Blanca se desnuda frente al espejo con los ojos cerrados. Mientras lo hace, se promete a si misma que no juzgará ni censurará ni una sola parte de su cuerpo.
Lentamente, con vergüenza, despega los párpados y observa su reflejo. De frente, de perfil, de espaldas. Por primera vez en mucho tiempo le gusta lo que ve.
Sus curvas están cambiando de lugar: pierde paulatinamente la que daba forma a su cintura y sus caderas, para ganar una en su vientre que, de manera casi imperceptible para los demás, va abultándose.
Acaricia la incipiente barriga con su mano y sonríe con una mezcla de ilusión, timidez y miedo en su mirada. Espera un inesperado tercer hijo. O hija, aún no sabe.
Recuerda la visita al ginecólogo unos días antes. La fuerza de un minúsculo corazón sonando en el ecógrafo. Su hijo, su hija, apenas una mancha en blanco y negro, vive dentro de ella.
Se emociona al pensar cómo algo tan pequeño, una mancha gris en un monitor, vuelve a cambiar su vida, a controlar su cuerpo, sus emociones, su alimentación, sus costumbres. Una pequeña mancha gris que hasta que no pasen unos meses no tendrá color, ni cara, ni nombre pero que ya exige, que ya reclama que pare, que duerma, que descanse y se alimente según sus reglas y necesidades. Que ya pide que la cuide y la proteja.
Blanca vuelve a sonreír a su cuerpo desnudo, a su aún poco abultado vientre sin sexo y sin nombre.
Se gusta, se quiere, y sabe que, al menos durante unos meses, verse en el espejo le provocará una tierna sonrisa.
martes, 30 de agosto de 2016
Según sus reglas
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