. Tres habitaciones que encargué amueblar desde mi anterior y espaciosa residencia en Dubai.
Reconozco que ya sentí algo extraño el primer día. Una opresión en el pecho nada más entrar, que me asustó un poco, pero que concluí serían los nervios de la mudanza, el nuevo cargo y la vuelta a mi ciudad.
Las primeras noches que pasé en mi nuevo, aunque pequeño, hogar, al acostarme, sentía como si el apartamento respirase y hasta se desperezase. Sí, mi piso parecía practicar estiramientos mientras yo intentaba dormir y adaptarme al nuevo espacio.
Primero pensé que eran sueños míos que una vez despierta seguían resonando dentro de mí, pero aquello no podía ser sólo un sueño.
El sofá chaise longe, que mandé hacer a medida porque si no no cabría en el mínimo salón, ahora no sólo cabía, sino que a su lado había aparecido un hueco para una mesita auxiliar, un revistero grande o una lámpara de lectura.
En mi baño, con placa de ducha de 70 por 70, me he encontrado, inexplicablemente, una bañera con patas doradas, idéntica a la que mi abuela Casilda me dejó en herencia.
Hace menos de una semana, encontré el estante especiero roto en el suelo, y todos los botes de especias desperdigados por la cocina, porque misteriosa y sorprendentemente, las alcayatas que lo sujetaban se habían separado 33 centímetros la una de la otra.
Mi piso respira, agente, respira, y se despereza y se estira. Y lo hace por la noche, señor agente, que es cuando estoy yo en casa. Lo hace mientras duermo, o mientras intento dormir, para ser más exactos.
Hace ya trece días que no pego ojo.
¿Que por qué sigo viviendo allí si me provoca tanto estrés? Comprenderá que para una arquitecta de prestigio como yo, no deja de ser fascinante intentar descubrir cómo puede suceder algo así en el espacio.
Los demás apartamentos del edificio siguen midiendo 65 metros cuadrados útiles, mientras que el mío había llegado ya a los 87.
Bueno, eso hace tres días. Porque desde entonces la cosa ha empeorado. Cuando desperté el primer día me encontré con una puerta que antes no estaba. Temblando la abrí y, ¿sabe qué había? Otro dormitorio, con un ventanal enorme, precioso. Amueblado y todo.
Pero es que el jueves apareció un trastero y ayer, ayer, una escalera. ¡Una escalera!
¿Que qué ha aparecido hoy? No lo sé, señor agente. Algo seguro, porque cuando ustedes han venido a detenerme justo volvía a escuchar el estruendo que precede a la aparición de un nuevo cuarto, pero con su llegada, no he podido verlo.
Por cierto, ¿por qué estoy retenida en esta comisaria?

Señora Lello, usted se ha dedicado a tirar los tabiques del apartamento contiguo con una machota aprovechando que los dueños estaban de viaje.
Esta noche, al llegar de su periplo, la descubrieron en su cocina, con ojos enloquecidos y martillo en ristre, a punto de tirar la pared del otro apartamento.