lunes, 16 de diciembre de 2013

La figura de barro

–Son las veinte horas, cuarenta y cinco minutos. Les contamos las noticias más relevantes del día….– Se oye en la radio que mientras trabaja en su taller de cerámica escucha Aurora cada tarde, embutida en su bata blanca con miles de manchas de colores que se asemeja  a cualquier cuadro abstracto. Esta tarde no se decide entre la arcilla blanca o la roja para lo que tiene en mente.

En ese momento, al escuchar a la locutora, sus ideas se difuminan por el espacio quedando en su cabeza unas líneas definidas.

Se sienta en su taburete delante de una mesa llena de cientos de cachivaches y utensilios  junto al gran ventanal que, cuando mira a través de los cristales, le recuerda que existe un mundo detrás de los cristales, las arcillas y los esmaltes.

Sus manos empiezan a modelar una figura femenina que se pliega en posición fetal, con un mechón de pelo ocultando parte de su cara, que se enrosca sobre sí misma.
  
Con la yema de los dedos, suavemente alisa la superficie de la figura, deteniéndose con esmero en la espalda encorvada, en los muslos apretados contra el pecho y en el hombro que queda a la vista, mientras siente que su mirada se nubla, se vuelve acuosa y sus mejillas sienten el tibio líquido que las recorren.

– ¿Cuántas figuras parecidas he modelado en los últimos cinco años?– Se pregunta mientras hace un recorrido por su memoria sintiendo un escalofrío recorriendo su espalda, notando en su piel la fría piedra sobre la que yace su figura de barro.

– No volveré a modelar más esta figura. Me lo juro – y estrujando el barro entre las palmas de sus manos siente que en la nueva textura se va diluyendo formas, pliegues, curvas, piel, cabellos y dolor.

Ahora tiene de nuevo ante sí un trozo de barro amorfo, redondeado, cálido por el enérgico majase de sus manos y de muy sugerente textura que le trasmite, como si se lo soplara al oído, su deseo de ser.

Aurora comienza de nuevo a modelar una figura femenina; esta vez está en vertical, el cuerpo se apoya en un par de fuertes piernas, una más adelantada que la otra, que le dan el equilibro que necesita para sostenerse, rematadas por pies firmes y descalzos.

La espalda erguida, el pecho hacia delante, los cabellos rebeldes caen hacia la espalda por detrás de una cara despejada que está algo inclinada hacia arriba; los brazos en alto por encima de su cabeza y unas manos abiertas que saludan al mundo.

Mira con detenimiento su nueva creación, acerca el flexo para rematar algún detalle, le da vueltas en la piedra donde la ha estado modelando…

– Pasan treinta minutos de las dos de la madrugada, estas escuchando Hablar por hablar…–
Aurora toma conciencia de la hora y del tiempo que lleva en el taller y decide irse a dormir. 

Después de una ducha y un vaso de leche caliente se mete en la cama, apaga la luz y exclamando –¡Mierda!– se levanta y corre hacia al taller descalza, quita con cuidado la tela húmeda que ha dejado sobre la figura y tomando un utensilio de la mesa, manchándose de barro su pijama blanco,  modela una sonrisa en el rostro de su figura, unas diminutas rayas en sus muñecas y traza su firma.

Araceli Míguez Salas
Noviembre 2013

Intento de Iceberg

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