domingo, 9 de febrero de 2014
El diván
Ramón no veía la hora de ir a su analista para poderse desahogar, pero cuando entró al estudio la encontró llorando. Para disimular su embarazo le preguntó:
- ¿Desea una sesión?
- ... - dijo ella, y se tendió en el diván.
Ramón, imitando lo que tantas veces había visto hacer a la terapeuta, acercó la mullida silla al diván y se situó junto a él. Casi automáticamente tomó el bloc de notas y el bolígrafo plateado de la mesa auxiliar, buscó una página en blanco y escribió “Sra. Morel, 5 de febrero de 2014”. A continuación cruzó las piernas, adoptó pose de escucha desafectada y la Sra. Morel comenzó con su liberación:
- Su madre se ha venido a vivir con nosotros...
- ...
- Y he confirmado lo que pensaba, que además de los complejos de Aristóteles, Aquiles y Alejandro, sufre también complejo de Edipo.
- Ujum - dijo Ramón, sin tener ni idea de qué significaba todo eso.
- Toda mi vida es un desastre. Mi anterior pareja me abandonó porque no me aguantaba y tras marcharse descubrió su homosexualidad. Creo que mi actual marido continúa conmigo para recibir terapia gratuita. Doy consejos a mis pacientes que a mí no me funcionan, que no soy capaz de aplicar, mis hijos me toman por el pito del sereno, el estrés me devora, hace seis meses que no pruebo una rosca...
La Sra. Morel, terapeuta medianamente conocida y respetable dama de clase media-alta del barrio de San Jacinto, comenzó a llorar. Ramón, sorprendido, permaneció impasible manteniendo su postura y compostura y miró a su hoy cliente como lo hubiera hecho una vaca asturiana, entre estúpido y enigmático.
- No sé si esta es mi vocación, apenas hay nadie sano a mi alrededor, mi padre acabó en un sanatorio y mi madre murió de una indigestión después de tragarse un cuarto de kilo de tranquilizantes. Mis hijos encuentran gran placer en descuartizar los insectos más variados, dos de mis mejores amigos viven enganchados a las drogas, mi hermano se fugó de casa a los diecisiete años y se dedica a susurrar a los caballos, mi marido parece un diccionario de complejos grecolatinos andante, no recuerdo cuál es el último paciente que sané y los que permanecen conmigo lo hacen más por costumbre o por pena de porque les aporto algo.
Ramón empezaba a sentirse bien. Escuchar los problemas de otra persona hacía los suyos más livianos, se sentía parte de una Gran Hermandad de Acomplejados -y Acomplejadas- que seguro se extendía por todos los rincones del planeta. Y por fin encontraba una aplicación a la frialdad que le achacaban sus queridos y conocidos. Escuchaba a la Sra. Morel sin que le afectara su desastrosa vida.
Ella siguió llorando un buen rato. Poco a poco se fue calmando. Volvió la mirada hacia Ramón:
- Oiga, ¿sabe que quizás sirva usted para esto? Yo acabo involucrándome demasiado e interrumpo a mis pacientes continuamente. Pero qué le voy a contar a usted si lo vive en sus propias carnes.
Todos los intentos de convivencia de Ramón con el sexo opuesto habían fracasado por falta de expresividad. Y ahora resultaba que ese silencio sepulcral no sólo era una ventaja a la hora de compartir piso con otro hombre, sino que también lo era como terapeuta inesperado.
- Ummm... Sra. Morel... es la hora...
- Oh, vaya, se me ha pasado el tiempo volando. ¿La semana que viene a la misma hora?
Ramón asintió, descruzó las piernas, dejó el bloc intacto y el bolígrafo sobre la mesa, se levantó, cogió los setenta euros que le tendía la Sra. Morel y salió a la calle mucho más satisfecho y tranquilo de lo habitual.
Jesús Gelo Cotán
febrero de 2014
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Cuenta, cuenta...