No había nada que hacer; la única cosa
era resignarse a pasar la noche en la sala de espera de la estación. Había
planeado un largo y placentero fin de semana que se desmoronaba ante mí
de forma irremediable.
Era
jueves por la noche y el viernes festivo. Bajé la persiana metálica de la
librería antes de la hora habitual de cierre y corrí a casa a recoger la
maleta. El tren salía a las diez de la noche y no era tanta la distancia que
teníamos que recorrer, como el tráfico que nos encontraríamos.
No había tenido tiempo de tomar ni un bocado.Agradecí que
mi hija, además de llevarme en coche, metiera en mi bolso unas
barritas de frutos secos y unas galletas.
Al llegar casi sin aliento me encuentro con mis planes
chafados y sin saber cuándo saldría el próximo tren a Madrid a causa de una
huelga ferroviaria.
Ya en la estación, con la maleta a cuesta y el fastidio
instalado en el ánimo me apropio de una mesa en la cafetería que sirva para
descansar mientras me tomo un café. Saco el libro electrónico del bolso y
busco alguna lectura con la que entretenerme, mientras espero que nos
comuniquen la hora del próximo tren, confiando en que no tarden mucho y pueda
aprovechar algo del este fin de semana largo, que con tanta ilusión había
planeado con mi amiga Almudena.
La cafetería se va llenando de pasajeros con cara de
fastidio que van ocupando los distintos asientos hasta que no queda ninguna
mesa libre.
Intento enfrascarme en el último libro de la
franco-marroquí Saphia Azzeddine, Mi padre es la señora de la
limpieza, cuando alguien
me interrumpe
–Perdone, ¿Puedo sentarme en esta silla? Es la única que queda libre, si no le importa…
Me incomoda la situación, pero lo cierto
es que todos estamos en fase de espera y la cafetería está llena, por lo que le
contesto afirmativamente con un movimiento de cabeza.
Sigo leyendo y sorbiendo el café, mientras
capto la imagen del hombre que tengo en frente. Lleva vaqueros y camiseta
celeste, y al tiempo que se sienta se quita una cazadora de piel marrón.
Sobrepasa la treintena, rostro aniñado y pelo castaño muy cuidado que cae sobre
sus ojos, dando un aspecto rebelde a unas facciones algo cuadradas.
Una vez acomodado, pone sobre la mesa una
tableta, donde empieza a deslizar su índice de un lado a otro y de arriba
abajo, centrando en el artilugio toda su atención. Ha pedido una botella de
agua al camarero y deja unas monedas en la mesa cuando le traen la nota.
Me relajo y vuelvo a retomar a Polo, el
adolescente y malhumorado protagonista de mi libro y así transcurre un tiempo.
Un movimiento inesperado hace que se tambalee la botella que mi acompañante ha
pedido, derramando un poco de agua sobre la mesa. Él, con un movimiento rápido
la agarra para que no caiga y me pide disculpas por el pequeño accidente.
–Perdón, ¿Se ha mojado? Tenga una
servilleta. Lo siento mucho.
–No ha sido nada, no se preocupe– le digo
con una forzada sonrisa.
–Por favor, no me hable de usted; me llamo
Yago– me dice tendiéndome la mano.
–Soy Martina.– contesto, estrechando con
suavidad la mano tendida.
Iniciamos una conversación sobre la huelga
de trenes, el tiempo, los planes chafados… mientras hemos quitamos las cosas de
la mesa y él haciendo acopio de servilletas de papel seca el agua.
–Soy de Santiago y estoy ultimando mi
especialidad de odontología maxilofacial. Terminé hace unos años la carrera pero al no
encontrar nada allí decidí seguir estudiando. Me viene a esta ciudad porque la
conocía. Desde pequeño he venido de vacaciones a la finca de unos familiares en
El Puerto. Me encanta el sol, tomar cañas en las terrazas en pleno invierno y
ver este cielo azul más de la mitad del año; cosa difícil en mi tierra. Voy a
ver a mi familia aprovechando este puente del Día de Andalucía.
–Eso siempre viene bien. Volver al hogar,
los mimos de nuestra madre, las juergas con los amigos… Tu ciudad es preciosa y
universalmente conocida gracias a la leyenda de vuestro mítico apóstol. No te
ofendas, pero yo creo que todo es puro cuento, pero os lo habéis montado genial
para atraer al turismo peregrino. Aunque las veces que he ido, el servicio de
hostelería deja mucho que desear.– le comento con gesto de entendida en la
materia.
–Tienes razón. Me he informado y quieren
hacernos creer cuentos que no tienen nada que ver con la realidad. El camino se
cree que tiene un sentido de viaje interior. Antes se cruzaba de punta a punta
la Península y el camino llegaba hasta Finisterre. También se cuenta que el
tiene que ver con el Juego de la Oca, símbolo del dios egipcio Geb, que
representa la tierra, la sabiduría de lo femenino y la espiritualidad…, Se ha
escrito que la espiral del juego esconde claves cabalísticas y de los
caballeros templarios…, ¡Cómo me enrollo!. La brasa que te estoy dando…Y
es cierto que para la cantidad de turistas y peregrinos que hay siempre, el servicio
no es tan ágil y eficiente como aquí. ¡Pero mujer, por lo que más quieras, no
hables mal de mi ciudad que de algo hay que vivir y mientras sigan viniendo
peregrinos, los compostelanos podremos ir tirando!. –
El acento gallego al hablar de su tierra se acentúa y da un ritmo cadencioso a sus palabras.
–Hay otros motivos que me impulsaron a dejar la ciudad
Noté su silencio como una petición a que
le mostrara algún interés por saber de su vida, así que claudiqué
–¿Y se pueden saber esos motivos?–
Pregunté intentando que no se notara mi curiosidad.
–Rompí con Tensi, mi novia, después de
cinco años juntos y me dejó muy tocado. No quería cruzarme con ella, ni
encontrármela por la calle. Eso era difícil teniendo el mismo círculo de amigos
que frecuenta los mismos lugares. Santiago es una ciudad pequeña y todos los
colegas nos movemos por la misma zona de vinos. Me engañó con Jorge, mi
amigo y compañero de Facultad, con el que muchas noches estudiaba los exámenes
y del que jamás me lo hubiera esperado, Los estaban enamorados desde
hacía tiempo y decidieron decírmelo antes de tener el más mínimo roce. Eso
dicen. Esperaban que lo comprendiera y que valorara su lealtad. ¡Cabrones!
Hubiera preferido enterarme de otra manera, quizás para tener motivos de darle
un puñetazo y romperle la cara a Jorge, pero
en ese plan... ¿Qué haces? Yo asumí los cuernos, la traición y el dolor por
parte doble y eché a correr.
–Pero no te engañaron. Al menos te lo
dijeron, creo que fueron honestos– replico.
–¡No me digas que encima les voy a tener
que dar las gracias!, ¡O carallo! – exclama sarcático.
–Y entonces te viniste huyendo de las
miradas y cotilleos. No pudiste afrontar que tu novia te hubiera dejado. !Que
vengüenza –Le reprendo con una mueca dramática.
–No era para menos. Decidí largarme y
empezar de nuevo, conocer a otra gente aunque he cambiado mucho desde
entonces. Ahora trabajo tres días a la semana en una cínica dental privada
que me paga mal y toco el saxo los fines de semana en el Black-Jazz, no sé si
lo conoces pero te invito a que vengas un viernes o sábado por la noche y me
dejes destrozarte los tímpanos– concluyó sonriendo y bebiendo un sorbo de agua.
–Ahora ilústrame sobre ti.– Me espetó
mirándome a los ojos, cruzando los brazos, inclinándose hacia mi y ocupando la
mitad de la mesa.
–No sé qué contarte. Me queda poco para el
medio siglo. Tengo una pequeña librería con algo de papelería que
llevamos entre mi hija y yo. Ella ha terminado la carrera, aunque siempre está
liada haciendo cursos, ún máster, prácticas y voluntariados varios. Hace siete
años que estoy divorciada y me propongo pasar el fin de semana en Madrid. Me
gusta ver las novedades editoriales, hablar con mi amiga Almudena, a la que veo
muy poco y con la que compartí piso durante dos años y disfrutar de la capital.
Recorro calles y plazas que me recuerdan mi juventud malasañera o las noches espitosas
de los bajos de Orense, esta etapa con algunos años más. Todavía Almudena y yo
seguimos frecuentando algunos garitos que siguen abiertos después de treinta
años. Acabo de enviarle un whatsapp para decirle que hay huelga de trenes y que
la avisaré cuando sepa algo.
–De Malasaña, pasando por la marcha de
Orense a una librería en Cádiz ¡Vaya salto! ¡Creo que te has dejado mucha
información en el camino!–exclama divertido, haciendo un recorrido con la mano
de una punta a otra de la mesa.
– Es información confidencial– replico a
modo de parapeto.
–Ya que te mueves entre libros y como me
gusta leer, aunque reconozco que el género policiaco es el que más me tira.
¿Qué me recomiendas que sea bueno?
– Creo que podría gustarte las novelas policiacas de Petros Márkaris perteneciente a su Trilogía de la crisis y su protagonista, el Comisario Kosta Jaritos. El último que leí fue “Con el agua al cuello”,
y me encantó. Además de la escabrosa trama, ofrece un fiel retrato de la
decrépita sociedad griega actual. Es un avance de lo que ya estamos viviendo en
España.
– Si lo tienes en tu librería ya tienes un
nuevo cliente, me tienes que decir dónde está, así me paso y me vas poniendo al
día en este género.
La conversación discurre en ese rincón,
ahora sobre literatura, con un bullicio alrededor que casi nos obliga a acercar
nuestras cabezas para oírnos, posición que Yago aprovecha para retirar el pelo
de mis ojos, deteniendo sus dedos en mi mejilla, en una clara señal de
seducción.
Yo me echo hacia atrás con un movimiento
impulsivo, intentando evitar que me toque y azorada fijo mi vista en el libro
electrónico.
Seguimos en silencio durante un buen rato,
yo con un pellizco en el estómago y él mirando a los tableros de llegadas y
salidas que se ven a través de los cristales.
–¿A qué hora crees que saldrá el próximo
tren? ¿Lo han dicho?–pregunta Yago con gesto impaciente.
–No, pero creo que si nos tienen aquí más
tiempo sin darnos una solución voy a anular mi viaje. Estoy entumecida de estar
tanto tiempo sentada.
Yago propone que ponga mis piernas sobre
sus rodillas para masajear las pantorrillas y aliviar el hormigueo. Me niego y
lo acuso de loco y atrevido. El insiste y busca con sus manos debajo de la mesa
hasta colocarlas como había indicado, iniciando un masaje suave con los
nudillos desde los tobillos hasta las corvas.
–Oye, déjate de tonterías que podrías ser
mi hijo. ¿Cuántos años tienes?– le pregunto intentando parecer enfadada, aunque
en realidad, me siento divertida y asombrada con mi atrevida postura, mientras
siento sus manos presionando mis piernas.
–¿Importa mucho la edad? ¿Es que no
tenemos bastante con la vida que nos roban a diario? ¿No crees que merecemos
algo más que insatisfacción, frustración e imposición? ¿Es que podemos
elegir nuestra vida? ¿Acaso no nos putean y nos reprimen ya bastante como para
hacerlo nosotros mismos?. Ahora estamos aquí, no sabemos qué pasará dentro
de una hora. Aprovechemos la casualidad, el momento, la atracción que sentimos…
Esta energía casi eléctrica que hemos desatado nos está diciendo que
conectemos.
Con la boca abierta, como pillada en un
renuncio, lo miro asombrada. –¡No te cortas un pelo, guapo!. ¡Vaya entrada!,
¡Pero si no hace ni dos horas que nos conocemos!–
Le digo que voy a salir al andén a estirar
las piernas, quiere acompañarme pero le pido que se quede en la mesa y aclaro
que prefiero ir sola.
Paseo por la estación y los alrededores.
He dejado la maleta en la cafetería. Me pregunto porqué no la he traído
conmigo, así podría salir corriendo sin dar explicaciones. Se me pasa por la
cabeza que cuando regrese no va a estar ni Yago, ni mi maleta. No sé que
me fastidia más, si parecer presa fácil para un embaucador, o tener tantas
reticencia a lanzarme a vivir lo que se me ofrece.
Sigo en mis cavilaciones cuando veo a Yago
con su bolsa al hombro y arrastrando mi maleta dirigirse a mi mientras por el
altavoz se anuncia que el próximo tren a Madrid tiene su salida en dos horas.
Nos sentamos en un banco de la sala de
espera.
–¡Serán las cinco de la mañana cuando
salga el tren!.–Exclamo horrorizada, con el cuerpo dolorido y no sabiendo que
postura poner.
–¿Ves? Lo que te decía; Ahora estamos en
la estación, dentro de unos momentos en el tren y en unas horas cada uno en su
destino. Y habremos perdido la oportunidad que nos ha brindado este encuentro
de conocernos un poco más y disfrutar juntos. Hemos comprobado que también
nuestros cuerpos se han comunicado en su singular lenguaje. ¿Vamos a dejar que
pase este tren? Me dice meloso cogiendo mi mano y mirándome a los ojos con cara
de niño bueno, al más puro estilo Brat Pitt.
–¡Peculiar modo de ligar el tuyo!.
¿Tienes complejo de Edipo o algo parecido? No sé si piensas que
estoy muy desesperada o el desesperado eres tú. En cualquier caso vas de niñato
descarado.
–Mira Martina, somos adultos, tenemos un
tiempo precioso por delante y estamos vivos. Te propongo que viajemos hasta
Madrid compartiendo asientos y en el trayecto decides si quieres que pasemos el
fin de semana juntos. Si decides que no, yo sigo mi camino hasta Santiago.
Siento que el suelo da vueltas, mis
esquemas están haciéndose añicos y lo que al principio me parecía una idea
absurda y descabellada, empieza a ser atractiva y excitante.
Yago al verme dudar me besa y pone el brazo sobre mi hombro. Mis dudas se disipan. No necesito llegar hasta Madrid para decidirme.
Carpe diem.
Araceli
Míguez
Febrero
2014