martes, 24 de diciembre de 2013

Juego de mesa

Os hablo ahora de un juego de cartas narrativo, Érase una vez, que edita Edge Entertainment, y en el que cada jugador es un narrador y las cartas propias y ajenas le ayudarán a crear una historia.
Admite un máximo de ocho jugadores y su coste es de 24,95 euros.
Muy apropiado para regalar en estas fechas...





Software para escritura

Hola escritores y escritoras del Ateneo de Valencina en particular y del mundo en general.
Acabo de tener noticias sobre un programita de ordenador para aquellos afortunados que estáis inmersos en la escritura de un libro (no es mi caso).
En el blog Tinta al sol, nos hablan de Scrivener, un software que ayuda a tener todo el material del libro bien ordenado.
Se puede probar de forma gratuita durante treinta días y, si finalmente os gusta, tiene un coste de 32 euros en la versión para Windows.

sábado, 21 de diciembre de 2013

17 de diciembre de 2013 - Descansa, pequeño.


Otra vez aquí. ¿Cuántas veces he estado ya en este sitio tan feo? Sólo sé contar hasta dieciséis, pero creo que no, que no han sido tantas. ¿Nueve? ¿Diez? ¿Once veces? No lo sé, no me acuerdo. Le preguntaré a mamá cuando la vea.
No me gusta este sitio. Siempre hace frío, y sólo me tapan con una sabanita. Ellos sí van tapados. Hasta gorros, y cosas en la cara y en los pies llevan.
Creen que estoy dormido porque he cerrado los ojos. Es que estoy mejor así, porque esa luz del techo no me deja ver nada.
En la boca me han puesto algo que echa aire. Me clavo un poco la goma que lo sujeta a mi cara, pero no tengo ganas de hablar, y ellos no se dan cuenta.
Mamá me dijo ayer que hoy me traería un coche nuevo. Qué bien. Estoy deseando verlo. Yo quiero uno teledirigido. A ver si esta vez me lo compra.
Qué frío. Menos mal que ya me está entrando el sueño ese tan raro, que me da calorcito. Seguro que cuando despierte, ya estaré en la cama que sube y baja. Qué divertido es dormir en esa cama. Aunque papá ayer escondió el mando, porque subí tanto la parte de abajo, que casi me hago un sándwich conmigo mismo. Aprovecharé cuando no esté para buscarlo.
No para de entrar gente. Y ya han traído los cuchillos finitos. Lo sé porque hacen ruidito al mover el carrito donde están puestos. Tengo mucho miedo. Y no veo ni a mamá ni a papá por ningún lado, como las otras veces. Nunca están aquí. Quiero dormirme ya, no quiero ver lo que hacen con esos cuchillos.
Ya viene el sueño…


Uy. Qué bien se ve todo desde este árbol. No me acuerdo bien de cómo me he subido en él, pero lo veo todo. Por fin veo a mamá y a papá. ¿Qué les habrá pasado? ¿Por qué llorarán tanto? No pasa nada, si me traéis una escalera puedo bajarme. Os prometo que tendré cuidado de no caerme, de verdad, no hace falta ponerse así.
Cuánta gente hay ahí abajo. Por ahí he visto a los abuelos. Y a la tía Carmen. Cuánta gente. ¡Y la seño! ¡Señooo! Nada, no se entera. No me extraña, con tanto jaleo… Y de verdad, cómo se han puesto porque me he subido en el árbol. Qué exagerados. Aunque mucho llorar, mucho llorar, pero ni siquiera me miran…
Ahí viene un coche. ¡Qué grande! Y tiene cortinas y todo. Qué raro es. ¿Qué llevará dentro? Ya lo abren. Mmmm. Hay una caja blanca y alargada. Ooooh. Ahora sí que lloran todos. ¿Pero qué les pasa? Papá y un señor han cogido la caja. ¡Mamáááá! Mamá se ha caído de repente. ¿Se habrá hecho daño?
Parece que van a meter la caja en ese agujero en la pared. Qué cosa más rara. ¿Y qué lleva la tía Carmen en la mano? ¡Es un coche teledirigido! ¡Por fin! ¡Nooo, tita, no lo metas en el agujero! 

lunes, 16 de diciembre de 2013

La figura de barro

–Son las veinte horas, cuarenta y cinco minutos. Les contamos las noticias más relevantes del día….– Se oye en la radio que mientras trabaja en su taller de cerámica escucha Aurora cada tarde, embutida en su bata blanca con miles de manchas de colores que se asemeja  a cualquier cuadro abstracto. Esta tarde no se decide entre la arcilla blanca o la roja para lo que tiene en mente.

En ese momento, al escuchar a la locutora, sus ideas se difuminan por el espacio quedando en su cabeza unas líneas definidas.

Se sienta en su taburete delante de una mesa llena de cientos de cachivaches y utensilios  junto al gran ventanal que, cuando mira a través de los cristales, le recuerda que existe un mundo detrás de los cristales, las arcillas y los esmaltes.

Sus manos empiezan a modelar una figura femenina que se pliega en posición fetal, con un mechón de pelo ocultando parte de su cara, que se enrosca sobre sí misma.
  
Con la yema de los dedos, suavemente alisa la superficie de la figura, deteniéndose con esmero en la espalda encorvada, en los muslos apretados contra el pecho y en el hombro que queda a la vista, mientras siente que su mirada se nubla, se vuelve acuosa y sus mejillas sienten el tibio líquido que las recorren.

– ¿Cuántas figuras parecidas he modelado en los últimos cinco años?– Se pregunta mientras hace un recorrido por su memoria sintiendo un escalofrío recorriendo su espalda, notando en su piel la fría piedra sobre la que yace su figura de barro.

– No volveré a modelar más esta figura. Me lo juro – y estrujando el barro entre las palmas de sus manos siente que en la nueva textura se va diluyendo formas, pliegues, curvas, piel, cabellos y dolor.

Ahora tiene de nuevo ante sí un trozo de barro amorfo, redondeado, cálido por el enérgico majase de sus manos y de muy sugerente textura que le trasmite, como si se lo soplara al oído, su deseo de ser.

Aurora comienza de nuevo a modelar una figura femenina; esta vez está en vertical, el cuerpo se apoya en un par de fuertes piernas, una más adelantada que la otra, que le dan el equilibro que necesita para sostenerse, rematadas por pies firmes y descalzos.

La espalda erguida, el pecho hacia delante, los cabellos rebeldes caen hacia la espalda por detrás de una cara despejada que está algo inclinada hacia arriba; los brazos en alto por encima de su cabeza y unas manos abiertas que saludan al mundo.

Mira con detenimiento su nueva creación, acerca el flexo para rematar algún detalle, le da vueltas en la piedra donde la ha estado modelando…

– Pasan treinta minutos de las dos de la madrugada, estas escuchando Hablar por hablar…–
Aurora toma conciencia de la hora y del tiempo que lleva en el taller y decide irse a dormir. 

Después de una ducha y un vaso de leche caliente se mete en la cama, apaga la luz y exclamando –¡Mierda!– se levanta y corre hacia al taller descalza, quita con cuidado la tela húmeda que ha dejado sobre la figura y tomando un utensilio de la mesa, manchándose de barro su pijama blanco,  modela una sonrisa en el rostro de su figura, unas diminutas rayas en sus muñecas y traza su firma.

Araceli Míguez Salas
Noviembre 2013

Intento de Iceberg

La carta de Caperucita.

Hacía un día nublado, en la clase de quinto todos estábamos un poco revueltos e inquietos porque si llovía no podíamos jugar en el patio y eso era toda una catástrofe a nuestra edad. Don José, explicaba en la pizarra cómo se hacía un análisis morfológico y no paraba de añadir trazos de tiza con golpecitos enérgicos mientras unos y otros nos afanábamos por copiar lo que escribía, sacando de un lado a otro el cuello como tortugas,  pues el maestro no era precisamente transparente.

En esas estábamos cuando aparece por arte de magia un papelito doblado en mi mesa que yo inmediatamente oculté por puro instinto de supervivencia. Don José usaba un palo cuadrado y corto de madera que no sé de donde lo había sacado y aunque yo era bastante aplicada y atenta, tenía pánico a aquel trozo de madera que era el terror de la clase, así que teníamos que andarnos con mucho cuidado si no queríamos que el susodicho objeto cayera sobre nuestras palmas dejando además del desagradable picor, la vergüenza de ser humillada ante todos los compañeros.

Abrí el papel con las manos debajo del pupitre y apareció una letra inclinada y una ilustración de caperucita roja en una esquina, muy sonriente, con sus trenzas rubias, capucha roja y cestita en la mano.
La notita decía: “Eres muy guapa y me gustas mucho”.

Sentí de repente un rubor a las mejillas que se expandía hata las orejas y más allá de la punta del pelo y no quería ni mirar alrededor por si alguien me estaba mirando.

En ese preciso momento Don José me pregunta por lo que acababa de explicar y debido a mi estado de alelamiento no me había enterado de nada; lo miré con cara de quien rompe un plato y lo oculta debajo de la alfombra; así que irremediablemente me tocó poner la palma hacia arriba, cara compungida y suplicante para que se apiadara de una pobre e indefensa niña que se había despistado de la explicación y otro sonrojo mayúsculo por las miradas de toda la clase concentradas en mi.

Volví a mi pupitre con la cabeza gacha y la mano calentita, pensando que había sido lo menos malo, no quería imaginar la escena si me hubiera pillado el papelito y lo hubiera leído ante todos, como había hecho en otras ocasiones.

Cuando regresaba a casa sólo tenía la imagen de la caperucita que llevaba en el bolsillo, y que en vez de llevar en su cesta leche y miel  llevaba mi primera carta de amor.


Araceli Míguez


La modelo


Elisa Gherardini era la modelo ideal, con su paciencia y sus grandes dotes para posar horas en la misma postura sin casi pestañear, me permitía recrearme durante horas en su voluptuosa figura, en su suave y aterciopelada piel y sus recovecos ocultos, tan apreciados por mi pincel, que se entretenía en los misterios de los tonos marrones, azules y negros. Los amplios y oscuros ropajes ocultaban ese bello cuerpo, que aun habiendo albergado cinco vidas, seguía luciendo joven y hermoso.

Creo que desde el primer momento en que nos vimos ella supo de mis gustos por los pectorales masculinos, y en realidad a mi me interesaba que se supiera de mis inclinaciones en la adinerada sociedad florentina, pues no estaba dispuesto a interrupciones en mi trabajo por los celos u ordinarios ataques masculinos de propiedad.

Ella llegaba siempre puntual, ataviada con los más bellos y sedosos tejidos en consonancia con su posición y con la moda;  se despojaba detrás del biombo de sus ropajes y se tumbaba en el diván donde, desde hacía meses posaba  desnuda para mi, con un brazo bajo su cabeza y  otro reposando sobre su blanco muslo.

Cuantas tardes, sin mediar palabra entre los dos, compartimos el mismo espacio; yo plasmando cada poro de su piel desnuda sobre el diván, ella sintiendo un suave calor recorriendo su cuerpo allá  donde se posaba mi mirada.

Ese era nuestro gran secreto, nuestro pacto oculto al mundo. Yo trabajaba en dos lienzos al mismo tiempo con mi musa, eso era lo acordado entre los dos. Su marido me había encargado un retrato para la nueva casa en la que viviría la familia;  quería que reflejara a la gran dama que tenía a su lado, esposa fiel, madre de sus cinco vástagos, vistiendo los mejores tejidos elegidos por él, que para eso era un comerciante de telas de renombre en la región, por lo que mi obra tenía que reflejar su buena posición social, mostrar a su noble y casta esposa y prestigiar su casa palacio, apellidos y riquezas.

Elisa, fue obligada a casarse por sus padres con el comerciante de tejidos a los quince años para remontar la economía familiar a la que le sobraba apellido y le faltaba efectivo;  ahora con veintitrés  y cinco hijos, cuando se enteró que su marido quería encargar un retrato suyo para presidir la gran escalinata de mármol de la nueva vivienda, ella  aceptó con una idea que sólo comentó conmigo, haciéndome jurar que jamás su secreto sería revelado.

Quería que la pintara desnuda, que todo su cuerpo sirviera para demostrar su existencia como mujer, más allá de esposa y madre, que tanto sus senos como su sexo fueran retratados tal y como eran;  reales,  y su pose invitara a disfrute de lo que la iglesia y la sociedad prohibía.

Ella insistía en que su rostro tuviera  la misma expresión en los dos lienzos, tanto en el desnudo con en el encargado por su marido, expresión que según ella, indicaría a cada cual que la mirara lo que quisiera ver.

Cuando acabé el cuadro del diván Elisa me tenía preparada otra sorpresa; me pidió que enviara de forma muy discreta el lienzo del desnudo a un violinista de Florencia del que estuvo enamorada siempre y que se había convertido en su amante antes de su último embarazo. Era un regalo que quería hacerle como muestra de su amor por él, a cambio yo seguiría cobrando para que el trabajo sobre el lienzo donde aparecía con los ropajes y el velo se alargara en el tiempo;  ella diría que tenía que seguir posando porque las texturas de las telas eran muy difíciles de plasmar y esta excusa fuera la tapadera para reunirse con su músico durante unas horas a la semana, a cambio me prometió que cobraría cada semana como si siguiera trabando en su retrato.

Al cabo de unos años su marido murió  y Elisa me regaló el cuadro por mi silencio y lealtad.

No sé si conseguí que su amante viera en su sonrisa el amor que sentía Elisa, pero sé que su marido, el Sr. Giacondo,  nunca pudo ver en su casa colgado el lienzo de su casta esposa.

Leonardo.


Araceli Míguez, diciembre de 2013

Ejercicio: Mirar un cuadro (La Mona Lisa)

lunes, 25 de noviembre de 2013

Micros

  
Salí corriendo, estaba a punto de suceder algo importante y no quería perdérmelo, llegué con el tiempo justo a ese preciso punto de la algaida para contemplar una tarde más la puesta de sol sobre los olivares.
***

Ella miró el reloj y su imagen en el espejo, encendió las velas y corrigió la posición de los enseres que esperaban a ser usados sobre la mesa.
Al rato, ella miró el reloj y su imagen en el espejo, apagó las velas y corrigió la posición de sus deseos que ya no esperaban ser satisfechos ni siquiera sobre la mesa.
***

Tropezó con una pequeña piedra que le hizo caer y se quejó por la existencia de la misma, siguió adelante y mirando a su alrededor se sintió perdido por no encontrar ninguna piedra que le indicara el camino.
***

Lo divisé a lo lejos mientras esperaba sentada en uno de los bancos del aeropuerto leyendo el periódico y la emoción me apretó la garganta. Era él, cuanto tiempo imaginando este encuentro y ensayando las palabras precisas que se quedaron guardadas en algún centímetro de mi boca. El corazón me latía con fuerza, venía hacia mí mirando ensimismado el móvil que traía en la mano. Cuando estuvo a pocos pasos levanté el periódico a la altura de mi cara fingiendo ante mi misma que había atraído fuertemente mi atención un artículo muy interesante en la página de deportes.
Otra vez será.
***

Marco paseaba por el muelle cuando se paró ante un cuadro que pintaba un hombre mirando al mar, dijo unas palabras a modo de saludo y el artista correspondió con una voz fuerte y vibrante.

Sintió una especie de atracción que le impedía dejar de mirar el cuadro. Una ráfaga de luz surgida de un rincón de su memoria extrajo de su recuerdo una mirada, el timbre de una voz reconocida, un tacto sedoso... pero su desconcierto era tal que no atinaba a encajar el motivo de la familiaridad con la imagen que tenía ante sus ojos.

Miró el cuadro de nuevo y reconoció el paisaje marino que reflejaba. Su mirada quedó anclada en las olas; su movimiento ondulante le recordaba a una antigua nana cantada en tiempos ancestrales por las pobladoras de la costa, pero para él ejercían la atracción del canto de las sirenas que embelesaba a los marineros en aquellas épicas historias.

Era ese el lugar donde cada noche se encontraba en sus sueños con Yaiza, la sirena de piel morena y ojos rasgados que en alguna ocasión le dijo:
– Cuando recuerdes nuestros encuentros desapareceré de tus sueños –.
***


Araceli Míguez

Amanece en la sabana



En el Valle del Omo, mi tribu, la de los bellos y valientes Mursi, empieza a desperezarse bajo un cielo rosáceo que anuncia otro duro día de trabajo. Nuestra subsistencia depende completamente de las inundaciones del río Omo, que al igual que el Nilo, al desbordarse nos ofrece sus ricos limos para obtener una buena cosecha y alimentar a nuestro pueblo.

Me llamo Alauri,  al amanecer salgo con el rebaño a la búsqueda de los mejores pastos en las riberas del río, donde mis animales pueden disfrutar de agua y yerba fresca mientras contemplo el horizonte o me sumerjo entre juncos para aliviar el calor.
Antes de salir de mi choza decoro mi cuerpo con los colores y minerales que regala esta roja tierra y con lo que la madre naturaleza me quiera agasajar;  con mis dibujos doy las gracias al planeta  por proporcionarnos la vida y homenajeo a mis ancestros, para que me protejan y sepan que les recuerdo con cada pincelada de mi piel.

He elegido para la mañana de este día puntos y motivos florales para torso y una rama con diminutas flores para la cabeza, creo que deleitará a los buenos espíritus.

Mientras camino junto al ganado me cruzo con jóvenes y esbeltos cuerpos que me  hacen silbar alguna canción de amor. En noches de luna nueva a escondidas y muy apartado de las chozas disfruto de algún encuentro con alguno de ellos a sabiendas que si me descubren la Jalaba, los hombres más viejos del poblado, me castigará con saña por amar alguien como yo, al tiempo que mi esposa y mis hijos serán objeto de burla y escarnio.

Esta mañana han llegado miembros de las tribus vecinas bodi, kwegu y suri anunciando que todos  los habitantes de la ribera tendremos que abandonar de nuevo nuestros hermosos poblados; los corruptos funcionarios del gobierno y la African Parks Foundation atacan de nuevo a nuestra gente. Ya sufrimos con horror el 25 de noviembre de 2005, cuando nos quemaron más de 450 casas y nos arrojaron de las tierras que ocupábamos para hacerse con el mando del Parque Nacional de Nechisar.

Hoy de nuevo quieren arrojar a mi pueblo de sus tierras, en esta ocasión el motivo es la construcción de la presa Gibe III, la presa más destructiva que se está construyendo en África y condenará a más de medio millón de las personas más vulnerables de la región a la hambruna y arruinará a más de doscientos mil  pastores, que al igual que yo cuida de los animales y de la tierra para dejarla a nuestros hijos y nietos como la hemos recibido.

La presa traerá irremediablemente la sequía y el agua, ahora de todos, será sólo de unos cuantos ricos que comerciarán con ella a costa del dolor y la miseria de mi pueblo.

Me arrojan de mi tierra una vez más, no deseo estar en ningún otro lugar y resistiré hasta que el cansancio o las balas me conviertan en espíritu; Me confío a mis ancestros para que la tierra me acoja en sus brazos en cualquier lugar rumbo al horizonte.

Araceli Míguez

Taller de teatro



Era finales de mayo cuando Ana, mi vecina, me propuso matricularnos juntas en aquella escuela de teatro para adultos que tenía un gran prestigio en la ciudad; se hablaba muy bien de las obras que se mostraban durante el curso y la profesionalidad del equipo de actores que impartían las clases.

Dos tardes a la semana durante dos horas soñaba con ser actriz y disfrutaba de la actividad mientras mi marido se quedaba con los niños y olvidaba durante ese tiempo mi condición de ama de casa.

Uno de los ejercicios que nos pusieron ese día en clase era tocar y dejarse tocar por el grupo para conocer y acostumbrarnos a manejar las técnicas del tacto en escena como un recurso expresivo. Cada miembro del grupo iba a experimentar tanto el tocar como el ser tocado, así que nos dispusimos a emprender el ejercicio, no sin antes haber usado técnicas de respiración y relajación para concentrarnos mejor.

Yo había sido muy prudente tocando a mis compañeros en la mejilla, muslo, nuca o espalda y ahora yo en el centro del círculo debía estar dispuesta a ser el elemento pasivo y dejar que las manos de mis compañeros se pasearan por mi cuerpo.

Adriana me acarició muy lentamente la espalda, recorriendo con sus dedos mi columna desde la nuca hasta más abajo de mi espalda y volviendo a subir de nuevo hasta el punto de partida. Sentí su caricia a través del fino tejido y cerré los ojos para evitar que los demás notaran el pequeño y agradable  estremecimiento que estaba sintiendo.

Jose empezó a soplarme suavemente debajo de las orejas y girando
alrededor siguió haciendo lo mismo por todo mi cuello a pocos milímetros de mi piel, mientras que Ana se plantó delante y con sus manos rodeó mi cintura hasta completar un círculo.

Sara me pellizcó los labios pasando sus dedos de un lado hacia el otro y terminó abriendo mi boca apretando mis mandíbulas entre su pulgar y corazón, y aunque no me hizo daño sentí cierta turbación.

Por último le tocó el turno a Antonio que me pidió que cerrara los ojos,  levantara los brazos a la altura de mis hombros y me quedara inmóvil y acercando su boca casi rozando mi piel inició un lento recorrido desde los dedos de mi mano derecha hasta los de mi mano izquierda pasando por mis muñecas, la parte interna de mis brazos y a milímetros de mi pecho que intentaba con dificultad  mantener una respiración pausada. Sentía su aliento en mis poros, mis vellos se iban levantando sin poderlos controlar y mi libido empezó a jugar abriendo  paso al deseo.

Cuando abrí de nuevo los ojos encontré los suyos con una mirada satisfecha y una sonrisa cómplice.

Cada persona me había provocado distintas sensaciones, todas distintas y reveladoras y me preguntaba si ellos estarían tan excitados como yo después de la experiencia. Pensaba en esto mientras me dirigía a los vestuarios notando la humedad de mi cuerpo, las mejillas ardiendo y un urgente deseo de masturbarme no se apartaba de mi mente.

Al abrir la puerta encontré a Sara duchándose, – una ducha fría, buena idea para calmarme – pensé entrando en la ducha contigua.

Sara me preguntó por lo que había sentido y si me había gustado que me pellizcara los labios.

– Sí, me ha sorprendido mucho la turbación que he sentido – le contesté, y con mirada lasciva y juguetona me dijo –Sé hacerlo mucho mejor en otros labios–  y acercándose a mí comenzó a besarme el cuello mientras sus manos pellizcaban suavemente mis pezones y recorrían mi cuerpo en busca de mi sexo.

Debajo del agua tibia se confundían nuestros cuerpos en un abrazo desenfrenado, sus dedos eran expertos en sacar los jugos de su escondrijo y entre suaves  y frenéticas caricias arrancó de mi cuerpo un intenso orgasmo al mismo tiempo que un gemido.

Tan absortas estábamos que no nos percatamos de la presencia de Antonio que después de las muestras de deseo que había dado mi cuerpo ante la proximidad de sus labios había decidido ir en mi busca. El ver que no salía del vestuario se decidió a entrar encontrando nuestra lésbica escena que le había excitado hasta el último milímetro de su cuerpo.
–¿Me invitáis?– preguntó quitándose la camiseta y los vaqueros evidenciando su abultada excitación.
–¿Vas a poder con las dos?– preguntó Sara con algo de ironía en la voz.
–Lo intentaré­ – dijo él, risueño.
Antonio, Sara y yo no dejamos de jugar a tocarnos, explorando todas las parte imaginables de nuestros cuerpos tanto de forma activa como pasiva, hasta que los tres estuvimos satisfechos y exhaustos sabiendo que tendríamos una nota muy alta en ese ejercicio de clase.

Esa noche también hice participe de lo que había aprendido con aquel ejercicio a mi marido que ya se ha ofrecido muy amablemente a quedarse con los niños para el próximo taller.


Mayo 2013.

Araceli Míguez.

Me gusta...


Los abrazos de mi hija y sus “te quiero, mama”
Pasear los días de sol en invierno.
Entrever el sol a través de la hojas de los árboles.
El sonido el agua que corre.
Tenderme con los ojos cerrados a escuchar música.
Reír a carcajadas
Emborronar con formas y colores.
La sonrisa de los niños.
Jugar  los días de lluvia alrededor de un brasero.
Imaginarme protagonista de las novelas y cuentos.
Escribir poemas en días negros y violetas.
Ver el arcoíris después de una tormenta.
Las noches de tormenta acurrucada.
Los brazos de mi padre cuando abraza a mi hija.
Los brazos de mi padre cuando me abrazan.
El sonido del viento.
Descubrir sabores, olores, tactos…
Usar las manos para modelar, crear, palpar y acariciar.
Recrearme en la belleza de los detalles.
El café recién hecho.
El sexo, las drogas y el rock.
Recordar los sueños eróticos.
Las palabras que transmiten.
Emocionarme hasta las lágrimas.
Sorprenderme.
Perderme de vez en cuando.
Romper las normas.
Las Hadas, los duendes, los unicornios , las sirenas..
La mezcla de colores, sabores y pieles.
Compartir chuches y chocolates.
El cuerpo, el alma y mis alrededores en armonía.
Las brujas, los monstruos y los seres extraños.
Los juegos de palabras y las rimas.
Los juegos de cama, las batallas y las risas.
Los juegos de magia.

El color del mar, el sonido del mar, el sabor del mar.

martes, 19 de noviembre de 2013

Bandeja de entrada


Fran se había quedado solo en la redacción maldiciendo el encargo de última hora;  un artículo sobre el Día de los Difuntos que según sus premisas, debían habérselo encargado a cualquier becario,  lo que a él le apetecía era cubrir la llegada a la ciudad de las estrellas del futbol.

Delante del ordenador, con la radio de fondo, se dispuso a rellenar el hueco destinado con algo entretenido y pragmático; las ventas de las floristerías, las funerarias que ofrecían como novedad, esparcir las cenizas de los muertos en forma de fuegos artificiales…
Comenzó a escribir mirando al teclado y se fijó en la pantalla al oír el sonido anunciando un mensaje recibido en su bandeja de entrada:  

Enviado el: martes, 31 de octubre de 2013 20:01
Para:
 franredaccion3@eldiario.es 
Asunto: Sálvalos
Y en el cuerpo del mensaje:

Por favor, impide que vengan.

–Otro spam – pensó con fastidio pulsando la tecla para eliminarlo, pero el mensaje, lejos de borrarse se repetía a cada golpe de tecla.

Imaginó al informático conectado por el remoto gastándole una broma acorde con la fecha y el artículo, o quizás fuera un virus…el teclado quedó bloqueado y la pantalla fija con el mismo mensaje repetido una docena de veces.

Marcó el número de recepción y preguntó por el informático; el vigilante le informó que se había marchado hacía rato. Buscó su móvil y marcó mientras su enfado iba en aumento, farfullando que la broma ya duraba demasiado.  
Después del cuarto pitido una voz contesta

– Si, diga.
– ¿Rubén?
– Sí, soy yo.
– Oye, soy Fran. Tío déjate de bromas que tengo que terminar el artículo.
– ¿Pero qué te pasa?
– Que te dejes de coñas,  que quiero irme a casa.
– ¿Algún problema?  Me pillas conduciendo pero cuéntame;  llevo el “manos libres”
– Mi trasto se ha bloqueado. Por favor, vente echando leches.
– ¡No jodas! Me voy de puente para mi pueblo. Estoy terminando unas compras pero  salgo ya,  así que no me fastidies por una chorrada.  Deja las flores atrás, cariño.
– Te pido que  vengas y arregles mi ordenador. Me juego el puesto si no dejo esta noche el trabajo enviado a la jefa. ¿Qué dices de flores? 
– No era  a ti. Fran, voy para allá pero seguro que me vas a hacer ir para apretar un cable.
– No entiendo de cables, así que no tardes.

Al cabo de unos minutos  el informático y una niña de unos cinco o seis  años aparecieron por la oficina.

– Así que comprando flores. ¿Quién es la afortunada? – preguntó Fran a modo de saludo a los recién llegados.
– Son para llevar mañana a la tumba de Rosa, mi mujer, murió hace dos años.

De fondo, la radio daba una noticia sobre un derrumbe en el túnel de salida de la ciudad.

La pequeña se acercó a Fran ofreciéndole una rosa mientras él, atónito, miró la pantalla atendiendo al sonido de un nuevo mensaje del mismo remitente en la bandeja de entrada:

En el Asunto, solo una palabra: GRACIAS.

Araceli Míguez



domingo, 17 de noviembre de 2013

Dos días

Treinta y uno de octubre.
Querido diario:
Se acerca la fecha. Ese pensamiento certero me atenaza, me paraliza. Dos de noviembre. Dos de noviembre.
Todas las personas acuden al cementerio el día uno, el primer día, el festivo, a limpiar las tumbas de sus muertos, a rezarles, a pedirles perdón por no haber ido más a menudo a verles, a ponerles jarrones con flores frescas que durarán dos o tres amaneceres a lo sumo.
¿Por qué mi padre tiene que ir el día dos al caer la tarde? ¿Por qué tengo que ir con él, si ni siquiera llegué a conocerlos?
En dieciséis años, no ha faltado ni una sola vez a su cita con el desierto camposanto. Y, año tras año, una foto. Dieciséis fotos en total. Este año, será la número diecisiete.
Me falta el aire. Dos de noviembre. Quedan dos días. Sólo dos días para que mi sueño vuelva a llenarse de angustia, de reproches, de vívidas imágenes de aquel día que viví pero que no recuerdo conscientemente.
Dos días para que mi abuela se coloque detrás de mí en la foto y me susurre al oído cuánto me odia por no haber muerto. Para que mi abuelo me describa con abominable exactitud con cuánto amor me trasladaban desde el hospital hasta casa, y vuelva a gritarme ¡Desagradecida! con la helada voz de los muertos.
Dos días para que mi madre me toque con su gélida mano y me recuerde que fue culpa mía. Que todos murieron porque vomité y manché la reluciente tapicería y perdieron el control del coche.
Dos días para volver a renovar el contrato que me mantiene en deuda eterna con mi padre, al que dejé viudo y huérfano a la vez, y padre de una hija recién nacida.
Dos días para colgar otro retrato más en el santuario en el que mi padre ha convertido la mitad de mi dormitorio.
Dos días para intentar mantenerme despierta cueste lo que cueste, a ver si esta vez consigo que se queden en la foto y no se cuelen en mi sueño.
Dos días para morir un poco más.

Dos días.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Conjunción (por el final)

Mara está sentada en un banco del bullicioso pasillo de la comisaría sin dejar de llorar con las manos cubriéndose la cara; ahora ya no sabe ni porqué, sólo siente su garganta anudada y una culpa que inunda todo su ser.

¿Cómo ha podido pasar? ¿Qué he hecho?
Siente  entonces una mano que le presiona el hombro y al levantar la cabeza ve a su jefe de pié junto a ella.

¿Cómo te encuentras?
Ahora mejor Pedro. Espero que me traigan a mi hija. Por un momento lo he perdido todo. Estoy de vuelta del infierno. No sé si me perdonaré algún día.
Mara,  te advertí cuando te quedaste embarazada que ser madre soltera iba a ser muy duro.
Te equivocas, tener a Celeste es lo mejor que me ha pasado. No me arrepiento ni un segundo. Y tú ¿Cómo llevas ser un padre ausente?

 Horas antes  en medio de una conjunción de elementos adversos, Pedro y ella habían tenido una tensa conversación telefónica

Perdona Pedro pero me es imposible recogerte; mi hija ha desaparecido, mi madre está inmovilizada… No sé cómo voy a salir de esta.
Mara, deja de inventar excusas y vete inmediatamente para las oficinas de Promociones Turísticas del Sur. Yo llegaré en taxi en veinte minutos.
De verdad Pedro, no puedo. Créeme. Te dejo, viene la ambulancia y la policía.

El médico después de reconocer  su madre le dice que tiene los síntomas de un ictus, pero hay que hacer pruebas.  La policía le pide que los acompañe a la comisaría, siente como si la estuvieran acusando de imprudencia temeraria al dejar a una niña sola en un vehículo y cree ver en la mirada de trabajadora social una amenaza de que puede perder a su hija por su conducta.
Mara se siente ofuscada y confusa, cree que está viviendo una horrible pesadilla, que no puede ser real todo lo que le está pasando.

No puedo derrumbarme ahora, tengo que encontrar a mi hija sea como sea.– Se repite una y otra vez.

Una agente la coge del codo y le dice que se vaya al hospital, que si hay alguna novedad sobre su hija la localizarán de inmediato, pero ella se resiste a abandonar la comisaría. En su interior duda de que se estén movilizando, que a ellos les preocupe encontrar a su pequeña y perdiendo los nervios comienza a gritar mientras las lágrimas le resbalan sin contención.

¿Es que no lo entienden? Es mi hija. Mi única hija. Mi vida entera. Por favor, encuéntrenla. Mi madre está atendida por los médicos pero mi hija estará sola,  asustada, desprotegida...
Mientras ella sigue gritando un policía se acerca a ellas y le comunica que han encontrado a su hija. Está en el aparcamiento donde la grúa deposita a los vehículos que obstaculizan el tráfico y que en breve la llevarán a la comisaría.

Mara se abraza a la mujer policía y le pide que la lleven rápido a ese depósito, pero el agente la tranquiliza diciendo que ya está en camino, y que en veinte minutos tendrá a su hija con ella y la asistente la informa de una llamada del hospital y su madre está respondiendo al tratamiento; está consciente aunque tiene paralizada la parte izquierda del cuerpo.

Todo empezó esa misma mañana en la que Mara salió de casa de prisa, como era habitual en ella; llevaba el bolso en la mano, rebuscaba las llaves, una galleta en la boca a medio masticar, el maletín con los documentos de trabajo sujetado a duras penas entre la barbilla y el hombro y en la otra la pequeña mano de una niña de unos tres años, muy rubia y pizpireta, con una mochila a la espalda.

Mientras se dirigía a su coche aparcado frente a la casa sonó su móvil, descargó todos los bártulos sobre el capó del vehículo para atender la llamada.
Todas las mañanas se juraba que sería más ordenada y que administraría mejor el tiempo, sólo que llegaba tan cansada que se le olvidaba hasta la siguiente mañana.

Si, Marcos, dime.
Tienes que recoger al jefe en el aeropuerto.
No puedo, de verdad que no, tengo que dejar a Celeste en la guardería y me coge en dirección opuesta. Por favor busca otra solución, o…¡que pille un taxi!
Mara, sus órdenes han sido muy claras: que vayas a recogerlo,  desde allí os vais juntos a una reunión con un importante promotor.
No sé cómo me lo voy a montar…Bueno,  ya veré. Voy para allá

Ayudó a la niña a subir y le ajustó el cinturón dándole un beso mientras pensaba si le daría tiempo a llevarla a la guardería o la dejaba con su madre que vivía a dos manzanas.
Optó por llamar a su madre para avisarle que se dirigía hacia su casa, pero no le respondía, 
Estará dormida aún – se dijo sin mucha convicción, pues habitualmente era muy madrugadora.

Puso en marcha el vehículo y aparcó en doble fila, delante de un bloque blanco con las ventanas azules, llamó al timbre pero nadie abría. Usó sus llaves y subió apresurada al segundo piso, obviando el ascensor. Entró llamando  a viva voz a su madre y dirigiéndose al dormitorio la encontró en la cama inmóvil, con los ojos cerrados y hecha un ovillo. La tocó y respiró tranquila, estaba viva pero inmóvil. Nerviosa y angustiada marcó el teléfono de emergencias sanitarias y bajó a buscar a Celeste.

Con horror comprobó que su coche no estaba donde lo había dejado, miró a ambos lados de la calle y enloquecida empezó a correr en una dirección y luego en la otra; le faltaba el aire en los pulmones y lo único que se le ocurrió fue gritar hasta hacerse daño en la garganta

¡Ayuda! ¡Socorro! ¡Policía!  ¡Por favor ayúdenme!  !Mi hija ha desaparecido!

Araceli Míguez. Noviembre 2013

lunes, 4 de noviembre de 2013

En la cama

    Qué buena noche, ¿verdad? Hacía tiempo que no me reía tanto.
    Sí, ha estado bien. Tenemos que repetirlo más a menudo, que ya casi no hacemos nada juntos.
    Claro, ya organizaremos otra. Por cierto, he olvidado comentarte que ingresé cinco mil euros para la Fundación.
    ¿¿Cómo??
    La Fundación de la que nos hemos hecho socios, ¡pero si rellenaste tú los papeles! ¿Ya no te acuerdas?
    Por supuesto que me acuerdo, Juan, pero dejamos claro que por ahora sólo íbamos a ser socios, que no invertiríamos nada hasta pasados unos meses. Y, además, ¡cinco mil euros!
    Sí, cinco mil euros, lo que hablamos.
    No me líes, no me líes, que eso fue una cantidad que barajamos entre muchas otras, una posibilidad. Posibilidad, Juan, posibilidad. Es que me parece increíble que ni siquiera me hayas consultado. Siempre haces lo mismo. No sé qué pinto yo en esta casa, si aquí se hace siempre tu santa voluntad.
    Ya estamos con lo mismo.
    Lo mismo, sí. Nunca tomas en cuenta mis opiniones, me llevas a tu terreno para conseguir lo que quieres, y cuando me doy cuenta, ya es demasiado tarde. ¡Me enredas, Juan! A veces pienso que estás conmigo sólo por mi nómina. No quisiera pensar así, pero detalles como este me dan la razón. Tú no me quieres, y yo ya no puedo más.
    A ver, cariño. Traquilicémonos. ¿De verdad piensas que no te quiero? Sabes lo que opino sobre la Fundación, y a pesar de ello, he accedido a formar parte de ella, porque sé que para ti es importante.
    Importante no, Juan, vital. No veo otra forma de tener un hijo. En nuestra situación… ya me dirás.
    Por eso, mi amor. Yo preferiría gastar esos cinco mil euros en un vientre de alquiler. Seguro que por ahí hay alguna chica que necesita el dinero más que esos.
    Pero esto es legal. Y lo otro no. La Fundación agilizará todo el trámite. Son poderosos. Y yo quiero un hijo, Juan, quiero un hijo.
    No llores, Pedro. Tendremos nuestro hijo. Y será prefecto. ¿Me perdonas por haber adelantado el dinero sin consultarte? Lo he hecho por ti.
    Sí, claro. Lo siento. Ahora a esperar.
    Durmamos, anda.


jueves, 31 de octubre de 2013

Enero (...o: Cómo no hacer lo que la profe pide...)

Habían pasado la tarde hablando mientras paseaban. Hablando sin concretar nada, sin atreverse a dar un paso, siquiera una mirada a los ojos.
Durante un segundo, él había tomado la mano de ella, pero ella se zafó, por lo que él ya no hizo nada más.
La noche caía sobre ellos. El frío también. Se sentaron en un banco helado. “Que me coja la mano, que me coja la mano. Esta vez no me soltaré” Pensaba ella. Pero él no le cogió la mano.
Se apresuraron a hablar de sus vidas. Las relaciones de cada uno, los sinsabores, las experiencias. El tiempo apremiaba, los dos lo sabían, así que no les quedaba más remedio que ir acercándose al tema que aquella tarde les había llevado hasta allí.
El frío aumentaba. Pronto no lo soportarían y cada uno se marcharía en su coche, sin haberse atrevido.
Ella fue la primera en proponerlo.
“Hace frío y es tarde, creo que deberíamos irnos ya.”
“Sí, claro.” Contestó él.
En silencio marcharon hasta sus coches. Siempre aparcaban en el mismo sitio, frente a la gasolinera, en una pequeña calle. Se iban pero no querían irse, así que se miraban, cada uno esperando que el otro fuera capaz.
“Bueno, dos besos.” Dijo él, y se acercaron para besarse en la mejilla, nerviosos. Al aproximar sus rostros, desviaron sus bocas y les atropelló un beso. Un beso breve cargado de anhelos, deseos, contención. Se miraron un segundo y volvieron a besarse, esta vez queriendo, deseando. Se besaron y dejaron de sentir frío, prisa, vergüenza.
“¿Y ahora, qué hacemos?” Preguntó ella. Y juntos se perdieron en la noche.


martes, 29 de octubre de 2013

Entrevista de trabajo.

– Buenos días señora Arcos, soy Malena Gómez, la responsable de Recursos Humanos de esta empresa. Quiero informarle que el puesto que se ofrece requiere una cualificación muy específica aparte de responsabilidad, experiencia y resolución – dijo entrando en el despacho, a modo de frío saludo la entrevistadora.

Malena se sentó con la espada muy recta en un sillón que, estratégicamente,  estaba unos centímetros más alto que el de su entrevistada, la barbilla levantada hacia arriba, la mirada clavada en la mujer que tenía en frente y la voz firme y segura.

– Lo sé. Por eso estoy aquí – Respondió Laura con una voz firme que denotaba seguridad y aplomo.

– He revisado su curriculum y su cualificación no es la que requiere el puesto. Es cierto que tiene experiencia en otros campos, pero en concreto, en este sector no ha trabajado nunca;
Por otro lado, siento decirle que su edad  no se ajusta a la requerida, ya que, como bien sabe, en los requisitos se especifica  “entre 25 y 35 años”  con el objetivo de dar una imagen joven y atractiva a nuestros clientes.

– Es cierto,  ya paso de los cuarenta y le aseguro que me siento joven,  atractiva y además capaz de trabajar duro y de resolver problemas y conflictos que puedan surgir de manera inesperada.

– Perdone Sra. Arcos, pero no la veo preparada para asumir la responsabilidad que conlleva ser la primera imagen que verán nuestros clientes al entrar en nuestras instalaciones.

– ¿Se refiere a que me ve incapaz de indicar donde están los despachos,  los baños, o de atender una llamada de teléfono después de llevar trabajado en oficinas veinte años?.  Porque estamos hablando del puesto de recepcionista ¿verdad?, a ver si estoy confundida y me está usted  entrevistando para un puesto de ingeniero de finanzas – dijo Laura con un gesto de asombro y una sonrisa fingida.

– Efectivamente es para recepcionista, por eso le insisto en la necesidad de que el puesto sea para alguien que de la mejor imagen de nuestra entidad.

– Querida Malena, es una pena que usted  le haga el juego a sus jefes-hombres-machos, seleccionando con sus criterios y en base a una imagen diseñada por ellos, a una joven guapa e inexperta a la que prometan ascensos si son simpáticas,  agradables y sumisas con el staff, en vez de valorar el bagaje, la soltura, el saber hacer y la mano izquierda de alguien que sabe hacer su trabajo – dijo Laura levantándose de la mesa, y prosiguió encaminándose hacia la puerta,

– La buena imagen la dará la empresa, no por la fachada de la recepcionista, sino por el trato personalizado que reciba cada cliente, por la complicidad que se establezca con cada uno de ellos, por la confianza que ofrezca la persona que los trate...  Y eso es lo que yo le ofrezco.
Y si me permite Malena, ¿puedo preguntarle su edad?

Malena con los hombros relajados, levantándose y mirando a Laura con media sonrisa en la comisura de los labios, le extendió su mano al tiempo que le anunciaba:

– Laura, es usted la persona que buscamos.

Araceli Míguez

Octubre 2013

Caricatura de Jesús


Mente barroca y canalla
Carne cruda y mucha sorna
Y aunque muy locuaz  se torna    
Sabe más por lo que calla.

Pícara sonrisa y pica
Y si te pica, te rascas,
pluma fértil y cínica,
Entre cafés y palabras.

Su mente libidinosa
Por las teclas corretea
Sin estar nunca ociosa.

Y no me quiero  imaginar
En su ardiente cabecita
Que pecados pasearán.
  
Con mucho cariño
Araceli Míguez

Octubre 2013

lunes, 21 de octubre de 2013

GeoDemoFilosofía en Avda. de Europa, 11

GEOGRAFÍA:
La casa está situada en una urbanización de casas altas pero iguales, con fachadas blancas, zócalo anaranjado, cochera blanca, puerta de madera oscura y ventanas altas y enrejadas.
El interior también es mayormente blanco (con algún toque de color) y amplio, demasiado quizás, con habitaciones y baños de sobra: dormitorio escaso de muebles, un poco étnicos; vestidor con paredes verdes y muebles blancos o claros; una habitación con una única cama para invitados o noches de insomnio; y una habitación personal para cada habitante, en este caso dos: en la de Ángela tenemos la biblioteca común; en la mía una gran mesa de escritorio que debía ser común pero que sólo uso yo. Ella compró otra de cristal blanco con la que me es infiel.
El salón-comedor es alargado y sus muebles son sencillos, oscuros, suaves y de líneas rectas. Nos acompañan sillón y sofá color teja heredado de nuestra primera casa, que pronto será sustituido por otro más cómodo y moderno.
La cocina tiene un buen tamaño y es más bien cuadrada. En ella predominan el marrón muy claro y el crema, el blanco y el aluminio, el orden y un ocasional y ligero olor a especias.
El patio es muuuy grande, con lozas que simulan piedras ocres, dos arriates y algunas plantas en macetas, pocas para mi gusto, las justas para Ángela, pero que no me atrevo a incrementar porque la verdad es que no les dedico el tiempo necesario. Las noches de verano, después de regar, son una delicia de olor a jazmín, yerbabuena y lavanda. Es el mismo verano en el que sacamos las sillas y la mesa para las cenas al aire libre y la piscina de plástico para los chapuzones de la tarde.
En el patio hay además un gran cuarto lavadero, con percepciones otra vez distintas entre los dos habitantes: ordenado para mi gusto, insatisfecha ella.
También hay en la casa una cochera bastante oscura de paredes blancas y suelo demasiado gris, en el que no cabe más que un coche pequeño, una bici colgada de la pared, algunas lozas de repuesto, un zapatero y mis enseres ciclistas.
La casa da impresión de casa buena hasta que escuchas, a través de sus paredes de papel, a los vecinos en sus quehacer diario, o cuando por las ventanas se cuela el fresco del invierno sin mucho esfuerzo. Menos mal que también logran colarse el canto de los pájaros y gallos matutinos o el aullido nocturno del cercano tren de cercanías.

DEMOGRAFÍA:
Como habrá deducido el lector mínimamente avezado, somos dos: ella, Ángela, morena de piel y castaña de pelo, 36 años, bibliotecaria, chica ágil de risa poderosa hasta que llegan las diez de la noche, cuando sus pilas se acaban y se le abre la boca intermitentemente. Él, yo, de rasgos también mediterráneos, orientador escolar, 38 años y demasiadas aficiones; sus-mis pilas tardan en arrancar por la mañana pero se prolongan, vaya, por la noche.

FILOSOFÍA:
El alma de esta casa se adorna con mucho silencio, pocos cuadros y algunos olores. Yo diría que olor cremoso tras la limpieza semanal, olor a incienso y música suave ocasional y olor a vainilla y campo cuando las tuberías de la urbanización no andan indigestas. En el patio, ya está dicho, no es cuestión pues de cansar.
Mis rincones favoritos son ese gran patio, donde encuentro algo de esa vida vegetal que me es tan necesaria; el salón, donde puedo leer y escribir mientras tomó infusiones; y mi cuarto, donde a veces también escribo y donde se acumulan algunos libros, fotos y cuadros, muchas películas, mis proyectos y carpetas y, sobre una silla en una rincón, nadie es perfecto, la ropa que voy usando y que ahora mismo debería decidirme a guardar. En fin, os dejo, la conciencia me pesa. Me espera la vida prosaica.

Jesús Gelo Cotán
octubre de 2013