lunes, 31 de marzo de 2014

Yo, Claudia

En el número 11 de la calle del Ciprés transcurrió mi infancia de los ocho a los once años. Vivíamos en el piso superior de una casa fría y destartalada, con un pasillo largo y oscuro como la garganta de una serpiente pitón.
Abajo vivía la señora Lidia con su pequeña hija Pepita, su marido Manuel, imposibilitado de cintura para abajo tras sufrir un accidente y su hermana Paca “Un bicho” —solía decir mi madre— “Igualita que la hermana.”
Pepita y yo éramos de la misma edad y nos llevábamos estupendamente. La señora Lidia potenciaba nuestra amistad invitándome a menudo a merendar en su piso, cosa que mamá sobrellevaba con disgusto.
Me encantaba estar en aquella casa. Exceptuando la cara desencajada del señor Manuel, tan serio en su silla de ruedas, allí todo era alegría. Cantaba la radio, alborotaba el perrito cuando lanzábamos el diábolo al aire, silbaba la olla exprés y las dos hermanas cantaban, cuchicheaban o se desternillaban de risa. Mi madre decía “Esas brujas se ríen de mí.”
Allí nada parecía perturbar la existencia. La puerta siempre estaba abierta. Nos sentábamos en el descansillo de la escalera e intercambiábamos con otras niñas los cromos que venían con aquellas deliciosas chocolatinas y los pegábamos al álbum .Era estupendo. Pepita y yo estábamos tan unidas que una vez nos hicimos una pequeña herida en el dedo pulgar, los juntamos y desde entonces ya éramos hermanas de sangre.
La señora Lidia era modista y lucía lindos y escotados vestidos de percal que le dejaban la canalilla del pecho al descubierto. Se pintaba de rojo los labios y se ponía llamativos pendientes y collares, aunque no fuese domingo.
A menudo me regalaba botones, restos de bobinas de hilo de seda de todos los colores y trocitos de tejidos de raso y satén con los que hacíamos vestidos a nuestras muñecas.
Estar allí era delicioso. Sólo me separaban diez escalones de mi casa, pero al llegar a ella me parecía que entraba en otra galaxia. Contrariamente a Lidia, mi madre siempre estaba seria. En mi casa había silencio y ella vestía de oscuro y recatada porque llevaba luto por su hermano “de por vida.”
Una tarde volvía del colegio y vi la puerta de la señora Lidia cerrada. Me pareció muy raro. Mientras subía la escalera oí voces. Al entrar vi a mi madre de pié. Tenía los ojos rojos de llanto o de ira — no sabría precisarlo— y a mi padre con el semblante muy serio. Mi madre se me acercó y me zarandeó: “Nunca ¿me oyes? Nunca más entrarás en esa casa ni te juntarás con esa niña.”
Se me prohibía hablar nunca jamás con mi amiga del alma y por más que lloré y supliqué nunca jamás pude acercarme a ella.
En las noches de verano la señora Lidia y su hermana sacaban las sillas a la puerta de la calle y formaban un corrillo bullicioso con las vecinas y los chiquillos. Entre ellos, naturalmente, estaba Pepita. Al marido lo colocaba en un extremo del angosto balcón y parecía hacer juego con el pajarito, porque ambos, al unísono, abrían el pico con dificultad ante los rigores de la noche. Daba mucha penita verlos.
Lidia seguía luciendo floreados vestidos, más escotados si cabe y multicolores pulseras y zarcillos que tintineaban alegremente al movimiento de su cuerpo.
Yo cruzaba cabizbaja camino de nuestro piso de arriba del brazo de mis padres y ella desplegaba el abanico a nuestro paso y esbozaba una sonrisa descarada y maliciosa.
Pasados unos meses, para el treinta y cinco cumpleaños de mamá, mi padre ideó una fiesta sorpresa. Me tomó a mí como cómplice y comenzamos a enviar a nuestros invitados preciosas invitaciones de nuestro puño y letra. Al parecer aquel detalle era su modo de compensarla por los tejos que había tirado a la necesitada señora Lidia, aunque naturalmente en aquella época yo desconocía este detalle. “Fueron imaginaciones tuyas. Yo te explicaré”. Al parecer, según supe mucho más tarde, todos los infieles tienen una razonable explicación bajo el brazo. A papá la explicación parece que no le sirvió de nada y terminó reconociendo que doña Lidia lo cameló y había sucumbido a sus encantos. “Sólo dos besos”, reconoció al fin, y mamá prefirió de momento dejarlo estar. “Menos mal que los sorprendí dándose un beso” decía ella a su prima y única confidente, dando por hecho que la cosa no había ido a más.
Llegó el día de la fiesta. Como en casa no había sitio suficiente, papá alquiló un local en una calle adyacente. Hacia ese sitio encaminó a mamá, ignorante de todo. Yo iba contentísima y miraba de vez en cuando a los ojos de papá sonriendo nerviosamente y él movía levemente la cabeza y clavaba severamente su mirada en la mía temiendo que mis gestos nos delataran. Al llegar, todos los parientes y amigos de mis padres nos esperaban alegres y engalanados. Papá había invitado a casi toda la familia, a compañeros de trabajo, amigos y, sobre todo, no podía faltar su mejor amigo, el cura Antonio, que además de haber sido el sacerdote que ofició la ceremonia de su boda, se habían criado en el mismo barrio y era una de las pocas personas que nos visitaban en casa, a causa del carácter algo huraño de mi madre.
Días antes del cumpleaños papá le había enviado un precioso vestido a mamá. Aún recuerdo la enorme caja blanca y el papel transparente que lo envolvía. Era de color melocotón y estaba bellísima con él. Fue indudablemente la reina de la fiesta, con sus ojos de dulce cielo, su cabellera rubia y su pequeña boca que apenas sonreía, lo cual la dotaba de un cierto aire de misterio, como si guardara un gran secreto.
Los mayores bailaron, rieron, algunos incluso cantaron y a la hora de los postres y el champán ya habían olvidado todos que eran gente respetable y juiciosa. Todos. Y cuando digo todos es todos. Incluso el cura Antonio, que por una noche parecía haberse olvidado de su sagrada condición… Lo recuerdo riendo estrepitosamente y bailando, cosa inaudita para la época, aunque visto desde hoy parece de lo más natural que un señor joven, lleno de vitalidad y alegría de vivir, con aquel peso inhumano de la represión sexual sobre sus hombros, se desbocara un poco. Claro, que no fue un poco lo que se desbocó. Se desbocó tanto que su boca soltó todo lo que tenía que soltar: “Ana, te quiero. Anita, que dios me perdone…”
Yo fui testigo muda y solitaria de aquel despropósito. Lo típico. Cuando entré inocentemente en la cocina no repararon en mí. Aquella frase me impactó y desconcertó a la vez “Anita, te quiero, no puedo remediarlo.”
Algo me decía que no estaba bien lo que aquel cura le acababa de decir a mi madre e iba a intervenir cuando, antes de dar un paso hacia ellos, mis ojos se desorbitaron. Vi cómo mi madre se aproximaba al sacerdote, cerraba los ojos abrazada contra su pecho y sellaba aquella ignominia con un beso en los labios. Salí corriendo hacia el salón y le soplé sin más a papá lo que había presenciado.
Bueno, ni que decir tiene que se lió. Si ya en seco la situación habría prometido, imagínense regada por los caldos de la tierra. Y caldeados los ánimos por ingentes cantidades de vapores de testosterona.
Mi padre cogió por el pechete al cura Antonio. Lo zarandeó y alguien contuvo su puño en alto. Mi madre, seria pero tranquila, tomó su bolso y salió con una expresión digna en su rostro.
A los pocos segundos mi padre me tomó de la mano y nos fuimos para casa sin despedirse de nadie y sin comentar conmigo nada en el camino.
Los invitados, según se comentó más tarde, se quedaron en el local hasta altas horas de la madrugada, bebiendo, quizás riendo y sobre todo cotilleando sobre lo sucedido. Esa exaltación por el mal ajeno de tus parientes o amigos es una depravación que a veces hace disfrutar mucho a la gente. Afortunadamente no todos son de ese tipo .algunos abandonaron enseguida el lugar y se fueron a sus hogares compungidos.
Al llegar a casa mi padre me dirigió al fin la palabra: “Lávate los dientes, ponte el pijama y acuéstate.”
Al rato se acercó a arroparme tal como hacía cada noche, con la diferencia de que en esta ocasión, en vez de contarme un cuento, se limitó a tomarme las manos y apretarlas contras las suyas “Ya hablaremos de esto hija, tú no te preocupes. Buenas noches” y se fue a su dormitorio.
Como los que estáis leyendo esto sois seguramente ya adultos y algunos quizá cotillas, os diré que mamá no volvió a casa hasta pasados unos días, reclamada por papá. Jamás dio explicación alguna sobre dónde estuvo esas dos semanas, ni papá se las pidió. Yo la observaba atentamente en busca de indicios que me diera alguna pista de lo que podría haber sucedido. Lo único que pude observar claramente es que sus ojos ya no rezumaban tristeza y que su forma de moverse y de vestir se asemejaba a la de la señora Lidia. Era otra mamá. Ahora ponía la radio y pasados unos días oí reír juntos a mis padres por primera vez. Se besaban y pellizcaban y los tres comenzamos a jugar haciéndonos cosquillas en su cama los domingos por la mañana. Era delicioso…
El cura Antonio fue trasladado de parroquia. Al parecer a un pequeño pueblo del norte. Hoy me da un poco de pena pensar qué habrá sido de él, pero lo cierto es que a nuestra casa le hizo un gran favor. Nunca fui tan feliz como en aquella época. Qué cierto es que no hay mal que por bien no venga.

Al año siguiente nos mudamos de aquella oscura de alquiler a otra más grande y propia. Recuerdo perfectamente el día de la mudanza. Mi madre se paseó triunfante delante de doña Lidia y al cerrar por última vez la puerta tras de sí, le dedicó una leve sonrisa y un lacónico”¡Que te vaya bien!”. Nunca más volvimos a saber de ella.

En el río de la vida

Mi madre fue concebida por una zíngara y un ángel. El abuelo Gabriel era el hombre más bueno que he conocido jamás. Su paciencia no conocía límites. Jamás le oímos discutir ni murmurar de nadie y jamás reclamó nada para si mismo. La mayor parte del año vivían él y mi abuela Paca en la sierra. A pesar de ser un humilde hombre de campo, siempre le recuerdo con un libro entre las manos y poseía una extraña sensibilidad. Era un “contador de historias”. A mí me fascinaban. Sobre todo las que contaba sobre los lobos. Las cosas que decía sobre ellos me transportaban a un mundo onírico de frías noches de invierno frente al fuego de la chimenea, un mundo prehistórico, humano-animal, misterioso e inquietante. Aquella mezcla de hechizo y temor me hace temblar aún de emoción cuando lo recuerdo.
Una vez al año bajaban hasta el pueblo y yo los veía llegar cargados con leche en polvo y un saco de piñas, dos tesoros que yo esperaba anhelante. Me encantaba el sabor y la textura tan especial de la leche adherida al paladar y era estupendo cuando los niños desgranábamos los piñones en el zaguán de la casa a la hora de la siesta. Aún hoy estos sabores evocan en mí la vida de los lugares puros, de hombres, animales, aire y tierra sin contaminar. Yo sé que el abuelo Gabriel no era de este mundo y, en cierta forma su esposa, la abuela Paca, tampoco lo era. Era ella quien llevaba la batuta en aquel hogar, cosa rara para aquella época y que al abuelo en absoluto parecía importarle. Tampoco ella criticaba la actitud de su marido. Él se ausentaba a veces de sus tareas y lo encontraba sentado junto a un arroyo, contemplándolo en silencio. Llegaba donde él y se iban lentamente de la mano. Él jamás tenía prisa, lo cual me parece que es una de las características esenciales de los seres angelicales e inherente a la condición de “iluminado”.
La abuela era quien mayormente manejaba a los animales de los que vivían, mulos y cerdos sobre todo, la que preparaba la tierra, organizaba el trabajo con los gañanes que les echaban una mano y dejaba en paz al abuelo. Puede parecer inconcebible pero no había problema con esto. Parecía un “pacto de almas”. Tal era su amor por él y el respeto a su camino. Imagino que efectivamente el abuelo era uno de esos seres iluminados que viven en actitud meditativa desde que nacen. Como una especie de santón hindú, así lo imagino. Como digo, creo que él no estaba hecho para este mundo.
A mi abuela Paca la llamaban la rubia. Tenía unos hermosos ojos azules y el cabello largo y dorado. Mi madre, en razón a su espíritu errante, la llamaba la zíngara, pues le parecía menos duro que llamar a su madre la gitana. Ella acababa de elevar bastante su nivel social al casarse con mi padre y rechazaba totalmente las costumbres liberales de mi abuela. Sin embargo, lo que para mi madre era detestable, a mi me parecía de lo más atrayente. A la abuela la recuerdo joven aún, con un precioso moño rubio y una figura armónica y esbelta, como la de una bailarina. Vestía con colores alegres y según mi madre, sin ninguna elegancia. Durante toda la vida luchó para someterla a los dictados de la mejor sociedad, siempre mirando por establecer unas normas educativas entre todos, estableciendo “lo que es correcto”, pero ella se escabullía escapándose con su hombre a la sierra. Y yo, que había heredado su sentido de la libertad, la improvisación y el vivir intensamente cada momento sin importarme en absoluto la opinión de la gente, lo pasaba mal, porque sentía que se doblegaba en mí la herencia y tendencia natural de mi abuela. No es el momento de valorar si mi madre obraba bien. Al final siempre hice lo que quise, por encima de esos convencionalismos. Total, simplemente así fueron las cosas.
Tenían una casa en el pueblo cerca del río y cuando por temporadas bajaban de la sierra hasta ella, yo vivía uno de los mayores disfrutes de mi infancia: mi abuela la zíngara y yo nos metíamos en la orilla medio desnudas, reíamos y chapoteábamos felizmente. Pero a veces alguien iba con el cuento a mi madre: “medio desnudas” y entonces ella me castigaba a estar una temporada sin verla.
Gran parte del dinero que mis abuelos ganaban con sus animales lo gastaban ayudando a personas más desvalidas que ellos. Aquella casa del río siempre estaba llena de gente: primos, cuñados, niños, desconocidos, todos se acercaban en los días en que ellos aparecían y comían, cantaban y bailaban hasta el amanecer —como una zíngara— sí. Y de noche se zambullían en el río. El abuelo sonreía y permanecía al margen. Tras el jolgorio, cuando ya tocaba, recogían sus cosas y dejaban de nuevo el pueblo.

Eran, mi abuelo y mi abuela maternos, dos personajes singulares. Siempre soñé con heredar la fuerza, la alegría de vivir y el espíritu libre de mi abuela la gitana y la bondad y la imaginación de mi abuelo el ángel contador de historias. Pasaron por este mundo para mayor disfrute y felicidad de quienes los conocimos. 

Las pulguitas

Como cada año la primavera llegó deslumbrante a la Costa del Sol y en Málaga Antonio exhibía orgulloso su condición de hijo predilecto de la ciudad asomando su sonrisa pastelera al rutinario balcón, mientras el paso de Jesús de la Pasión cimbraba su talle al compás de una música conmovedora.
Los flashes de los periodistas, afincados en otro balcón cercano, no dejaban de centellear sobre sus sonrientes rostros, que asentían y consentían con un ligero ademán de sus cabezas.
Este año estaba especialmente contento porque en la primavera de hacía 50 años, justamente hoy, había llegado al mundo en una calle adyacente y se sentía lleno de vida y de proyectos a pesar de sus años y con tanta ilusión como cuando era un jovencito ignorado por la prensa del corazón. En el fondo no le importaba que éstos se interesaran tanto por las idas y venidas de él y su esposa y casi siempre les atendía amablemente. Sabía que “todo lo que das vuelve a ti multiplicado”. Seguramente por esta frase, que tenía muy por cierta —pensó— le habían ido tan bien las cosas en la vida.
Inesperadamente la tarde se oscureció, la temperatura ambiente bajó y comenzó a llover. Eso solía pasar en esta época del año en Andalucía. Sin embargo él y su excelsa familia permanecíó al abrigo de las inclemencias del tiempo en el interior de la habitación, calentada por una potente estufa de gas que, además de calor, daba a aquel salón un brillo amarillento, una luz especial, en contraste con la oscuridad reinante en el exterior. Todo parecía perfecto.
De pronto, el joven turco Fathi Naguis cruzó, desde la calle, el pequeño cordón de seguridad que protegía al actor y se plantó frente a su persona gritando enloquecido: “¡Una oportunidad, quiero una oportunidad!”
— ¿De qué me hablas? — dijo un Antonio Candelas sorprendido y asustado, sin dejar de mirar de reojo a su familia (que permanecía inmóvil y aterrada todo el rato, en un ángulo del salón).
— Una oportunidad. Quiero una oportunidad para mi circo de animales.
— ¿Cómo?
— Mi circo de pulgas.
— ¿Qué?
— Sí, mi circo de pulgas. Necesito un entrenador. Mejor dicho, un domador de pulgas, porque se han rebelado y ya no obedecen mis reglas. Los honorarios de ese domador son muy considerables y me es imposible asumirlos, por ello le pido ayuda a usted, que sé que tiene dinero para pagarlo.
“Sin duda se trata de un loco —pensó Antonio— y es conveniente actuar con sigilo mientras llega la policía.” Decidió seguirle la corriente…
— ¿Ah sí? ¿Y dónde está ese circo?
— Aquí mismo, en mi mochila.
—…a ver…
Antonio acercó confiado la nariz a la mochila, que colgaba indolente del hombro derecho de Fathi y no debió hacerlo, pues de inmediato un reguero de animalitos negros se le engancharon en la susodicha y treparon por los mechones de su morena frente hasta ir deslizándosele desde la nuca hasta el cuello, como si de un tobogán se tratara, para ir diseminándose progresivamente por todo el cuerpo, mientras Candelas, agobiado y con los ojos abiertos como platos, no atinaba a saber si era cierto lo que le estaba pasando.
Eran cientos de pulgas, inofensivas y juguetonas, que sólo querían picar y chupar un poquito de sangre, como es natural en una pulga.
La boca de Antonio se disponía a gritar ¡Socorro!, cuando su inteligencia, que volaba más veloz que el viento, le susurró “Ni lo intentes, nada de abrir la boca. Permanece quieto y a la espera.”
Y así lo hizo, afortunadamente.
De pronto, un aluvión de periodistas, alertados de que algo extraño pasaba tras el famoso balcón, ascendió, herramientas fotográficas en mano, por la angosta escalera hasta alcanzar el piso superior, para toparse con toda la familia adormecida por el CO2 de la estufa y a un Antonio Candelas dormido que se pellizcaba el cuerpo desesperadamente, como un poseso.
Por una vez los paparazzi habían asaltado a la famosa familia en el momento más adecuado, salvándolos sin duda de una muerte cierta.

Para terminar, decir que no es preciso explicar lo agradecidos que estuvieron Antonio y Malena a la prensa a partir de esos momentos. Pues, moralismos aparte, es cierto que “todo lo que das vuelve a ti multiplicado”.

El viaje

“No te preocupes por mí, Marta, sobreviviré.”
Fueron las últimas palabras que cruzó con ella. Tras pronunciarlas cerró la puerta tras de sí y se acomodó en la espalda la enorme mochila que ya tenía preparada desde la noche anterior. La misma mochila llena de departamentos y recovecos que había comprado cinco años atrás en Decathlon cuando organizaba los preparativos para el Camino de Santiago.
¿Por qué había echado mano de aquella mochila y no de una maleta convencional? Cuando subió a la buhardilla por algo donde meter el equipaje tuvo ese impulso. Ahora, pensándolo bien, sabía por qué. Ella representaba su nueva casa ambulante; en ella cabían todas sus pertenencias. Recuerda cuando comentaba con Marta la sensación de libertad que experimentaba llevando encima, dentro de aquella mochila, cuanto necesitaba para sobrevivir.
Se habían conocido en uno de los albergues del Camino.
Él había salido solo desde Madrid y había hecho varios amigos en el trayecto de Roncesvalles hasta Pamplona y allí la conoció. El hecho de haberse encontrado en esa ruta mágica hacía aún más mágica si cabe su relación. Cinco años de intenso amor. Ella era maravillosa, guapa, culta, alegre. Sentía que era irreal, que eso no le podía estar pasando a él. De tanto resistirse a creérselo acabó por suceder. Al final la vida siempre acaba dándonos la razón en aquello en lo que nos empeñamos, de modo que un día, hacía apenas un mes, Marta pronunció las palabras del millón: “Tengo que hablar contigo. Enamorada…Compañero de trabajo”. Sintió una neblina, una atmósfera de susurrante y abrumadora irrealidad mientras oía lo que Marta le decía.
Así pues, aquella mañana Marta había salido a despedirle al portal y él tomó el taxi que le llevaría hasta Londres, su destino inmediato. Entre las personas que había conocido en el Camino de Santiago estaba Michael y en principio iba a hospedarse en su casa.
Con el dinero que Marta le había dado por su parte de la casa calculó que tendría para vivir dos o tres años sin trabajar y también para apuntarse a ese curso de logoterapia que llevaba años soñando con hacer. La falta de dinero y de tiempo se lo había impedido pero ahora, sin hipoteca y con todo el tiempo del mundo frente a sí, haría su sueño realidad. Había pedido una excedencia como profesor titular de Filosofía. Todo estaba bajo control.
“El hombre en busca de sentido”— aquel libro le había marcado —.Tenía todos los libros de Victor Frank y su deseo era formarse en esa materia, pues sentía que lo que el alma de la humanidad necesitaba sobre todo para sanarse era dar sentido a la vida. Los libros del dr. Frank daban respuesta a ese anhelo.
¿Qué le depararía la vida? ¿Y Marta? ¿Lograría olvidarla?
Había llegado al aeropuerto. Se recolocó la apreciada mochila, pisó fuerte y sacó pecho.

“El pasado no dice quiénes somos” —recordó en ese momento esta frase, una de sus preferidas (con ella y dos o tres más, introyectadas de verdad, te puedes ahorrar años de terapia decía un amigo suyo, autor de la frase)— y se encaminó hacia la cola de facturación con una placentera sonrisa en los labios. La primera en mucho tiempo.

Dos habitantes del otoño

Comienza mi estación favorita. Después del muermo veraniego retornan los talleres y encuentros creativos, los conciertos y exposiciones y los pequeños viajes gastronómicos con los amigos sin que el calor abrumador lo entorpezca todo.
El verano agoniza y la suave brisa matutina que se acaba de colar por el balcón me lo acaba de recordar.
Esta pequeña también lo ha advertido, pues busca en mi rostro su cobijo y se me acurruca atraída por el olor y el calor de mi piel, aunque lo cierto es que rechazo categóricamente este encuentro.
Quiero dormir un poco más. Ella insiste en sus caricias y al final me dejo hacer. La experiencia de vida me ha enseñado que no hay nada como dejar de resistirse para que algo que nos está incordiando desaparezca.
Efectivamente, al instante la oigo revolotear por la cocina. Allí seguro que encontrará algo de su interés y yo me entrego de nuevo en brazos de Morfeo.
Sospecho, al abrir de nuevo los ojos, que ha transcurrido muy poco tiempo. Me acaba de despertar y vuelve con energías renovadas y ganas de fiesta. Ahora juega a decirme algo a los oídos. Trato de abarcarla con mis manos, se escapa y vuelve de nuevo susurrante.
Se para. La miro. Nos medimos “¿es que tienes inteligencia en ese cerebrillo? Pareces muy inocente y muy poca cosa ¿lo eres?”
Entonces se me ocurre pensar que somos dos seres semejantes y en el fondo casi de igual tamaño, contemplándonos, indefensos, en medio de esta inmensidad del universo que ambas compartimos y aunque parezca grotesco, por  un instante la siento hermanada junto a mí. Voy por la cámara de fotos y más que seguirme, me acompaña. Ahora me acerco y percibo su oscuro rostro y su enigmática mirada, mientras permanece inquietantemente inmóvil. Entonces, lleva de nuevo su música hacia mi oído izquierdo. Despliega sus alas, me chulea haciendo círculos por la habitación y exultante parte veloz hacia el cielo infinito, dejándome atónica, sonriente y con un sabor en la boca casi amargo, algo que bien podríamos describir como envidia, mientras siento que me dice: ¡Sígueme si puedes!
¡Vaya con la  mosquita muerta!

Y yo, ¡qué ilusa si por un momento me he creído más lista, más divertida o más libre que ella!

lunes, 24 de marzo de 2014

PARA ARACELI

ARACELI,ACABO DE LEER TU RELATO "EL VIAJE DE ENMA"-ME ENCANTA,¡...ENHORABUENA¡.
MUÁ
ADELA

viernes, 21 de marzo de 2014

Niebla

  Solitario hasta lo huraño y escasamente sociable, tras la muerte de su esposa,
meses atrás, solo deseaba estar a solas con su profundo dolor y sus recuerdos, por lo que había decidido trasladarse a ese pequeño pueblo donde nadie le conocía y que le libraba de la fingida pena de vecinos y conocidos. 
  Había alquilado una casucha de piedra en las afueras que le facilitaba la soledad ansiada, y ya se había instalado en ella.
  El tremendo vacío que le producía la ausencia de su mujer después de toda una
vida juntos, le tenía sumido en una náusea permanente. Llevaba semanas inmerso en un estado de abotargamiento y sopor. Semanas sentado en su vieja butaca de la que apenas se levantaba, alimentando su depresión con evocaciones permanentes de su vida compartida. 
  Sustentado precariamente con apenas un poco de leche y unas galletas, compradas al vendedor ambulante que cada quince días solía llamar a su puerta y, quizás, la única persona con la que había cruzado unas contadas e inevitables palabras desde que ocupó la casa.
  Desde hacía unos días, tenía una extraña sensación. Se sentía raro. Una sensación de enorme relajamiento. Percibía los sonidos a su alrededor de forma amortiguada, aterciopelada, como lejanos susurros...el viento, los pájaros, no le llegaban con nitidez. Era como si estuviera en el interior de una burbuja que le aislaba. También esa niebla, ondulante, gris, viscosa y persistente, que desdibujaba todo, el campo que le rodeaba, el distante caserío. Incluso, el interior de la casa estaba impregnado de esa atmósfera difusa e irreal...
  Notó también que sus propios movimientos se producían como en aquellas imágenes de cine a cámara lenta, ralentizados. No había espejos en la casa pero, al pasar ante una ventana, se vio reflejado y se sorprendió de que también sus rasgos se mostraban como diluidos, borrosos, turbios...
  Con esta sensación en aumento y, sin saber cómo, se vio fuera de la casa caminando en medio de esa nebulosa opaca que acentuaba su soledad tremenda.
  Caminaba de forma lenta e insegura, casi arrastrando los pies, sin rumbo, sin apenas
percibir las formas del camino. Todo se mostraba húmedo y frío, silencioso y hueco...
  Una cancela herrumbrosa le cerró el paso. Ya sin apenas fuerzas, empujó y
lentamente los hierros cedieron, dándole acceso a un espacio con oscuras manchas que sospechaba árboles y donde se adivinaban algunos bultos geométricos. Había entrado en el pequeño cementerio del pueblo.
  Un distante, casi inaudible rumor, le llegaba desde una intuida pared cercana hacia
la que se encaminó. Dos sepultureros se marchaban tras un enterramiento, comentando que se trataba del extraño forastero que, hacía un par de meses, había alquilado la casa de piedra cercana al cementerio y, que al parecer llevaba muerto varios días hasta que el vendedor ambulante se extrañó del fuerte mal olor que salía de la silenciosa casa.
  Cuando finalmente, cada vez mas paralizado llegó renqueante a la sepultura,
apenas tubo tiempo de leer su propio nombre en la lápida antes de que todo se le

oscureciera...


Juan Carlos        2014

Me voy a poner la capucha de la sudadera que está haciendo frío y no está la mañana para juegos

Por cierto, vaya charla se traían el otro día con lo de los juguetes eróticos, me sonaba un poquito snob. Cada cual, desde luego, es libre de hacer lo que le plazca pero, ¡Bah!, decididamente me parece que esto está bien para gente con poca imaginación y poco que decirse. Fantasías sí y lógicamente el atrezzo y escenario que haga falta pero ¿artilugios? bueno quizás para gente solitaria pero, ni eso a fin de cuentas ¿no es la mente la que manda? cierras los ojos y organizas el tinglado que quieras y te lo montas con quien te apetezca aunque, qué mejor que compartir el sexo. 

Chismes, unguentos... vaya lo que le pasó al marido de Esperanza con la pomada aquella que ayudaba a mantener la erección ¡ jo ! Se tiró el tío tres días como Don Quijote velando las armas: lanza en ristre y sin clavarla. Y aquellos el otro día en un programa de TV. que le había recomendado un amigo una buena untada de Vip Vaporub y pa dentro. ¡La leche! El incendio de Roma pero sin Nerón, los dos cristianos corriendo uno para el para baño y la otra para el frigo cogiendo cubitos de hielo y metiéndoselos como podía la pobre para ver si se le calmaba el volcan púbico. El tío se lavó y eso lo calmó algo pero la pobretica se tiró a la bañera con agua fría como una posesa. Pa fiarte de los amigos.

Y para chismes fijaté en cosas como por ejemplo el columpio erótico ese: Os entra el calambre orgásmico y uno muere estrangulado con tanto cintajo por medio. Bueno ¿y qué me dices de lo del plugs anal con mando a distancia? Se te escoñan las pilas y le haces una colonoscopia al partenair. También están los masturbadores, manda carayo, teniendo como se tiene esa herramienta prodigiosa que es la mano y con el puntito cogido, bueno en todo caso para algún manco...
Aburrimiento vaya, la gente sin imaginación se cansa de repetir lo mismo y tira de lo que sea.
 Así que si te vienen con algo como: ¿no tendrás una bolitas o un plugs o algún vibra divertido? Tienes que pensar, que se acabó el misterio y la aventura y le estás aburriendo mas que una ostra de criadero.



Juan Carlos          2014






jueves, 20 de marzo de 2014

Vacío


He despertado. Aún me invade esa rara sensación de sorpresa por lo que me rodea. Sopor y la impresión de estar metido en un cuerpo que no es el mío. ¿Ese olor? son los jazmines que pone la abuela en la cómoda todos los días. Voy sintiendo cada vez mas, mi cuerpo. Ahí, en el techo, están la mancha del que parece una cara y las sombras que se mueven de gente que pasa por la calle cerca de la ventana. ¿Por qué sombras en el techo? 
También está ahí el olor tan familiar de madera seca, del ropero y la peinadora. ¡Cuanta luz entra por esa ventana! Es tan grande...
¡Ah sí! Es verdad: hoy tengo que volver a casa. Esta tarde. Y ya no volveré aquí, la abuela se traslada a Sevilla al piso de Dª. María Coronel. Esto es demasiado grande e incómodo desde que murió abuelo Fernando y además, creo que los dueños han vendido esto pero, ¡que pena dejar San Francisco! Cuanto lo voy a echar de menos.
Sí, gracias abuela, he terminado el desayuno. Voy a dar una vuelta por el jardín y por el molino. Sí, ya lo sé, no te preocupes tendré cuidado de que no se me caiga una pared encima.
Este patio está casi todo el día en sombra, entre las paredes y las palmeras no dejan entrar luz ninguna, no sé cómo pueden salir tantas flores, fíjate toda esa verdina que tiene la tinaja del agua, desde luego, me gusta mas estar en el jardín.
Después de tantos años, me iré de aquí y no sabré como es el piso de arriba. Nunca me dejaron subir, el abuelo llevaba a rajatabla su responsabilidad como administrador. En fin, un misterio mas  como todas esa salas cerradas que no se lo que hay dentro ni para qué sirven, pero no sé dónde guardaba el abuelo las llaves si no, hubiera hecho alguna escapada.  La escalera es enorme y, dice mi padre, que ese relieve en mármol es romano. Allí es donde  los monjes tenían el dormitorio cuando esto era un convento. Ahora es donde dicen que se quedaban los dueños cuando venían aunque, realmente nunca los vi aquí, siempre estaban en Sevilla en la casa de las Sirenas.
Le voy a echar este poco de pan a los peces de la alberca y me acercaré a ver el pozo tan grande, desde la galería que lleva hasta el agua y ¡que miedo me da ese pasillo! tan húmedo y oscuro. El nogal del fondo ¿tendrá nueces verdes todavía? ¡ Que olor tan fuerte del romero ! Siempre me recuerda a la abuela.
 El alméz del tronco partido se está tragando, cada vez mas, la brida de hierro que le pusieron. Me pregunto si los nuevos dueños cuidarán de este árbol tan raro: tan grande y fuerte con esos frutillos tan chiquitos. ¡Que pena dejar todo esto! Tantos recuerdos de mis padres, de mis hermanos, míos, de mis abuelos...Todo este sitio tan grande para mi solo. Siento como un pellizco en me aprieta y vacía el pecho. Que raro se me hace pensar que ya no volveré. Es como si esto fuera alguien que se muere, que se va y no regresará...


Juan Carlos                  Febrero 2014

Descripción

Querido amigo,
Me pides en tu carta que te describa la impresión que nos causó tu casa y, que tuvimos la suerte de ocupar unos días durante nuestra estancia en Valencina, gracias a tu generoso ofrecimiento.
Me pides que lo haga de la mejor manera literaria posible ya que se trata de un ejercicio para un taller de escritura al que asistes (¿no se llama esto Metaliteratura?). Y aunque me parece que esto es un poco tramposo, no puedo menos que hacerlo por puro agradecimiento. Bien, ahí va:
Ya antes de entrar, el color de la casa de un rojo de hierro, contrastando con los verdes que asoman al exterior del jazmín y la hierbaluisa, nos transmitieron una imagen de sereno equilibrio.
Traspasada la entrada, la profusión ordenada de plantas aromáticas que llenan de aromas y formas ese primer espacio, nos daba una primera señal de lo distinto de aquel del que procedíamos en nuestra fría Alemania. Abrimos ya la puerta de la casa y nos invade una cierta sensación de allanamiento al tiempo que contenemos la respiración ante, qué será lo que nos espera tras  esa barrera.
Entramos en un mundo de intimidad, personal e intransferible, diferente al nuestro y que se nos antoja pequeña aventura. Como no, empezamos a explorar ávidamente cada rincón, respetando por supuesto, las mas recónditas intimidades de cajones, interiores de armarios etc. y,  una vez satisfechas esas ansias de curiosidad natural, pasamos a comentar entre Gertrud y yo las impresiones que nos iban invadiendo.
Si hubiera que buscar un solo adjetivo que definiera globalmente el interior de tu casa sería: ecléctica. 
Efectivamente, parece que  habéis encontrado una rara fórmula para mezclar de manera armoniosa muebles modernos dialogando con otros antiguos, piezas variadas, sugerentes: cuchillos, monedas, cerámicas, libros, raras cajas, cristales. En cada una de ellas se percibe una historia que puedes jugar a imaginar de viajes, intercambios, encuentros...
Y sobre toda esta profusión, toda una exposición de tus incursiones en el complejo mundo del arte : grabados, pinturas, esmaltes,  cerámicas, dibujos, esculturas...
Tanto y tan diverso que a primera vista, alguna mente ingenua podría pensar aquello de que se tratara de una diversión insustancial, sin percibir que son expresiones de un mismo pensamiento, de una misma indagación. Toda la casa es una exposición tuya.
Siguiendo nuestro periplo, vemos en cada habitación con sorpresa que cada una de ellas tiene un aire distinto, una diferente personalidad, es como si los habitantes de la casa no fueran dos sino muchos. Cada habitación sugiere un usuario concreto y diverso.
Cualquier espacio, incluida la cocina, tiene la atmósfera de una recoleta sala de estar donde pasar un rato leyendo o escuchando música.
Sin embargo, a pesar de ese barroquismo interior, persiste la funcionalidad y simplicidad de formas de la arquitectura de la casa: un cubo con geométricas simetrías en sus divisiones espaciales.
Satisfecha nuestra infantil y enfermiza curiosidad con los interiores, empezamos nuestras correrías por el cuidado jardín exterior que, en contraste con la casa, es sencillo, minimalista. Un pequeño prado en el que no falta un leve susurro de agua, evocación de vuestra cultura de la herencia musulmana. Una construcción en madera, tu taller-estudio, cálido y acogedor, cierra visualmente el espacio del jardín, aportando una vez mas, una imagen de serenidad.
Una última sorpresa nos esperaba tras el taller, un recoleto huertecillo flanqueado de flores y animado por el divertido parloteo de unas felices gallinas.
Si quieres que, resuma la experiencia, diría que la tuya, es una casa cálida, personal, moderna sin renunciar a pasados cargados de afectos y recuerdos.

Gracias por habernos permitido compartirla un poco.


Juan Carlos        2014

Carta a ella


jueves, 20 de marzo de 2014

Querida:
Han pasado ya tantos días, tantos años, que encontré en ti un cuenco donde calmar mi sed, agua dulce llena de aromas refrescantes. 
Fuiste foco de luz que me reclamaba y guiaba entre las tinieblas de mis dudas, perdido en medio de inciertos laberintos donde vagaba solitario, rodeado de seres anónimos.
Abrí mis puertas para acomodarte en mi entrañas, y tus susurros me acunaron cuando una especie de  noche negra me acosaba. Como de un  arroyo silencioso, me llegaba la música de tus palabras como un eco reticente, profundo, y un rumor de olas en tus besos pintados de colores.
Y desde entonces, juntos, fuimos descubriendo caminos oscuros que iluminábamos con tu luz, arreciados por silencios  calculados y palabras no dichas, compartiendo emociones, tactos, caricias y besos.
Y desde entonces, tantas horas emanando esperanzas, ilusiones que nos desbordaban anidando en nuestros costados. Tu y yo en un mundo de primaveras, juntos en una  dicha compartida de afanes y esperanzas.
Ahora me riñes, protestas, me gritas pero, disfrazando sonrisas, me transportas abrazándome de ternura, llevándonos hasta tu cielo de amores, cálidos, íntimos y nuestros.
Ahora abro mis ojos, que empiezan a vidriar, y tu luz sigue iluminando mis caminos. Contigo, mi océano es ya un mar en calma. Alargo mis brazos, y ahí estás tu, mi interior se llena, se inunda preñado de ternuras. 
Gracias, gracias,gracias. 


Juan Carlos

Me gusta

Me gusta percibir los colores, sus matices, sus mezclas, sus mensajes.
Me gusta ver los movimientos de la Naturaleza, sus ciclos cambiantes.
Me gusta ver y observar a animales y hombres afanados en trabajos y quehaceres.
Me gusta mirar la inmensidad del mar y sentir su enormidad.
Me gusta el ver como el tiempo cambia a los que amo.

Me gusta la música de lo que vive y la de lo inanimado.
Me gusta la música inventada que han hecho y hacen los hombres.
Me gusta el sonido de las palabras, las que entiendo y las que no entiendo.
Me gusta el ruido y me gusta el silencio.
Me gusta oir las voces de mis amigos

Me gusta el olor de lo que vive.
Me gusta el recuerdo de olores sentidos y pasados.
Me gusta el olor de la tierra mojada.
Me gusta oler los aromas de lo que la gente cocina.
Me gusta como huelen mis gentes queridas.

Me gusta comer.
Me gusta paladear los matices de una buena comida.
Me gusta sentir lo que un vino me cuenta.
Me gusta el sabor del mar.
Me gusta lo dulce de la gente que quiero.

Me gusta el tacto de la fruta madura.
Me gusta rozar la hierba fresca con mis pies desnudos.
Me gusta sentir la piel suave de mis niñas.
Me gusta tocar la vida.
Me gusta acariciar la cara de mi gente.





Juan Carlos                          Noviembre 2013

Despertar

Habían transcurrido ya dos horas desde que terminó la operación. Luisa se hallaba en la sala de recuperación del moderno hospital Central. El posoperatorio transcurría con normalidad. Sus constantes eran normales: pulso, respiración, presiones... La acción de los anestésicos desaparecían lentamente. Ligeros movimientos evidenciaban su lento despertar.
Ligeros gemidos escapan de su boca reseca y su cara se contrae con gestos de molestias. Parpadeando, balbucea palabras inconexas, aturdidas, que le van devolviendo a la realidad: Había sido sometida a la extracción de uno de sus riñones.
Todo empezó aquel día en que su hermana Patricia, sorprendentemente tranquila y controlada, le puso al corriente: tras numerosas pruebas, exámenes, exploraciones y análisis a las que le habían sometido en Nefrología, el terrible diagnóstico fue: Insuficiencia renal terminal.
Su hermana se moría. Su hermana melliza, su amiga, compañera de toda la vida, tenía sus días contados. Su única posibilidad era encontrar un donante en un tiempo extraordinariamente breve.
Ya en casa, Luisa comentaba con su marido las posibles soluciones que los médicos le sugerían a  su hermana: una donación en vivo, es decir, buscar de inmediato un donante vivo que le cediera uno de sus riñones. Luisa no lo dudaba, se lo daría ella.
-- Pero, tienes que pensarlo bien, eso te dejaría en una situación muy precaria. Tienes 
   que pensar en ti, en tus hijos... en mi.
-- Es mi hermana, es muy joven para morir y también tiene sus hijos.
-- Pero, ¿Y si tu también enfermaras algún día? Con un solo riñón lo tendrías muy difícil.
-- Estoy sana ¿Que me podría pasar con unos cuidados mínimos?
-- No se, creo que pones tu salud en riesgo.
-- Una donación así, la ven los médicos como una posibilidad, no como un riesgo para el   
   donante. ¿No harías tu eso mismo por mi? ¿ Crees que puedo dejar morir a mi hermana  
   por un hipotético riesgo?
-- Sí, te entiendo, creo que tienes razón pero me da miedo.
En el hospital concluyeron después de un sin fin de análisis que los órganos de Luisa no eran compatibles con los de su hermana. Recibió la noticia como un mazazo era una insufrible frustración ¿No podía hacer nada por salvar la vida de su hermana?
La respuesta le llegó del propio hospital: El proyecto de donaciones “cruzadas”. Si había compatibilidad ella podía ser donante para otra persona receptora que, a su vez tuviera un familiar donante para su hermana Patricia. Un día después, el banco de datos del hospital tenía listo el grupo de donantes y receptores que salvarían dos vidas, gracias a la generosidad de otras dos.
Los efectos narcóticos de la anestesia casi habían desaparecido y Luisa iba recuperando la conciencia por momentos. Abrió los ojos, se vio rodeada de cables, tubos, aparatos que bipeaban... movió la cabeza a un lado y, en la cama contigua vio a su hermana dormida plácidamente y, al igual que ella, conectada a una selva de cables, tubos y aparatos que bipeaban...
Dos días después, recuperada totalmente, recibió el alta de los médicos. Con dolores  aún como consecuencia de la operación pero, alegres y euforicos por la vuelta a casa, salían del hospital en el coche que conducía su marido. Este no advirtió el enorme camión descontrolado y sin frenos que como un enorme muro se les echaba encima...
La cercanía del hospital permitió la recuperación para trasplantes de prácticamente todos sus órganos. 



Juan Carlos              Noviembre 2013

Inmortal

 El oprimente silencio absoluto es roto súbitamente por un ecofónico bip, bip, bip, bip...seguido de una voz metálica e impersonal:  

Activando dispositivos de soporte de suspensión vital. Recuperando parámetros biológicos originales. Veinte segundos para la normalización del sujeto, diecinueve, dieciocho, diecisiete, dieciséis...

¡ Buf, uagh, agh, agh, umm, aaah... ! ¡ Que extraña sensación ! Debo recuperarme pausadamente. Los protocolos. Tengo que recordar los protocolos. Aquí están, ERV. Ejercicios de Recuperación Vital: Rehidratación lenta, activación muscular suave y rítmica, normalización del equilibrio en gravedad artificial etc...

Comienzo procedimientos para entrada gravitacional:
-Activar registros de grabación para el cuaderno de bitácora: Habla el navegante. Misión Planetaria de exploración del sistema dual Caronte-Plutón. Día 14.600. Realizados los protocolos de recuperación de constantes biológicas, me siento mejor por momentos, la sensación de nauseas empieza a remitir e incluso, empiezo a sentir apetito. Todo en orden. 
Navegante con las constantes biológicas normalizadas tras cuarenta años en suspensión vital.
  -Consideraciones personales. Suspender grabación: Tan solo un ligero hormigueo, como si mis células estuvieran vibrando...Mi aspecto físico es exactamente igual al del momento de partida en Mayo de 2013. Todos los valores entraron en suspensión tal como yo había proyectado. Incluso la creatina de pelo y uñas detuvieron su desarrollo. 
Me reafirmo en que los argumentos en contra que esgrimía el doctor Duran, ocultaban en realidad su envidia y frustración por no ser el protagonista de esta histórica y extraordinaria expedición. Cuando regrese, mi edad cronológica será cercana a los doscientos años. Habrán desaparecido mi familia, amigos y varias generaciones pero, ¡que importa! frente a esta increíble sensación de inmortalidad... Sigue ese extraño hormigueo...

-Continuar grabación.  Inicio programa de aproximación a Caronte. Comienzo la fase de aproximación al sistema. Establecidas coordenadas estelares y maniobras de frenada de la nave activadas.

Dado que persiste esta sensación de hormigueo, decido someterme a un TDSF (Test de Diagnóstico Sanitario Secuencial). Conectando los transductores neuronales y las sondas de resonancia nuclear. En quince segundos se deberá emitir el diagnóstico... 

Detectando fallo multiorgánico por envejecimiento celular acelerado debido a la interrupción del estado de criogenización. El sujeto envejecerá súbitamente hasta llegar al colapso total en diez segundos, nueve,ocho, siet...



Juan Carlos Mayo 2013

Para siempre

      La Mantis Religiosa, seguía abrazando a su decapitado amante sumida aún en el éxtasis de su orgasmo. Sus abotargados sentidos no advirtieron la aproximación de las manos del estudiante de entomología que hacían presa de ambos. 
      Ahora mantienen para siempre, su abrazo mortal en un bloque de metacrilato en el museo de la Facultad.




Juan Carlos 
Mayo 2013

Naturaleza

El calor suave de la primavera que acariciaba su cuerpo y una leve brisa, la iban sumergiendo en un dulce sopor. Los aromas frescos que emanaban del jardín le llegaban llenando todo su ser en una vibrante y sensual vitalidad. Poco a poco se iba abandonando a aquel estado hipnótico y placentero.
Súbitamente, un tímido roce en su espalda, apenas perceptible, le saca de su estado de somnolencia y percibe los aromas de un, inesperado amante.  Suave y delicadamente, él va recorriendo cada parcela, cada pliegue de su tersa piel. Ella siente como su sangre le va activando cada rincón de su organismo.
Poco a poco, las caricias van dado paso a intensas  presiones de cuerpo contra cuerpo. Ella, desbordada ya por un intenso deseo, se vuelve, lo abraza, es mas corpulenta que él, lo arrastra y lo aprieta contra su vientre... su excitación  hace que sus movimientos sean convulsos. Siente entonces como él la penetra, su cuerpo se electriza, se contrae, se expande, la tensión es casi insoportable, la respiración difícil, siente como sus fluidos la invaden y, finalmente, llega el orgasmo. En ese  paroxismo, con sus entrañas aún llenas de él, clava sus potentes mandíbulas en la cabeza de su amante poniendo fin a todo. 
La Mantis Religiosa, continuó devorando a su macho cumpliendo una vez mas, el tremendo y trágico rito de su especie, de amor y de muerte.




Juan Carlos    Abril 2013

Diálogo a solas

-- Por favor ¡basta ya de inseguridad y sentimientos de culpa!  Llevo años diciéndolo y, no sólo nunca me hiciste caso sino que incluso, llegaste  de forma injusta, a ocultarme y silenciarme.

-- Sabes perfectamente porqué lo hacía: No podía, no era capaz de enfrentarme sola a todo lo que me rodeaba. Nadie lo hubiera entendido, empezando por mis padres .

--Sí pero, estarás de acuerdo en que cada día que pasaba era peor, todo se iba complicando...

-- Para ti todo es fácil pero quien daba la cara era yo.

-- ¡Eres idiota como siempre! Si eras tu quien daba la cara es porque nunca quisiste que lo hiciera yo. Y bien que lo pedía...

--¡ Que fácil y sencillo lo ves todo ! La realidad es que todo era y es, tan contradictorio que saber qué hacer y tener la valentía de afrontarlo nos ha llevado toda la vida. Y ¿ a quien tratas de engañar presumiendo  ahora de seguridad y de tenerlo claro, o es que no nos conocemos?

--¡ Bah ! Siempre fuiste cobarde, no lo niegues. y, fíjate ahora la situación en la que estamos, marido, niños... ¡Uf!

--Pues sí pero, es ahora y no antes, cuando soy consciente  de que sólo hay una salida pero ¡ es asfixiante ! No sé cómo soportar la angustia que me está produciendo.

-- Bueno, tranquilízate. Hemos tomado finalmente la decisión y ya no hay marcha atrás. La cuestión es cómo y por quien empezar, Enrique, los niños...

-- Enrique no me preocupa, a fin de cuentas llevamos ya tantos años de distanciamiento que, muchas veces creo que sabe lo que realmente ocurre. Lo peor será con los niños. 

--Seguro que ellos lo comprenderán y lo acabaran aceptando porque se impondrá el cariño a cualquier otra consideración. Desde luego hay que esperar que, en principio, las reacciones serán de no creérselo y rechazarlo pero, poco a poco ya verás...

--Ya, sí pero, como es habitual tendré que ser yo sola la que afronte el mal momento.

-- Bueno, que quieres que te diga, recuerda lo que nos dijo la siquiatra: “trastorno de identidad disociativo de personalidad múltiple”. Y que eras tu la “visible” y yo la “oculta”. 

-- Bien, estoy decidida y dispuesta. La cuestión es ¿cómo lo hago, hacemos?

--Como te he dicho, creo que  hay que empezar por los niños.Ya son algo mayores y hay que esperar que alguno no reaccione del mejor modo pero, dales tiempo, no te asustes, ni te eches para atrás. Comprende que es demasiado inesperado lo que les estás contando: Que a tus cuarenta años pasando por ser una mujer con una vida normal y corriente, católica practicante, profesional seria, amante esposa de su marido y sus hijos, eres homosexual y dejas tu casa, tu familia y todo lo que es tu vida, para irte a vivir con la mujer de la que llevas enamorada media vida.

                     Juan Carlos                                                            Marzo2013

jueves, 13 de marzo de 2014

Objeto equívoco

El domingo se presentaba un tanto aburrido: salí por la mañana a desayunar (cosa que no suelo hacer), volví con los periódicos y salí al jardín al leerlos.
Empecé no por la política, como siempre hago, pues ya estoy saturada de que siempre digan lo mismo, sino por los suplementos. Uno de ellos me llamó la atención, el de los libros, yo soy un poco ratón de biblioteca. Lo hojeé y me quedé petrificada, pues vi uno que de joven me había causado muchas inquietudes , unas agradables y otras desagradables, ...me marcó. Eran las Confesiones de San Agustín.
Cuando era una cría de diecinueve años salía con un muchacho muy religioso. Estaba loca por él y tenía las hormonas bastante revueltas. Me gustaba todo de él. Su sonrisa: tenía las paletas un poco hacia fuera, cuando se reía parecía un ratoncillo, muy gracioso. Sus orejas muy pegaditas a la cabeza y pequeñitas. Sus ojos negros como carbones pero siempre con chispitas. Las cejas alineadas, el pelo negro, tanto, que cuando le daba el sol tenía reflejos azules. De cuerpo ya no digo nada: alto, ancho de espaldas, sin gota de grasa, era deportista. Bueno, un bellezón, pero (todo tiene un pero) su religiosidad era espantosa, alienante.
Un día de San Valentín me trajo un regalo, un paquetito. Lo desenvolví y me encontré con un libro precioso en forma de estuche. Eran las Confesiones de San Agustín. La verdad es que tuve que poner al mal tiempo buena cara, porque no me gustó nada, pero dije que me había gustado muchísimo, yo ya sabía por dónde iban los tiros.
Lo que yo quería en realidad era algo menos didáctico, más apasionado, vamos a decirlo claro: algún achuchón, muchos besos de tornillo, caricias y ponerse un poco a tono, pero qué va... Para el muchacho todo era pecaminoso, por eso me regaló el librito en cuestión, para que lo leyésemos juntos y así no tener malos pensamientos.
Cuando me fui a mi casa, no sabía si llorar o reír. En esta relación lo más parecido a un objeto sexual sería el dichoso libro.
Por eso, cuando han pasado los años y he visto una nueva edición y con el mismo formato, me he dado cuenta de que ahora lo veo como un recuerdo precioso y se me han vuelto a despertar todos los sentimientos que experimenté cuando tenía diecinueve años. Lo voy a comprar y serán los recuerdos los que llenarán mis pensamientos eróticos en la edad madura.


El viaje de Emma

Este invierno había sido especialmente duro para Emma, el trabajo en el banco con todas las denuncias, auditorías, presentaciones de activos, hipotecas, etc. la habían dejado extenuada.
Casi no había tenido tiempo para Ernesto, su marido y sus dos hijos, Carmen y Fernando, pues el trabajo le absorbía la mayor parte del día. Cuando llegaba a casa ya estaban con el pijama puesto y preparados para irse a la cama. Hacía un esfuerzo por contarles un cuento para, al menos, compartir unos minutos con ellos. Antes acostarse,  comentaba con Ernesto los acontecimientos del día, las facturas pendientes, los horarios de dentista, médicos, partidos y actividades varias.

Ernesto y ella más que una pareja, parecían los gestores que sacaban para adelante un hogar y una familia.

Los fines de semana no eran  más tranquilos. Alternando los almuerzos entre sus padres y suegros, llevando a los niños a celebraciones de cumpleaños, partidos de fútbol, al cine, al teatro...

Tenía programada su agenda para que todo encajara, incluso apuntaba las noches en las que ella y su marido tendrían sexo.

Instalada en esta rutina, una mañana Emma comenzó a ver a las puertas de la sucursal a grupos de personas, sobre todo mujeres y niños, que portaban pancartas caseras,  hechas con trozos de papel y telas, pidiendo que no les echaran de sus casas.

Un día tras otro, para entrar en su oficina,  intentaba sortear a la muchedumbre congregada, cada vez más numerosa y las miradas de desesperación de las personas con las que se cruzaba fueron haciendo mella en su ánimo.

El lunes por la mañana llovía, la gente seguía allí, con paraguas, impermeables y rodeados de coches de la policía. Se fijó en una mujer de unos sesenta años, con el pelo oscuro, rostro aceitunado y ojos negros, unos ojos grandes y tristes que agarrándole la manga de su gabardina le imploró:
–Niña, por lo que más quieras, dile a esos señores del banco que no tenemos donde ir. Si yo tuviera para pagar las letras del piso ¿Tú crees que estaría aquí con mi artrosis y mi diabetes?
–Señora, usted con esas enfermedades,  tendría que estar en su casa. Además va a coger un resfriado.

–Tengo que estar aquí, “miarma”, ya no es por mí. Somos siete los que vivimos en el piso que su banco nos quiere quitar: mi hija, su marido, mis tres nietos, mi hijo de veinte años y yo. Ninguno tenemos trabajo, ni sueldo,  malvivimos con lo que vamos sacando de hacer chapuzas.

–¿Y cómo tira para adelante su familia?

– Pues, yo me las apaño como puedo, hago croché y coso algún arreglillo para la calle, peros mis vecinos están igual de tiesos que nosotros y poco encargo hay.  Me ocupo de la casa y de los niños. Cocino para mi casa y para la vecina que está muy malita la mujer y no puede moverse. No sabes lo que estiro yo un pollo;  con unos garbanzos  y unas papas tengo sopa para tres días, y a veces sin pollo ni ná, más que papas, con un manojo de apio  y otro de yerbabuena.  Mi hija limpia escaleras por la mañana y por la tarde cuida a un anciano. Mi hijo y mi yerno están a lo que sale, pero cuando no hay dinero, la gente no lo puede gastar.

–Señora intentaré ayudar en lo que pueda. ¿Cómo se llama usted?

La pregunta sale impregnada de angustia de la  boca de Emma.

–Juana Heredia Martín, para servirle. Mira ahí está mi hija Carmela.

Carmela se acerca preocupada, mordiéndose en labio inferior, está empapada, Se parece a Juana en los ojos aunque tiene un rictus serio.

–Hola Carmela, soy Emma, trabajo en esta sucursal y de verdad que no sé cómo ayudaros. Soy abogada y mi trabajo consiste en defender al banco de las denuncias  ¡Ojalá pudiera hacer algo por vosotros pero puedo perder mi trabajo!

Cada día antes de entrar en el banco, Emma habla con Juana, Carmela, Fina, Tere, María, Dolores… las va conociendo a ellas, las cabecillas,  a sus familias y las historias que cada una tiene sobre su espalda. Después se enfrasca en papeles, documentos judiciales, requerimientos… pero sigue viendo las miradas de esas mujeres fuertes y valientes que se turnan para que la protesta no cese, enfrentándose a la policía, a los vecinos bien vestidos y a los mojigatos de misa dominguera, que las miran con desprecio.

Esa noche llega a casa y mientras prepara un tentempié en la cocina, solloza calladamente. Ernesto desconcertado la abraza y Emma le cuenta todo lo que está pasando y los sentimientos de culpa e impotencia que le produce.

–Cuenta conmigo.– Le susurra Ernesto acariciándole el pelo.

Hoy Emma  les ha traído un papelón de churros y habla con María.

–No veo a Juana hoy, ¿Qué le ha pasado?

–Viene más tarde porque  ha tenido que ir al colegio de los nietos a hablar con el director. ¿Qué habrán hecho ahora los “joíosporculos”

–Señora Emma, que como hoy es el cumpleaños de mi nieto, que se venga usted esta tarde a tomar un café ¿puede ser?–  la invitación viene de Juana que se acerca apresurada, mientras María la mira con curiosidad esperando su respuesta.

–¿Cuántos años tiene su nieto?

– Mi Manué tiene 8 años.

–¿A qué hora Juana?

–A las seis, apunte las señas. Barriada Las Margaritas, calle Prado, Bloque 21 A, piso 7 A.

Emma llega a un barrio desconocido, nunca ha estado allí y el viaje apenas ha durado veinte minutos desde su casa. Acude la celebración  acompañada de sus hijos, Carmen lleva envuelto en papel de regalo un chándal y Fernando un balón de futbol para el homenajeado. La reciben con toda cortesía, ella deposita en la mesa una caja con pastas y toma café con Juana, maría  y tres vecinas,  mientras que los niños salen y entran en la pequeña sala jugando con el reluciente balón.

Al despedirse sabe que los niños se lo han pasado bien pues sus hijos le piden quedarse un ratito más pero les recuerda que tienen deberes que terminar. Por el camino la acribillan a preguntas sobre sus nuevos amigos. Emma llega a casa con un sentimiento de frustración y de rabia. No puede imaginarse qué hará la familia de Juana, y las otras familias si los desahucian.

Lo comenta con Ernesto y ambos acuerdan iniciar gestiones con amigos, conocidos y entidades para ayudar a estas familias.

Habla con Pablo, el director del banco, intenta persuadirle para que aplace los desahucios y que se busque una solución para estas familias

–No está de mi mano. Lo siento. Pero, y si...-

Siente la amargura en la voz de Pablo y escucha atentamente las palabras que a continuación le susurra. Ambos saben que el banco será implacable y que los desahucios son inminentes.

Al llegar a casa comenta con Ernesto su conversación con Pablo y después de acostar a los niños se disponen a llevar a cabo su plan. Mientras ella repasa con el índice de la A a la Z los contactos de su móvil, llama a algunos de ellos y envía mensajes, Ernesto teclea la pantalla de la tableta.

Al día siguiente junto a las mujeres que protestan, se ve a un nutrido grupo de artistas muy conocidos;  actores, toreros, jugadores de futbol,  escritores, otras caras conocidas en las revistas y programas rosas.

También se han congregado junto a las familias políticos, sindicalistas, estudiantes universitarios, músicos con sus instrumentos, ancianos…

Se agolpan alrededor de los famosos una docena de cámaras de distintas televisiones y un colorido grupo de micrófonos con el logo de cada radio.

Acercan un micrófono a los personajes de la tele y todos dan igual respuesta; “O se dan soluciones para estas familias o retiramos nuestros fondos de este banco.”

Los transeúntes que pasan también se unen y entre todos cortan el tráfico para que no pasen coches, que hacen sonar sus bocinas. Las sirenas de la policía suenan cada vez más cerca…
La puerta del banco se abre,  Pablo, el director del banco sale al encuentro de los medios y aclarándose la voz anuncia

–Nuestro banco ha tratado en distintas reuniones  este tema y se ha llegado con las administraciones públicas a los acuerdos que a continuación detallo:
Se va a conceder a los inquilinos  dos años de estancia en régimen especial de alquiler de vivienda social.

Se habilitará un fondo solidario para becas y ayudas enfocadas a la educación de los menores de 25 años.

Se impartirá formación en distintas áreas de mantenimiento, jardinería, cocina y otras ocupaciones a los inquilinos.

Se creará una bolsa de trabajo rotatoria para realizar trabajos en las sucursales de nuestra entidad, así como en otros edificios públicos.

Se revisará cada caso y se negociará con cada familia fórmulas que les permita mantener su vivienda.– termina Pablo dando media vuelta con  intención de volver a entrar en el banco.

Todas las personas congregadas se quedan perplejas y después de unos instantes de silencio empiezan a aplaudir. Juana, María, Fina y todas las demás se abrazan emocionadas y dan saltos de alegría por la noticia.

Emma toma de la mano a Ernesto, ambos se miran con complicidad. Una vez que se alejan los micrófonos en dirección a los vecinos, Emma se acerca al director y pone su mano en el hombro, rozando con los labios la mejilla.

–Emma, esto supone mi despedida, ya lo sabes. He dado las instrucciones para que se lleve a cabo todo lo que he expuesto y también está ya toda la documentación firmada por la Presidenta de la Comunidad y más de diez directivos de la entidad. Antes de que te despidan a ti, y seguro que lo harán, les haces llegar las copias a los inquilinos. Ahora podré dedicarme a pescar y llevar al parque a mis nietos,  pero me preocupa vuestro futuro.

–No te preocupes. Tenemos planes y nos vendrá bien a todos un cambio en nuestras vidas.  Ernesto y yo venderemos el piso de la playa y con lo que nos den, montaremos una plataforma on- line  para poner en marcha iniciativas vanguardistas. Estamos muy  ilusionados con este proyecto. –contesta Emma buscando con su mano la de Ernesto.

–Gracias Emma, has logrado que recuerde quien soy.–dice Pablo abrazándola con ternura.

–Tú siempre has mantenido que no hay nada imposible. Gracias por demostrármelo, papá.

Araceli Míguez
Marzo 2014