Recuerdos
Me acuerdo de estar sentado en el borde de una mesa. Una de mis hermanasme está vistiendo, me pone unos calcetines: voy a salir con mi padre. Lo veo entonces salir sin mí. Desolado, rompo a llorar. Tenía poco mas de tres años, me dicen...
Recuerdo cómo esperaba al Domingo para ir con mi amigo Antonio, “Antoñito”, a la plaza de España, donde su padre alquilaba para nosotros unos triciclos, viejos y oxidados pero,
que nos parecían fantásticos.
Recuerdo de aquel colegio, San Vicente Mártir en el que sólo estuve un curso, la típica foto absurda, sentado en una mesa de escritorio y como leyendo un libro. ¿O tal vez lo recuerdo porque conservo la foto? Cinco años.
Seis años. Recuerdo aquel libro francés, pequeño, de tapas verdes con cuentos y leyendas con el que aprendía a leer en la Escuela Francesa de Sevilla.
Recuerdo únicamente aquel cuento, El Aprendiz de Brujo, que explicaba porqué es salada el agua del mar. Recuerdo muy especialmente aquella ilustración en la que se veía un molino de viento moliendo sal sobre la cubierta de un velero. La sal, desbordada, hacía naufragar la nave en medio de una terrorífica tempestad.
Recuerdo aquella Semana Santa. Mi padre me había sacado la Papeleta de Sitio en la Candelaria. Estaba emocionado con eso de salir de nazareno pero, a última hora se habían quedado sin túnica para mí. Me improvisan una con la que finalmente puedo salir. No se me olvidará nunca las burlas que tuve que soportar a lo largo del recorrido y la vergüenza que sentía escondido tras el antifaz: ¡La habían confeccionado con muselina morena! Empecé a detestar la Semana Santa...Norit del Borreguito. Boby Deglané. Diego Valor.El Capitán Trueno,Goliat, Crispín y Sidgrid.
Recuerdo mis primeras sensaciones en el colegio de los Salesianos, donde había de permanecer durante cinco eternos años. Recuerdo aquel día, oscuro y lluvioso, apenas llevábamos un mes de curso. Estábamos ya en la clase pero el cura no había llegado aún. Se había organizado una juerga en la que volaban bolas de papel, gomas de borrar, trozos de tizas y algún que otro libro, saltos de un banco a otro, carreras y persecuciones jaleadas por el animado público, creaban una atmósfera de tensión creciente.Súbita y bruscamente, se abre la puerta y la figura imponente, siniestra, negra y terrible del padre Jacinto queda enmarcada en la frontera con el pasillo. Un silencio que te sacude los tímpanos acompaña a la parálisis que súbitamente detiene todo movimiento. Un vacío que duele, empieza a irradiar desde tu estómago hasta las partes mas recónditas de tu cuerpo. Lentamente, pausadamente, bajo la mirada fría y dura del silencioso salesiano, vamos volviendo a nuestras mesas recomponiendo las posturas. Muy despacio, inexpresivamente, nos va taladrando con la mirada uno a uno. Tras un tiempo que se antoja eterno, llama a López Rascó. Le hace que se arrodille delante suya. De un bolsillo de la sotana saca el llavero con una cadena de la que cuelga ese silbato de metal. Sin dejar de mirarnos, hace girar el silbato sobra la cabeza inclinada del muchacho y, descarga un terrible golpe que hace manar sangre impregnándole el pelo. Con una fría crueldad, sin cambiar el gesto, sin mirar siquiera su obra, nos dice que todos somos los culpables de lo que le acaba de ocurrir a López Rascó. Algo se encendió en mi conciencia infantil. Éramos niños: ¿qué clase de dios cruel era ese que se servía de semejantes verdugos?
Juan Carlos Febrero 2013