–Son las veinte horas, cuarenta y cinco minutos. Les contamos
las noticias más relevantes del día….– Se oye en la radio que mientras trabaja en su taller de
cerámica escucha Aurora cada tarde, embutida en su bata blanca con miles de
manchas de colores que se asemeja a
cualquier cuadro abstracto. Esta tarde no se decide entre la arcilla blanca o
la roja para lo que tiene en mente.
En ese momento, al escuchar a la locutora, sus ideas se
difuminan por el espacio quedando en su cabeza unas líneas definidas.
Se sienta en su taburete delante de una mesa llena de cientos de cachivaches y utensilios junto al gran ventanal que, cuando mira a
través de los cristales, le recuerda que existe un mundo detrás de los cristales,
las arcillas y los esmaltes.
Sus manos empiezan a modelar una figura femenina que se pliega en posición fetal, con un mechón de pelo
ocultando parte de su cara, que se
enrosca sobre sí misma.
Con la yema de los dedos, suavemente alisa la superficie de
la figura, deteniéndose con esmero en la espalda encorvada, en los muslos
apretados contra el pecho y en el hombro que queda a la vista, mientras siente
que su mirada se nubla, se vuelve acuosa y sus mejillas sienten el tibio
líquido que las recorren.
– ¿Cuántas figuras parecidas he modelado en los últimos
cinco años?– Se pregunta mientras hace un recorrido por su memoria sintiendo un
escalofrío recorriendo su espalda, notando en su piel la fría piedra sobre la
que yace su figura de barro.
– No volveré a modelar más esta figura. Me lo juro – y
estrujando el barro entre las palmas de sus manos siente que en la nueva textura se va diluyendo formas, pliegues,
curvas, piel, cabellos y dolor.
Ahora tiene de nuevo ante sí un trozo de barro amorfo,
redondeado, cálido por el enérgico majase de sus manos y de muy sugerente textura
que le trasmite, como si se lo soplara al oído, su deseo de ser.
Aurora comienza de nuevo a modelar una figura femenina; esta
vez está en vertical, el cuerpo se apoya en un par de fuertes piernas, una más adelantada que la otra, que le dan el equilibro que necesita para
sostenerse, rematadas por pies firmes y descalzos.
La espalda erguida, el pecho hacia delante, los cabellos
rebeldes caen hacia la espalda por detrás de una cara despejada que está algo
inclinada hacia arriba; los brazos en alto por encima de su cabeza y unas manos
abiertas que saludan al mundo.
Mira con detenimiento su nueva creación, acerca el flexo
para rematar algún detalle, le da vueltas en la piedra donde la ha estado
modelando…
– Pasan treinta minutos de las dos de la madrugada, estas
escuchando Hablar por hablar…–
Aurora toma conciencia de la hora y del tiempo que lleva en el taller y decide irse a dormir.
Después de una ducha y un
vaso de leche caliente se mete en la cama, apaga la luz y exclamando –¡Mierda!– se levanta y corre hacia al
taller descalza, quita con cuidado la tela húmeda que ha dejado
sobre la figura y tomando un utensilio de la mesa, manchándose de barro su
pijama blanco, modela una sonrisa en el
rostro de su figura, unas diminutas rayas en sus muñecas y traza su firma.
Araceli Míguez Salas
Noviembre 2013
Intento de Iceberg
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