viernes, 25 de abril de 2014

Sálvese quien pueda

— ¿Jura usted decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?
Rosa respiró profundamente y alzó la mano.
— Sí, lo juro.

Jamás pensó que se encontraría en una situación similar. Ella, tan pacífica, con una vida tan cómoda, tan tranquila: su trabajo, su familia, sus aficiones... Sus aficiones, ese era el problema. Su mente y su cuerpo habían descubierto los placeres de la vida bohemia: la escritura, la pintura, los buenos libros, los buenos vinos, algún que otro masaje relajante en unos baños árabes... En fin, que no era barato, y con los recortes que su nómina había sufrido en los últimos años, comenzaba a verse un poco ahogada. Su carácter caprichoso le impedía renunciar a ninguno de esos gozos, por lo que no tuvo más remedio que plantearse una salida. Una salida desesperada.

— Señora Domínguez, ¿se encuentra bien?
— ¿Qué? Sí, sí, dígame.
— Le preguntaba si sabe por qué está aquí.
— Sí, lo sé.
— Señores y señoras del jurado, la señora María Rosa Domínguez Moreno está acusada del asesinato de la difunta María José Morales Mora.
El fiscal pasará a continuación a su interrogatorio, para que el jurado pueda recapacitar después sobre su inocencia o culpabilidad.
— Buenos días señora Domínguez. Dígame, ¿dónde se encontraba la tarde del 23 de abril del presente año a las 18.30 horas?
— Buenos días. Me encontraba en el médico. Tenía cita a las 18.35 horas.
— ¿Está enferma? ¿A qué fue allí?
— A una revisión ginecológica, señor.
— ¿Hacía mucho que había pedido esa cita?
— Yo no la pedí. Me la dio la enfermera del doctor Santos, me tocaba en esa fecha.
— ¿Alguien la vio? ¿Hay testigos de su visita médica?
— El personal de administración de la clínica, los pacientes de la sala de espera (que no eran muchos), etc. Además, tienen ustedes en su poder el justificante de asistencia a consulta que me dieron allí.
— Señora, esos justificantes se expiden como churros sin necesidad siquiera de que la vea ningún doctor. Lo hemos comprobado. ¿Llegó a entrar a su revisión? ¿La vio su médico? Y, por cierto, ¿por qué pidió usted un justificante? ¿Trabaja por las tardes?

Rosa se puso lívida, después roja como un tomate y lívida de nuevo.

— No no trabajo por las tardes. La costumbre de pedirlo, supongo.
— No ha contestado a la primera pregunta ¿la vio su médico?
— Yo...
— ¿Cómo explica entonces que el señor Juan José Alarcón Bocanegra la descubriera en el Ateneo de Valencina de la Concepción, junto al señor Jesús Gelo Cotán en flagrante acto criminal?

La acusada se desmoronó. De sus ojos comenzaron a brotar lágrimas sin consuelo. Cuando logró tranquilizarse — no tardó mucho — su mirada era fría y decidida.

— Sí, estuve en el Ateneo, señor Juez. El señor Gelo, Jesús, me utilizó y después me convirtió en cómplice de esta atrocidad. Unas semanas antes me había contado sus planes de quitar de en medio a nuestra profesora del taller de escritura creativa, como solución a nuestros problemas económicos. ¿Sabe? No dejan de recortarnos el sueldo, y ambos tenemos gastos ineludibles.
Coordinar este taller y dividirnos los beneficios, ese era el plan. Yo, para alimentar a mi familia. Él, no sé, para financiar sus largos viajes, supongo.
Yo sólo tenía que mover los hilos para cambiar la sesión de día sin que se enterase nadie más que María, y después abrir el Ateneo, pues yo tengo una copia de la llave, y desaparecer de allí. Jesús se ocuparía de lo demás. Con lo demás, pensaba yo que Jesús se refería a convencerla de alguna forma para que nos cediese este taller — coordinaba varios, ¿sabe usted? — Jesús es bastante persuasivo, y como me pidió que les dejase solos, pensé que su plan era camelarla de otra forma. El novio de María vive en Madrid. Estaba muy sola aquí, ya me entiende. Nunca imaginé que llegaría a hacer algo así.
Pero una vez en el Ateneo no me dejó irme, y casi sin cerrar la puerta comenzó a golpear violentamente a María.
Yo no hice nada... Yo no fui, se lo juro.
— Señora Domínguez, le recuerdo que está usted bajo juramento. No diga nada de lo que después pueda arrepentirse. Si usted no fue ¿cómo es que el monopatín del hijo de la señora Teresa Rodríguez contiene tanto sus huellas dactilares como las de sus zapatos?
— Un par de semanas antes habíamos tenido nuestra reunión semanal en casa de Teresa. Su hijo nos mostró su monopatín y estuvimos haciendo un poco el tonto encima del juguete.
— Es bastante casualidad que la última vez que vieron a la fallecida fuese, precisamente, en la casa del dueño del arma homicida.
— Bueno, tampoco es tanta casualidad. No es raro trasladar el taller a la casa de alguno de nosotros de vez en cuando.
— Si nadie sabía de sus planes de cambio de día del taller ¿por qué apareció por allí el señor Alarcón?
— Le avisó Araceli.
— ¿Se refiere usted a Araceli  Míguez Salas?
— Sí.
— ¿Con qué propósito avisaría la Señora Míguez al señor Alarcón?
— Pretendía que nos descubriese.
— ¿Que les descubriese? Usted afirma ser víctima de las argucias del señor Gelo, no su cómplice ¿No le parece una contradicción ese .que nos descubriese.?
— Es una forma de hablar.
— Comprendo. ¿Cómo pudo poner sobre aviso la Señora Míguez al señor Alarcón si nadie estaba al corriente de sus planes?
— Araceli había leído los correos antes de que yo pudiera borrarlos.
— ¿Por qué tenía usted acceso a los correos de sus compañeros?
— Porque administro el blog del grupo. Ellos mismos me cedieron sus contraseñas al comienzo del taller para que colgase sus escritos. Los muy ilusos nunca cambiaron sus claves.
— Señora Domínguez, cuéntenos cómo consiguieron el monopatín.
— Jesús estaba haciendo un curso en Sevilla por aquella fecha. El hijo de Teresa patina por allí cerca. No fue difícil.
— Antes dijo no conocer las verdaderas intenciones del señor Gelo... Muy curioso que supiera ese detalle...
— ¡Está bien! ¡Lo confieso! Lo planeamos juntos. ¿Usted cree que es fácil mantener este nivel de vida con un simple sueldo de maestra? Yo necesito liquidez para ir a conciertos, comprar libros, vinos con D.O.... Sí, lo hicimos. La matamos. Pero la culpa no es mía, ni de Jesús. No, señor juez, la culpa la tienen los recortes de nuestros gobiernos. ¡Ellos son los culpables!

Y dicho esto, se desmayó sobre su silla.
El jurado, tras mucho deliberar, la encontró inocente, pues claramente era una víctima de este sistema.

El taller de escritura se disolvió. Sus miembros nunca volvieron a verse, a excepción de Jesús y Rosa que, con la cuantiosa indemnización que el Estado tuvo que pagarles por haberlos llevado hasta esa desesperada situación, fundaron una escuela de escritores de gran prestigio: Libros con vino.

jueves, 24 de abril de 2014

Cómo se escriben las fechas en textos

Os transcribo aquí un pequeño texto con aclaraciones sobre cómo escribir correctamente fechas en textos.
Podéis consultar más información aquí.

He visto en muchos sitios usar incorrectamente el punto para separar los «miles» al escribir el año, algo que es incorrecto. Buscando una referencia sobre esto encontré una página donde se explica muchas cosas más sobre cómo escribir correctamente las fechas:
Rayas, signos y otros palitos – El orden normal en nuestro idioma es día + mes + año, tanto si se escribe todo con letras como si se combina números y letras, o sólo números. En países donde coexistan varios formatos de hora o donde la influencia de otro idioma sea grande, puede ser recomendable escribir los meses en números romanos.
Tanto en las fechas como en cualquier otro contexto numérico, es incorrecto añadir un cero delante de los números de una sola cifra (no en vano tenemos la expresión Vales menos que un cero a la izquierda).
Los nombres de los meses —igual que los de las estaciones y los días de la semana— se escriben en minúsculas
Los números de cuatro cifras no deben llevar separador de miles pues no hay duda sobre su lectura en ningún caso (nací en 1954; me dio 1245 dólares para el viaje). Por uniformidad y alineación con otros números, puede ser conveniente usar el separador de millares en columnas numéricas, cuentas, listas de precios, contabilidad, etc.
Hubo hace tiempo un intento de normalizar el formato de fecha para fuera año + mes + día pero no parece que fuera muy popular, porque seguimos como siempre.
Actualización: Razorbuzz nos recuerda también otro error típico «cuando comienzas una carta, por ejemplo, has de colocar un «de» delante del año, no un «del» como se hace en muchísimmas ocasiones. Es decir, lo correcto es «14 de enero de 2006» y no «14 de enero del 2006»

viernes, 11 de abril de 2014

Aventura en la Gruta de Naga

Bestiario

La tribu de los Frinkos  vive en unas grandes y escondidas cuevas de una profundidad tal que tienen su propio sistema solar: una minúscula constelación formada por  un sol al que llaman Naga, dos planetas, Cado e Hiro  y dos lunas, Jise y Nila. Se desplaza por la oquedad muy lentamente de norte a sur.

Los Frinkos se comunican en un lenguaje donde las consonantes labiales, en distintos tonos  e intensidad constituyen la mayor parte de sus sonidos, y a través de su mirada que cambia de color según el estado anímico.

Existen cuatro sexos en la tribu y  la reproducción entre ellos puede darse según el sexo y las características de los distintos grupos étnicos que la constituyen.

Los Draws son los más altos, tienen unos cuerpos azulados, esbeltos y elegantes, el cuello extensible unos 30 centímetros más o menos. Van vestidos con túnicas de tejidos claros y sedosos.

Una larga cabellera les cubre la cabeza y la espalda. La llevan recogida de diversas formas y estilos, algunos con cuerdas de colores, otros con telas o con el propio pelo. Las hembras tienen el pelo en tonos rojizos,  los másculas en tonos grisáceos y los vomas tirando a verde. Se desplazan grácilmente, como si danzaran.  Unas orejas puntiagudas y diminutas asoman entre sus largas cabelleras. Los dos ojos ocupan casi la mitad de su rostro, tienen una nariz parecida a la de un felino y una diminuta boca.

Para reproducirse, la hembra saca de su cuerpo un huevo y cuando cree que hay otro draw de cualquiera de los tres sexos, que puede aportar una buena cualidad a su vástago, lo invita para  acariciarlo y arrullarlo juntos durante tres noches. El huevo de color azul turquesa, es así fecundado y la hembra lo guarda en una bolsa, al estilo de los marsupiales que lleva en su espalda durante tres meses. El pequeño draw nace en la bolsa, abrigado por la cabellera de su madre que también le sirve de alimento.

Los Lumas son más bajos, de color anaranjado, tienen un ojo delante y otro detrás en una cabeza alargada, cubierta de pelo corto y rizado. Tienen siete dedos en la mano derecha y tres en la izquierda, se mueven de forma rápida y vigorosa, son muy juguetones y traviesos y relucen en la oscuridad. Se reproducen por clonación.

Los Colfus son seres mágicos, tienen el cuerpo de cintura para abajo de guepardo, las extremidades superiores humanas y unas alas vigorosas. Su cabeza  coronada por un pelaje felino y ojos azules grandes e intensos.

Todos estos grupos étnicos viven en estas inexploradas cuevas con una fauna diversa: lagarmariposa,  pezperro, gallicomadreja, vacavestruz, ratagato, y los susús, unos seres voladores pequeños de formas estrelladas o esféricas de pelo muy suave,  que se posan en los hombros y en los lomos de los demás  seres y tienen poder relajante,  causan buen humor con su roce, por lo que están  muy solicitados y son bienvenidos en cualquier lugar.

Cuento
Marta y Alex habían llegado desde lejos a realizar una excavación arqueológica por la zona y cuando empezaron a cavar en el terreno señalado, se sintieron embriagados por unos aromas que emanaban de la tierra. Siguieron excavando hasta descubrir un hueco del que salía una potente luz y sin dudarlo se deslizaron a través de una cuerda.

No podían creer lo que aparecía ante sus ojos y se miraron boquiabiertos mientras descendían a la orilla de un precioso estanque rodeado árboles y de seres  nunca vistos.

Empezaba la época de la floración  y la gruta llena de lagos, flores y prados se tornaba en un bello y perfumado paisaje incitando a todos los habitantes a entrar en un estado de apasionamiento por todo cuanto hacían: cocinar exquisitos manjares para compartir en las distintas celebraciones, fabricar elegantes vestimentas y ornamentar las estancias con piedras y cristales.

Los draws se acercaron a ellos y los rodearon, miraban atentamente sus ojos y emitían suaves sonidos. Mey, la más sabia de su etnia,  tomó su blanca cabellera y la acercó hacia los recién llegados, que desconcertados no sabían qué hacer. Marta se quitó el pañuelo que llevaba al cuello y con mucha suavidad lo anudó al cabello que Mey le ofrecía haciendo un lazo para rematar el adorno.

Alex cogió su móvil, eligió una música alegre y festiva,  lo colocó en el suelo y comenzó a balancearse de un lado a otro de la mano de Marta y dieron unas vueltas al son de la música. Los demás intentaron imitar los movimientos aunque eran mucho más ágiles y al elevarse del suelo su movilidad era mucho mayor. Mey tomando de la mano a Marta le ofreció unos cuencos con lo que parecían hojas y flores y tomando una flor la metió en su boca invitando a los humanos a hacer lo mismo.

Un luma también se acercó a ellos poniendo flores en sus hombros y saltando de un lado a otro con su característica elasticidad.
Alex cogió una flor azul y al comerla sintió en su boca un sabor que le recordaba al de las nueces  con miel y exclamó ¡Que rico!
Los demás inmediatamente dijeron lo mismo, en el mismo tono sonriendo al imitar la voz y los gestos de Alex.
Los colfus también estaban muy activos;  volaban con sus brillantes alas portando cestas y vasijas de un lado hacia otro.

Mey escrutó los ojos de Alex y enseguida supo cómo comunicarse con él, hizo unos sonidos y para asombro de Marta, supo lo que estaba diciendo aunque los sonidos eran del todo extraños para ella. “Seguidme, vamos a ver al resto de mi familia”.

Los llevaron por un sendero hasta llegar a una explanada donde los demás habitantes de las diferentes etnias elaboraban unos coloristas platos con flores y hojas, adornaban las mesas de piedra con trozos de cristales de colores y después del momento de sorpresa por los humanos, todos se sentaron y se comunicaban entre ellos, mientras los susus se posaban en los hombros de los congregados.

Mey mostró mucha curiosidad por el mundo de donde provenía la pareja y parecía que todo lo que contaban ya lo sabía, pues no mostraba sorpresa alguna. Toyu, de la etnia Luma se mostraba temeroso y comentó que si los extranjeros se quedaban podrían contaminar la gruta y causar grietas y fisuras que podrían dejarla al descubierto. Decía que se los descubrían otros seres podrían llegar allí con intenciones invasoras, como ya había pasado en la gruta anterior de la que habían huido y que al ser descubierta la invadieron con focos, turistas y artefactos extraños, acabando con sus habitantes. La habían abandonado porque ya no podían vivir tranquilos siempre escondiéndose del tropel de humanos husmeando su gruta.

Alex y Marta habían pensado lo mismo; ese sitio tan maravilloso de criaturas tan extrañas tendría que mostrarse al mundo y ellos serían famosos,  se les recordaría  por ese maravilloso espacio que había estado oculto durante milenios. Ya veían sus nombres en las revistas del momento y sus caras en todas las noticias del mundo.

Alex piensa en las expediciones de científicos que vendrán a investigar a estos seres y la fuente de riqueza que supondrá organizar estos viajes, escribir artículos, conceder entrevistas… Todo acceso a la gruta pasará por sus manos…

Durante varios días Alex y Marta recorrieron la gruta disfrutando de su flora y su fauna, se comunicaban sin problemas con todas las etnias, asistieron al nacimiento de algunos bebés, jugaron, comieron y bebieron y empezaron a pensar que tendrían que regresar pues sus familias y amigos estarían preocupados por ellos.

Llegó el día de la despedida;  los draws pasaron sus largas cabelleras por las manos de la pareja, los lumas los rozaron en la barbilla, iluminándolos de azul y los colfus batieron sus alas y ofrecieron un flor a cada uno. El ambiente era relajado y alegre y la euforia por el descubrimiento de aquel lugar embargaba a Alex y hacía soñar a Marta con la fama. Cuando empezaron a trepar los susus los acompañaron sobre sus hombros durante el recorrido vertical.

Trepando por la cuerda miraron hacia arriba, no se veía ningún hueco hasta que unas largamariposas cavaron en el techo y apareció una pequeña abertura por la que salieron de nuevo al terreno acotado donde se disponían a excavar.
Una vez fuera, Alex pregunta

–¿He dormido mucho tiempo?  ¡Me siento genial!
–Creo que si no me despiertas aún seguiría durmiendo– contesta Marta y mirando su reloj –Media hora más o menos, creo que veníamos muy cansados del viaje.

–Pues parece que he dormido tres días. Por cierto aquí no ha habido suerte, mira todos los hoyos que hemos hecho y no hemos encontrado nada de lo que venimos a buscar. Recogemos y bajamos unos cincuenta kilómetros al sur, por los apuntes que he recogido, creo que allí descubriremos algo grande.

Siglos atrás los seres de la gruta  habían realizado un hechizo por el que los que llegaban hasta allí, una vez que hubieran sido bien acogidos en la Gruta de Naga, si albergaban deseos de enriquecimiento y avaricia, nunca podrían revelar el secreto porque al salir a la superficie,  se borraría ese recuerdo de su cerebro.

Alex y Marta suben al potente todoterreno y emprenden el camino hacia otro lugar, soñando en realizar un gran descubrimiento que los encumbre,  dejando tras de sí una gran polvareda.

 Araceli Míguez

 Marzo 2014

Tarde de ocio

Daniela se dirige a las salas de cine del centro comercial cercano a la parada del metro. Había quedado con Angelo y Mauricio, sus compañeros,  estudiantes de intercambio que querían aprovechar al máximo su estancia en la ciudad.
En las taquillas Daniela mira impaciente a un lado y al otro pero sus amigos no llegan y la película empezará en unos minutos.  Compra su entrada y se queda sorprendida al ver a la persona que le entrega su ticket. Tiene cara de bebé, los ojos de un azul intenso, la cabeza cubierta de rizos rubios y succiona un chupete estruendosamente. Mira a su alrededor y un hombre uniformado que está detrás de Daniela habla a través del móvil; 

–Tengo a otra sospechosa– y agarrando a Daniela por el brazo le pregunta dónde estaban los demás.

Daniela confusa y boquiabierta mira  a su alrededor sin saber qué le está ocurriendo. Se fija en las dependientas y las cajeras del centro comercial; todas tienen la misma cara, van con el mismo peinado, el mismo maquillaje y por supuesto el mismo uniforme, actúan de manera automática, con los mismos movimientos acompasados cogen los productos de la cinta transportadora y los pasan al otro lado una vez escaneados. Es evidente que son autómatas clonadas.

Daniela ve a Mauricio y Angelo  que llegan apresurados y al verla agarrada del brazo por aquel guardia de seguridad  le preguntan al oído– ¿qué has hecho? ¿es que eres de la mafia o de alguna mara?– Podías haberlo comentado, nosotros somos de la mafia calabresa, y estamos buscando a gente que quiera unirse para emprender una lucha contra la mafia americana por el control del mercado de humanos.–

Cuando Daniela, asombrada intenta preguntarles de qué están hablando, se les acerca un hombre con pinta desaliñada, barba canosa y gafas, con un aerógrafo que incorpora una aguja en la mano diciendo que tiene que tatuarles una estrella en el brazo derecho para distinguirlos de los autómatas.

Al escuchar esto, el guarda que agarra el brazo de Daniela sale corriendo arrollando a su paso a toda persona que se encuentra a su paso.  Una  mujer que conduce su carro metálico lleno de productos  saca una pistola y le lanza una carga de pintura amarilla a lo que el sujeto responde lanzando un chorro de pintura roja.

El altavoz anuncia que las pinturas son comestibles y están de oferta; cuatro paquetes de distintos colores y sabores por el precio de tres; pueden encontrarse en el pasillo cuatro.
Muchos de los presentes sacan también sus pistolas y comienzan a disparar con distintos colores hasta que el centro parece una paleta cromática y el suelo se convierte en una pista de patinaje multicolor.

La gente comienza a deslizarse ente risas y caídas. Daniela, Angelo y Mauricio abandonan la idea del cine y de las mafias y se lanzan a patinar cubiertos de pintura.

De nuevo el altavoz emite una música y a continuación anuncia otra novedosa oferta; 

–Hombres, mujeres y niños a precios increíbles. Compren sus humanos  ya. Se regala collar y casco antimordeduras. Pueden encontrarlos de oferta en el pasillo diez –

Daniela mientras patina, observa como un numeroso grupo de personas se apiñan en la puerta de entrada del hipermercado, al cabo de unos minutos van saliendo con un carro automático portando a un ser humano esposado y con una especie de casco formado por tubos  de aluminio que cubre la cabeza hasta el cuello y un saco donde se lee “pienso para humanos”.

Daniela busca al hombre del aerógrafo para que le explique lo que está pasando y lo encuentra, junto a una niña de unos seis años, ambos  esposados y con el casco, en el carro de una mujer que viste con ropa deportiva que se pone a la cola de las cajas para pagar la compra.

–Por favor, explícame lo del tatuaje. ¿Por qué tenemos que tatuarnos una estrella? –pregunta Daniela de forma apresurada al tatuador, en el momento en que la mujer se aleja, en busca de algún producto olvidado.

–Sin estrella no estás identificada como libre, te pueden capturar y vender en cualquier cadena de supermercados. ¡Rápido, coge mi aerógrafo del bolsillo izquierdo, tatúanos y después lo haces tú!. Así podremos demostrar que somos humanos– le contesta en un susurro el tatuador.

Daniela rebuscaba en el bolsillo indicado, cuando siente que la agarran por cada brazo  dos enormes payasos que había visto a la entrada del centro  anunciando hamburguesas Mcdowal. Uno de ellos levanta su manga derecha y le inyecta algún producto que la adormece de forma inmediata.

Lo siguiente que ve Daniela al despertar es un camino de baldosas amarillas delante de ella que le recuerda a su película favorita de cuando era pequeña. Intenta dar un paso para seguirlo pero sus pies y sus manos están esposados, aterrada mira a su alrededor, su visión se encuentra dividida por unas cuadrículas formadas por tubos de aluminio.

Intenta gritar pero no tiene voz, algo ha pasado en su garganta, pues solo emite susurros. Divisa a su derecha un largo pasillo con personas como ella, inmovilizadas y puestas en fila y del techo cuelgan grandes carteles de colores fluorescente,  anunciado ofertas  de “dos por el precio de uno”.

Daniela observa con tristeza e impotencia las grandes colas formadas en las cajas registradoras donde las mismas chicas uniformadas y repetidas, pasan a una velocidad de vértigo los códigos de barra de los productos y los humanos que compran compulsivamente los clientes. Al otro lado de  las cajeras, una multitud, ajena a lo que está ocurriendo, se divierte patinando sobre pintura y jugando a la guerra.
Araceli Míguez

Abril de 2014

Ceremonia en el Dolmen

Hacía un día soleado aderezado de una ligera y agradable brisa. El guía había convocado al grupo a las diez de la mañana en la cafetería Doña Marta para hacer una pequeña ruta campestre y terminar el paseo con la visita al dolmen de Matarrubilla; uno de los más antiguos de la Edad del Bronce descubiertos hasta el momento.

El grupo se fue completando y una vez explicado el itinerario y el programa que iban a seguir, salieron a la carretera para incorporarse enseguida a una senda ancha, perfumada por la yerba aledaña, moteada de múltiples flores silvestres. Amador, el dirigente y simpático guía iba dando explicaciones de lo que se veía a uno y otro lado del camino, comentando que posiblemente estaban en uno de los primeros asentamientos del neolítico, incidiendo en la morfología del terreno.

Ana, una de las excursionistas, historiadora de arte, fue enumerando las múltiples estatuillas que se habían encontrado en la zona y sacó de su bolsillo una cadena de la que colgaba lo que parecía una réplica de uno de los ídolos antropomorfos, hallado en el lugar donde se encontraban.  Al mostrarlo a los asistentes el objeto se mantuvo flotando en el aire sin que nadie lo sujetara y se adelantó al grupo tomando el papel de guía. Ana fue haciendo un ramillete con las flores que encontraba a su paso, recreándose en sus formas y colores y murmurando un mantra mientras cortaba sus tallos.

Amador y el resto del grupo siguieron al objeto que avanzaba precediendo la comitiva, que se adentró en una zona de espesa vegetación y se paró a la llegada de un claro formado por un círculo de grandes piedras, donde todos pudieron contemplar la entrada al dolmen. Ana volvió a coger su talismán y lo colgó de su cuello.

Uno a uno, fueron adentrándose en el interior de las milenarias piedras, recorrieron un largo pasillo mientras se escuchaban cánticos aflautados, parecidos al sonido del viento. Cuando llegaron a la zona circular encontraron una gran piedra rectangular de mármol negro que, a modo de altar se apoyaba en el suelo.

Ana agarrando el ídolo entre sus dedos se acercó a piedra negra, depositó el ramillete encima musitando el mismo mantra que había llevado durante el camino y  procedió ceremoniosa, a tumbarse sobre la piedra.

El resto del grupo hizo un círculo dejando en medio a Ana tendida con los ojos cerrados sobre el altar, esparcieron las flores sobre su cuerpo y comenzaron a emitir los mismos sonidos que emitía la gruta cuando entraron.

La pequeña estatuilla se desprendió del cuello y comenzó  recorrer el cuerpo de Ana marcando todo su contorno y deteniéndose verticalmente a unos centímetros  de su pubis.
Ana empezó a moverse  levemente, poco a poco fue retorciéndose de forma brusca y sus gemidos se mezclaron con los cánticos de los presentes. Comenzó a jadear mientras su cuerpo  fue arqueándose cómo el de una contorsionista, hasta lanzar un grito inhumano que silenció a los congregados.

Al cabo de unos minutos Ana quedó en silencio, su cuerpo resplandecía, su pelo había adquirido un raro volumen y en su rostro se adivinaba una placentera y extraña sonrisa.
Tomó entre sus manos la estatuilla y la volvió a colocar en su cuello mientras los presentes se arrodillaron ante ella, tocaron su vientre e hicieron un juramento de lealtad a la nueva diosa Jara y a su venidera estirpe.  Amador también se arrodilló ante ella inclinando la cabeza, Jara  acarició su rostro y tiró de su brazo para que se levantara, cuando estuvo incorporado Amador puso su mano sobre la de Jara y simularon amarrarlas con el colgante del ídolo.

Sin decir ni una palabra, el grupo se preparó y haciendo una fila salieron del dolmen  cantando en susurros y agachando la cabeza para no tropezar con el techo. Al llegar de nuevo al círculo de piedra de la entrada, abrieron sus mochilas y comenzaron a sacar piezas de cristal finamente tallado, preciosos platos sobre los que depositaron viandas y altas copas que llenaron de un vino tinto aromático y denso.

Brindaron, vertiendo las primeras gotas de vino a la tierra que pisaban y levantaron sus copas hacia el sol, antes de mojar los labios; grabaron con lascas de pizarra círculos y rayas en la roca que servía de mesa, comieron siguiendo cierta liturgia y entonaron algunos cánticos.
Al cabo de unas horas Amador se despedía del grupo en la misma cafetería, al llegar a Jara, le besó la mano y mirándola a los ojos le susurró
–Diosa Jara; no tardes otros cuatro mil años en volver.
–¿Diosa Jara?; se equivoca usted. Me llamo Ana y soy historiadora.


abril de 2014
Araceli Míguez


domingo, 6 de abril de 2014

Tarde gris

Llegué temprano, así que me tocó esperar. En realidad lo hago aposta. Desde siempre lo he preferido, pues no llevo bien que me tachen de impuntual. Además, me gusta pasar un rato a solas, ordenando mis pensamientos, antes de ver a alguien.
La tarde estaba desapaciblemente gris y húmeda, con las nubes a punto de descargar y un viento frío aconsejaba esperar con una taza de café en la mano, pero el ambiente del bar no me gustaba, y preferí quedarme fuera, oliendo la lluvia en el aire. No era la única que pensaba de esa forma pues, en la plaza, varias personas disfrutaban del soportable frío. Algunos críos jugaban en los columpios, o con las bicis. Un par de amigos fumaban bajo un toldo, supongo que para no tener que dejar sus cigarrillos a medias si comenzaba a llover. Gente iba y venía por los bares, animando aquel mustio atardecer de domingo.
Una familia entera captó mi atención, pues se movían en bloque, de un árbol a otro. Un padre, una madre, una hija, un hijo, y una tía, o quizás amiga, deambulaban mirando por entre las ramas de los olivos que adornan aquel lugar. Mi curiosidad iba en aumento, pues no lograba descubrir qué buscaban ¿aceitunas? ¿una pelota? Un dedo acusador me informó al fin:
    ¡Allí! Ha volado hacia ese árbol. — Y allí que se encaminaron todos.
¡Un pájaro! Buscaban un pájaro. Satisfechas mis ansias de saber, seguí observando divertida sus idas y venidas. Las de ellos y las del pajarillo: un inseparable que revoloteaba nervioso y asustado de olivo en olivo.
El personal comenzaba a impacientarse, pues no lograban dar caza al minúsculo ave, así que la madre, con actitud decidida, se quitó el abrigo y escaló por el tronco, intentando hacerse con el animal.
Al salir volando de nuevo, la madre, harta ya de la infructuosa persecución, echó a volar tras él, y les perdí la pista a los dos.
    ¡Hola! ¿Llevas mucho tiempo esperando?

    ¡Hola! No, unos cinco minutos. ¿Tomamos un café? Hace frío.

Caricatura del señor Alarcón en dos minutos

La profe nos atraca hoy pistola en mano y nos obliga a caricaturizar a nuestras compañeras y compañeros en dos minutos. Ay. A mí me toca Juan Carlos. A ver...

“Como cada día, él a su bola. La profe nos manda describir una pintura y él hace lo que le da la gana. Como no le apetece mirar su gran ombligo, nos sale reivindicativo e intenta colárnosla con la descripción de la foto de un tipo con una vara azotando policías.

¡Oye, no se le ocurre ni describir una de sus obras pictóricas!

Por cierto que cuando estuve en su casa, me abrumó tantos tipos de pintura: que si acuarela, que si acrílico, que si grabado o pseudograbado, que si oleo, lápiz, carboncillo... Oiga, ¿pero por qué este hombre no se centra en algo?

Y ya se sabe, aficionado a todo, maestro de nada."


Jesús Gelo Cotán
diciembre de 2013

jueves, 3 de abril de 2014

Pan amargo

Aquella contienda había convertido a valientes guerreros en indefensos fugitivos que se veían obligados a esconderse como ratas hambrientas en cuevas oscuras o casas abandonadas, para evitar ser apresados.
Conforme Noa avanzaba por el sendero que conducía al antaño bonito pueblo de Bertiche, la noche se hacía cada vez más fría y cada vez más negra. Parecía una noche sin lugar para la esperanza. Sus dientes castañeaban y le temblaba todo el cuerpo.
Habían acordado que ella llevaría, colgado del cuello, por si era descubierta, una imagen de la virgen de los Desamparados y que él colocaría, casi enterrado bajo un ladrillo, a la puerta de su refugio, un trozo de pañuelo rojo, sin saber que era el que ella le había regalado hacía tres veranos para los Sanfermines.
Cuando llegó hasta la entrada del pueblo lo que vio le desgarró el alma. Aquella destrucción no parecía obra de mano humana. Era una escena dantesca.
Pero siguió adelante. Hay sentimientos que son más fuertes que el miedo y sabía que su hombre desfallecía. Por eso llevaba consigo, apretado contra su pecho, como si del hijo de ambos se tratara, un atillo con queso rancio y pan amargo.
Quién era el culpable de tanto dolor no era asunto que en esos momentos ocupara la mente de Noa. En su alma solo había sitio para el amor, no cabía el odio. Ya habría tiempo para las reflexiones. Ella solo tenía un objetivo y no había titubeado cuando alguien le dijo que estaba vivo ¡vivo! y que le enviaba un mensaje de amor.
¿Dónde? ¿Dónde estaba? Su insistencia doblegó la resistencia de aquel muchacho amigo y se hicieron cómplices de aquella locura.
Así pues, lo tenía claro. Permanecería con él también en esta abrumadora desgracia, hasta que la muerte los separara si fuese preciso, tal como le juró cuando le fue arrebatado y llevado al frente por su mando.
Ni él ni ella tenían conocimientos ni edad para decidir nada. Eran casi unos niños que se amaban y pretendían haberse casado ese mismo año. Hasta entonces no habían conocido más que risa, verbenas, besos y campos verdes.
La guerra, como un monstruo sin consciencia, lo cambió todo.
Ella apenas sabía de caminos de derecha o caminos de izquierda. Su sendero era recto, de frente, y tan apasionado que, como el frío, le quemaba y le hería por dentro.

A lo lejos divisó unas luces. Se agachó y dejó que pasaran. Ni siquiera volvió la vista atrás para comprobar de qué bando se trataba.