viernes, 19 de abril de 2013

Una cena para ser yo mismo




Prepare un comedor con velas y música agradable, de jazz, “Seven seas” de Avishai Cohen, por ejemplo. Sobre el cristal de la mesa salvamanteles rojos, con texturas, esos de Ikea tan apañados y resultones.

De entrantes, nada. Al grano. Mejor algo práctico.

Para el primer plato elija un especimen de raza mediterránea sur, con gusto natural por aprender y ser correcto, alimentado en las frescas laderas de una familia donde crezca el cariño y el sentido común. Selecciónelo, a ser posible, con antepasados maestros o mediomaestros o maestros-zapateros de los de antes. También, si no es mucho pedir, con un hermano menor algo alocado pero despierto, y con una abuela materna a la que le una un vínculo especial. Por error, rocíese con agua bendita en su más tierna inconsciencia, pero abandone después todo adoctrinamiento innecesario. Ya se sabe, más vale caminar con una duda que con un mal axioma. Déjelo crecer hasta los 38 años, hasta que aparezcan cejas pobladas, ojos castaños más bien oscuros y barbilla partida, y hasta que alcance más menos 69 kilos de peso y 173 centímetros de altura. Basta servirse ahora poco hecho y nada sazonado, casi al natural y con ropajes y condimentos poco elaborados.

Para beber, escoja un tinto riojano. O mejor un vino de gustos viajeros, conservado alternativamente en barricas de variadas ciudades europeas y alguna allende los mares.

De segunda plato, sin duda (sea de ideas claras y con gusto por tomar decisiones sin vuelta atrás), un plato de delicatesen variadas, demasiado variadas, tal vez, quien mucho abarca poco aprieta:
 - Tostaditas de buena lectura sin nada de superventas.
 - Bocaditos de escritura poco trabajados.
 - Hortalizas algo inquietas, protestonas, un poco a su aire, que aún dudan si situarse bien a la izquierda u organizarse en una anarquía saludable.
 - Suflés desinflados de dibujante a la naranja.
 - Delicias de celuloide en blanco y negro y algunas en color.
 - Miniempanadillas de placer estético por la arquitectura, el paseo y algunos museos.
 - Troceados de carne cruda pasados por las ondas.
 - Y verduras salteadas y deportivas: un poco de fútbol, otro de ciclismo y menos de corredor solitario.

Con lo ingerido hasta ahora, logrará algo de inquietud por conocer y un cabreo malhablado por las verdades capitalistales que quieran mostrarle. Ah, y también un ardor sexual que querrá resistir a la rutina.

Pasemos al postre. Aquí, tome una naranja sin plaguicidas ni aditivos antinaturales, aunque encuentre algunos parásitos, manchas y deformidades. También un trozo de helado, más bien intenso y algo duro, pero con un deseo de acariciar la garganta por la que pase. Junto al helado un buen número de amistades, algunas seriamente íntimas, y una hermosa bibliotecaria de biblioteca pública, por supuesto.

No se sirva café. Café de noche, no. No porque vaya a perder el sueño, sino porque el café mejor en la soledad de la tarde, acompañado de un buen libro o de algunas libretas y lápices (justo donde ahora el autor de la receta escribe).

Si todo ha salido bien y ha respetado los ingredientes, medidas y elaboración propuestas, habrá alcanzado una sensación de gustito por su Ítaca interior y cierta abstracción (otros lo llaman despiste, otros caradura) que le hará estar más atento a su isla que a obligaciones mundanas. Habrá borrado casi cualquier interés por la nostalgia y se habrá politizado bastante. El vino le habrá causado cierto achispamiento que le dará seguridad y no pocos deseos de volar los aires y bucear los mares, lo que puede ser algo paradójico. Por último, el menú le invitará a disfrutar de la vida y a ser optimista en líneas generales, aunque (siento mucho si no se cumplen todas sus expectativas) seguirá sin saber muy bien qué demonios hacemos aquí.

Jesús Gelo Cotán
abril de 2013

viernes, 12 de abril de 2013

Para mis microrrelatistas "consagrados y en potencia", el primer minicuento de nuestro blog es un regalo de Mari Carmen L.C. Ella, que me comentaba ayer que no acababan de gustarle, se ha puesto manos a la obra y aquí tenéis el resultado.
No le pone título pero, a cambio, me hace una pequeña anotación; se trata de una historia real.

"Desde que la perdió, nunca dejó de quererla. Casi cincuenta años después, la encontró.
¿Será demasiado tarde?".

jueves, 11 de abril de 2013

"Instrucciones para ser nosotras mismas y mismos"

Como esta semana tenemos como ejercicio redactar unas "Instrucciones para ser nosotras mismas y mismos" voy a dejaros en nuestro blog un estupendo relato de Julio Cortázar titulado "Instrucciones para subir una escalera". A ver si nos inspira...


"Instrucciones para subir una escalera"
(incluidas dentro de "Historias de Cronopios y de Famas")


"Nadie habrá dejado de observar que con frequencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se situá un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de transladar de una planta baja a un primer piso.

Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).

Llegando en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso".


miércoles, 10 de abril de 2013

Alicia quizás esté preparada

Bueno, como la semana pasada dejé mis deberes sin hacer, aquí os los ofrezco. Es posible que haga algún cambio con esa lista de objetos (no sé si eliminarla o cambiar algo). Esta es la historia que imaginé a partir del personaje de Rosa. De su Alicia apareció esta mi Alicia:


Alicia quizás esté preparada

Alicia ha tenido que dejar su casa. Ha tenido que elegir entre sus objetos o ella, y claro, no lo dudó, llevaba años haciendo acopio de los objetos que sabe que necesitará cuando todo empiece. Tanto ha acumulado que ya no cabe más en la casa: primero acabó llenando su habitación, luego el pasillo de la planta alta, después el cuarto de la ropa de entretiempo, el espacio libre del descansillo de la escalera y, poco a poco, también los huecos disponibles en la planta baja. Lo único que había respetado había sido el dormitorio de sus padres, hasta que preguntó:
- ¿Puedo dejar aquí esta jaula para pájaros?
Fue demasiado para ellos.
- ¡No! ¡No! ¡Noo! -gritó su padre. 
- ¡¡¡¡ O ellos o tú !!!! -gritó aún más fuerte su madre.
Y Alicia los eligió a ellos y se marchó de casa.
Desde que Julián le augurara “Todo recomenzará. Hay que estar preparados” había vivido para ello, y lentamente, junto a sus pertenencias habituales habían ido apareciendo objetos de todo tipo:
Una nevera portátil.
Una bicicleta y doce ruedas de repuesto.
Gafas multicolores y bufandas amarillas.
Tijeras para podar y una azada pequeña.
Velas perfumadas (algunas ahuyentamosquitos).
Trece tiestos de barro, vacíos. Y semillas de todo tipo.
Dos tirachinas.
Cuatro pilas de libros voluminosos.
Una flauta.
Todos los recipientes de cristal imaginables.
Papel y más papel. Bolígrafos de colores.
Y así hasta casi el infinito.

En el momento de la profecía, Alicia andaba descalza y sin brújula por la vida. No se creía imprescindible para nadie ni para nada. ¿Estudió lo que debía, creyó lo que debía, buscó donde debía? En su trabajo se sentía menospreciada. Su penúltima relación amorosa aún le escocía y a la última se aferraba sin saber por qué. ¿Serían su destino los besos y caricias de Carlota, tan tímidos, aquella tarde? De eso tampoco estaba segura. En esas llegó Julián, casi iluminado, y le aseguró “Todo recomenzará. Hay que estar preparados” ¿Qué iba a hacer entonces sino prepararse?
Pero claro, no se esperaba aquella amenaza de sus padres. La distancia entre ellos y Alicia era cada vez mayor. Se sentía en casa como una isla. En su cabecita de pensamientos dañinos e imparables se cuela la duda: “¿Lo hice todo para obligarles a echarme?”. Quiere creer que no. Quiere creer que es incomprendida y que esa nueva causa, su definitiva causa, no alcanzan a comprenderla sus padres, anclados a un lugar ciertamente lejano.
Así que prepara sus cosas tragándose las lágrimas, las coloca en la entrada de la casa, coge el listín de teléfonos y llama a una camioneta de mudanzas. Sus padres, que la creen perdida hace ya mucho, se despiden con un beso tibio y ven como se aleja, tal vez para siempre, en una camioneta roja.
Alicia no ha llamado a ninguno de sus pocos pero buenos amigos ni a su novio ni ha dejado aviso en su triste trabajo de que no volverá. Ha cogido sus ahorros, ha dejado su Ciudad para perderse en la Gran Ciudad y se ha instalado lejos del centro, cerca del río, en las últimas casas.

Su nueva casa es pequeña y no caben todos sus objetos a pesar de que ella se ha reservado un espacio minúsculo para sí misma. Decide vender lo menos necesario, empezando por la jaula, de tan ingrato recuerdo. “Si los pájaros tienen que vivir cerca de mí, será en libertad”, piensa.
En su nueva comunidad se acerca a los otros venciendo su timidez -tiene que compartir lo que ahora sabe-:
- Todo recomenzará. Hay que estar preparados.
Pero los únicos que no la miran alucinados son los niños, que le piden que les cuente alguna de las historias de los gruesos libros que la ven leer en los bancos del parque.
- ¿Y vosotros, por qué no estáis en el colegio a estas horas? -pero ellos no le contestan y se limitan a sonreírle con miradas pícaras.
Y así, en el parque sucio bajo un árbol del que retiran los restos y las latas vacías antes de sentarse, han decidido encontrarse cada día para que Alicia les cuente historias, preferentemente de miedo o de mundos fantásticos. Y tan a gusto se encuentran que ella lleva algún día la bicicleta o los tiestos o las gafas multicolores y se divierten montándola o sembrando violetas o mirando el mundo con otros ojos.
Un día Manuel lleva naranjas que “trajo anoche mi padre” y otro Marina la bolsa de pan que colgaba del portal de su vecina. Los niños se asombran del apetito de Alicia y casi sin quererlo y sin para nada hablarlo, pactan un trato: a cambio de sus cuentos, de su bici y de su música, traerán algo cada día para ver comer con muchas ganas a esta chica tan flaca que tanto les gusta.
Los encuentros, desde entonces, se hacen imprescindibles. Alicia ve llenarse su vida. Los niños se sienten tratados como niños. “Ninguno de vosotros ni de vosotras merece ser rechazada. Esperad pacientemente porque todo será distinto.” Y bocas melladas y pecas rojizas le sonríen.

Lleva ya dos meses en su nueva casa y poco más de uno con sus reuniones diarias bajo el árbol. Su casero se extraña de la acumulación dentro de la casa -“Es que estoy preparándome”, argumenta-, algunos vecinos la miran con recelo y otras madres prohíben a sus hijos que vuelvan al parque:
-¡Vete mejor al río a pescar renacuajos! ¡No me gusta verte con esa loca!
Pero otros siguen asistiendo y así las semanas fluyen. Alicia piensa que, a pesar de todo, tal vez es feliz.

Una tarde regresa, como siempre, dando un gran rodeo, pasando por la casa lila y parándose a acariciar a los gatos pardos que encuentra en su camino. Es una manía que conserva de su anterior vida. Ese día va tocando la flauta. Llega a su casa y la encuentra abierta. Sorprendida pero tranquila entra. Y se la encuentra vacía, revuelta, desvalijada. “NO NOS GUSTAS” dice una nota dejada en el suelo.
Ordena lo poco que han dejado. Coloca los cajones y pone en pie las sillas. No quiere marcharse dejándolo todo en ese estado. Vuelve a tragarse las lágrimas, que se vuelven azules a pasar por sus gafas de color. Deja la casa, sale a la calle con lo puesto y camina, camina y camina, queriendo ser engullida por la Gran Ciudad.
Deambula tres días o cuatro, es difícil precisarlo. Cansada, por fin se sienta en la acera ancha, se coloca mejor la bufanda amarilla con sus livianas manos, cierra los ojos, semiocultos tras las gafas, y comienza a tocar la flauta.
Toca las piezas tristes que conoce, repetidamente, reiniciando cada vez. Intenta olvidar todo lo alegre, todas la profecías, todas la palabras. Toca y olvida. Toca y olvida.
De pronto se siente observada y algo le hace abrir los ojos. Sigue tocando mientras mira fijamente a un chico que también la mira fijamente. Termina su repertorio y vuelve al principio y el chico sigue allí. Se quita las gafas y el chico azulado tiene ahora la piel muy blanca y los ojos muy negros. Sigue tocando menos fluida, sigue tocando hasta que la música se para. En silencio, el chico antes azulado sigue allí mirándola.
Y Alicia siente que todo recomienza y piensa que esta vez quizás esté preparada.

Jesús Gelo Cotán
abril de 2013

miércoles, 3 de abril de 2013

Un poco de música

Yann Tiersen es un músico y compositor francés que me gusta especialmente, y que descubrí no recuerdo bien cómo. Quizá fuese gracias a Carne Cruda, un programa de radio que ha ensanchado considerablemente mis fronteras musicales, además de las ideológicas y culturales, y que os recomiendo bastante.
En cualquier caso, la música de Tiersen me inspira. No sólo para escribir (que tampoco escribo tanto), sino también para pensar, para calmarme y escucharme.
Os dejo aquí algunos temas suyos.
Rosa.


¡HOLA...., HOLA A TODOS¡
MI PRIMERA ENTRADA AL BLOG; NO POR NADA SINO PARA QUE MARÍA NO ME PONGA DEBERES EXTRAS..
LO PRIMERO,LA MÚSICA DE YANN TIERSEN..MARAVILLOSA ROSA.GRACIAS.ESTO ES MAGNÍFICO,QUE PODAMOS TAMBIÉN ACERCARNOS A BUENA MÚSICA DESCONOCIDA POR ALGUNOS A TRAVÉS DE NUESTRO TALLER...AHÍ VA OTRA-EN YOU TUBE , YANNI-RAINMAKER,AUNQUE TIENE OTRAS TAMBIÉN PRECIOSAS.YA ME DIREIS(ES UN PIANISTA GRIEGO QUE MONTA UNOS CONCIERTOS FANTÁSTICOS,AUNQUE QUIZÁS YA LO CONOCEIS) 
MÁS- LOS VIERNES NO SUELO ESTAR DISPONIBLE PERO SI NUESTRO ENCUENTRO CON GERENA  NO PUEDE SER DURANTE LA SEMANA ME APUNTARÍA SIEMPRE QUE LO SEPA LO ANTES POSIBLE.
BESITOS Y FELIZ COLLAGE¡
NOTA-EN CUANTO PUEDA CUELGO MIS APORTACIONES
ADELA